Pequeños pasos, grandes retos: la travesía de los niños migrantes venezolanos

El aterrador viaje de los migrantes narrado a través de una niña venezolana. Desde su paso por el Darién hasta Honduras y cómo busca lograr el sueño americano

  • 26 de septiembre de 2024 a las 15:46
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Tegucigalpa, Honduras.- Bajo el sol implacable de Comayagüela, a las 11 de la mañana, una niña de 12 años se encuentra vendiendo dulces en el puente Juan Ramón Molina. Cuando le pregunté cuánto cuestan, ella respondió con una mezcla de dulzura e inocencia: “lo que su corazón quiera”.

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Mientras vende dulces en las calles de Honduras, su mirada revela el cansancio de una infancia interrumpida, pero también la esperanza de un futuro diferente.

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Esta pequeña, junto con sus padres y un tío, es parte de los miles de migrantes venezolanos que han atravesado Honduras, soñando con llegar a los Estados Unidos.

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De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración (INM), entre 2020 y agosto de 2024, han ingresado más de 421,751 migrantes venezolanos a Honduras, de los cuales 39,575 eran niños menores de 10 años.

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La travesía es especialmente dura para ellos, expuestos a condiciones extremas y, a menudo, enfrentando situaciones traumáticas como las que esta niña vivió en la temida selva del Darién.

La familia sigue luchando diariamente por sobrevivir, trabajando en las calles para continuar su viaje hacia Estados Unidos.

La travesía por la selva del Darién: El testimonio de una madre y su hija

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La niña y su madre, con quienes conversamos bajo la condición de anonimato, nos narran los horrores de su viaje. “Nosotros somos un caso especial”, comenzó, la voz se le quebró al recordar los episodios de violencia que sufrieron.

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“Nos agredieron en la selva del Darién, tocaron a mi hija, y tengo los informes psicológicos que lo prueban”. La niña se muestra un poco reacia a responder, más bien, a recordar los horrores vividos. Asintió a lo que su madre decía y se mordía las uñas.

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“En la selva del Darién sobrevive el más fuerte, no el más valiente”, afirmaron.

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Su relato detalló las condiciones extremas que vivieron, desde la falta de alimentos hasta el acoso y violencia sexual que sufrieron. “A mi hija la tocaron y yo también fui agredida. No recomendaría esa travesía a nadie. Los hombres que hicieron esto eran colombianos, no indígenas como muchos piensan”, recordó.

La niña, con su rostro de inocencia, no desea hablar mucho sobre lo sucedido en la selva.
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“No quiero responder a eso”, murmuró la niña cuando se le preguntó sobre sus recuerdos del Darién. Sin embargo, cuando consultamos sobre qué es lo que más extraña de su hogar en Venezuela, sus ojos se llenaron de lágrimas. La experiencia fue traumática, pero su silencio no puede ocultar el peso de lo sucedido.

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“Vi cosas que no quiero recordar”, confesó finalmente. Los días en la selva, rodeada de peligros y violencia, han dejado cicatrices profundas en su alma. “Nosotros solo queríamos pasar, pero a veces te hacen cosas malas”, mencionó mientras evitaba el contacto visual.

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A lo largo de la entrevista, la niña evitó hablar de ciertos momentos. Cuando se le preguntó sobre lo que más le gusta de Honduras, finalmente respondió: “es bonito y la gente nos trata bien”.

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Sin embargo, el dolor que lleva dentro es evidente.

Su silencio sobre la selva del Darién y los peligros que enfrentó contrasta con la inocencia de su edad.

El peso de una infancia rota

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Aunque su delicada voz se silencia ante los recuerdos más oscuros, su mirada habla desde el agotamiento y el miedo, sin embargo, al continuar la plática, comenzó a sentir confianza y a hablar un poco más.

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A su corta edad, ya ha presenciado más de lo que muchos adultos podrían soportar. Nos contó que durante los tres días que estuvieron cruzando el Darién, se debilitó debido a la falta de comida. “Vivíamos a punta de sopa instantánea, galletas y suero”, dijo la pequeña.

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La selva, con su terreno traicionero, dejó marcas físicas en la familia. “Las piedras son como vidrio”, contaron.

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“Se me arrancaron todas las uñas de los pies desde la raíz de tanto caminar. Y aunque mi hija llevaba botas, el dolor en sus piernas era insoportable”, recordó la madre.

A pesar de estas condiciones inhumanas, la familia siguió adelante, impulsada por la necesidad de escapar de la crisis en su país.
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La niña presenció cómo otros migrantes, desesperados, intentaban cruzar ríos caudalosos. “Vi cómo casi se ahoga un señor con un niño”, recuerda. “El río era muy fuerte, pero lograron salir”.

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En su corta vida, ya ha sido testigo de eventos que muchos no verán en toda su existencia.

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A pesar de todo, la niña sigue soñando. Cuando se le preguntó sobre su futuro, respondió con convicción: “quiero ser cirujana”.

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Es un deseo que refleja su anhelo por dejar atrás el sufrimiento y construir una vida mejor. Pero, a pesar de sus sueños, su realidad sigue siendo una lucha diaria por sobrevivir, mientras sigue avanzando junto a su familia hacia un futuro incierto.

Panamá: Un país donde la vida parece detenerse

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Panamá también dejó una marca profunda en la familia. Después de tres días de caminar por la selva, pasaron 20 días varados ahí, sin recursos.

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Describen su paso por ese país como “una extensión del infierno”. Aunque la Organización de las Naciones Unidas (ONU) les ofreció alimentos, las condiciones eran deplorables.

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La menor venezolana comentó que “a veces no era ni carne ni pollo, era como culebra”, recordó. “La gente decía que eso era pescado, pero eso no tenía ni espinas. Y toda la comida tiesa”, contó.

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“La ONU en Panamá no sirve. Allí todo es tráfico: de drogas, prostitución. Los niños llegan solos porque sus madres no pueden continuar”, lamentó la madre.

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“Los kits de ayuda traen cobijas y cholas (sandalias), pero los panameños las vendían después. Yo recogí unas cholas del basurero porque no me quisieron dar nada. Mientras los vendedores de drogas son los primeros en salir de Panamá, los niños y sus familias quedan relegados”, recordó con indignación.

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“Allá, cuando uno pedía una ayuda o algo, la gente no nos ayudaba. Toda la gente que apenas iba llegando los ayudaban”, interrumpió la pequeña, y recordó que fue a pedir zapatos descalza y ni aun así le ayudaron.

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Continuó: “también los baños de allá son muy feos. Todo sucio, uno en la mañana, cuando se tenía que levantarse a hacer sus necesidades, no podía, porque estaba muy sucio”.

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“En Panamá, nadie te ayuda. Te puedes morir ahí y a ellos no les importa”, expresó con amargura.

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Y es que miles de migrantes que cruzan la peligrosa selva del Darién hacia Centroamérica denuncian las condiciones que enfrentan en los campamentos humanitarios instalados en Panamá.

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Juan Gámez, un migrante venezolano que salió de su país en 2023, relató que pasó varios días sin poder bañarse debido a la gran cantidad de personas varadas en el campamento gestionado por la ONU.

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“Pensábamos que el proceso de atención sería bueno, pero había tantos migrantes que tardábamos hasta un día solo para usar los baños”, afirmó Gámez en una entrevista telefónica con el medio venezolano El Pitazo.net.

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Gámez, al igual que muchos otros, afirmó haber pasado nueve días sin poder asearse, rodeado de hacinamiento y condiciones insalubres.

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Edgar Paredes, otro migrante que atravesaba la misma ruta, explicó que las autoridades panameñas retienen a las personas durante más de 24 horas en el campamento, bajo la excusa de que la ONU debía brindar atención humanitaria. Sin embargo, denunció que el lugar estaba repleto de migrantes y que no cabía nadie más.

“Nosotros solo queríamos seguir el camino, pero el Ejército panameño nos obligaba a quedarnos en esas condiciones”, aseguró Paredes.

Honduras, su refugio temporal

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La familia venezolana entrevistada por este rotativo, llegó a Honduras hace dos semanas, donde cuentan que han recibido un trato diferente al que experimentaron en otros países.

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“Aquí la gente es buena”, afirmó la madre. “Nos han regalado comida, nos han ayudado, no como en Panamá o Costa Rica”.

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La niña sonrió al recordar un día en que un hombre les regaló dos bolsas de caramelos mientras estaban en un semáforo. “Aquí nos tratan bien”, dijo, con una gratitud palpable.

Aunque en Honduras han recibido algo de ayuda y la niña señala que el país le parece un lugar más acogedor que otros como Panamá.
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“¿Cómo hacen para comprar comida?”, le consultó a la pequeña el equipo de EL HERALDO, “hay que trabajar” dijo.

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Todos los días se levanta temprano para vender dulces y ganar lo suficiente para pagar los 100 lempiras diarios (unos 5 dólares) que les cobran por el lugar donde se hospedan, la niña duerme gratis.

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“Aquí en la capital (Tegucigalpa y Comayagüela) hemos estado mejor. No nos han tratado mal, y los militares que están cerca de donde nos hospedamos nos colaboran. Nos regalan chupetas (dulces), nos ayudan, no nos molestan”, relatan.

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También agradecen a los locales: “los chinos nos venden comida y nos tratan bien. Compramos todos los días pan para desayunar en el supermercado y ahí ya nos conocen”.

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Su experiencia en Danlí, una ciudad en el oriente de Honduras, fue muy distinta.

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“La gente en Danlí es mala. Discúlpame, yo sé que es tu país, pero es la realidad. Nos veníamos pidiendo cola (jalón) porque nadie nos ayudaba”, comentó la madre, comparando esa etapa con la relativa seguridad que han encontrado en la capital hondureña.

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“En Danlí no nos quisieron ayudar. Nunca recibimos ayuda”, cuenta. “Ahí ayudan al que quieren y a quien tiene dinero”, afirmó.

Los desafíos de los más pequeños

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La historia de esta niña no es única. Miles de niños venezolanos han emprendido la misma odisea, enfrentando los mismos peligros y traumas. Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), los niños migrantes son especialmente vulnerables, no solo a los peligros físicos del viaje, sino también a la explotación y el abuso.

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La madre de la niña relata cómo, en la ONU de Panamá, muchos niños llegan solos porque sus padres no pueden seguir adelante. “Los niños avanzan sin sus padres, y es inmigración quien se encarga de ellos hasta que los padres logran alcanzarlos”, explica.

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Pero incluso en medio de todo el dolor, la niña mantiene un consejo para otros pequeños que puedan estar en su situación: “que tengan mucho cuidado, que no se suelten de sus papás, porque cualquiera los puede agarrar”.

A pesar de lo vivido en la travesía migratoria, la niña mantiene la gentileza, amabilidad y dulzura.

Un futuro incierto, pero con esperanza

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La familia tiene claro su objetivo: llegar a Estados Unidos, aunque no quieren quedarse allí.

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“No vamos a esperar una cita ni entregarnos en la frontera. Si no podemos entrar, volveremos a Honduras y trabajaremos aquí hasta que nos salga un vuelo humanitario para regresar a Venezuela”, afirmó la madre con una mezcla de determinación y resignación.

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Para ellos, el sueño es ahorrar lo suficiente para regresar a su país natal y abrir un pequeño negocio. “Mi esposo es barbero, yo puedo vender comida. En Venezuela, si tienes un negocio, puedes sobrevivir”, aseguró.

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Contrario a lo que muchos puedan pensar, el amor por su país es grande y tienen la esperanza de que todo cambiará para Venezuela para así poder volver. Su deseo es que las cosas cambien en Venezuela y poder regresar.

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“Independientemente de que nos gobierne un dictador, es mi país y lo será toda la vida. Pase lo que pase, solamente Dios sabe por qué hace las cosas”, dijo indignada.

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“Mi país es bello, es muy rico. Aunque mucha gente diga que no, es ahorita que está mi país así, porque tienen todo bloqueado. Mientras no salga Nicolás Maduro, el país va a seguir bloqueado”, lamentó.

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Cuando la entrevista terminó, la niña me miró con esos ojos que reflejan toda su historia y, sin decir nada, me dio un abrazo. “Gracias”, me dijo en voz baja, “gracias Honduras”, dijo la mamá. Luego, mientras se alejaba de mi lado, tomó la mano de su madre y cruzó la calle con una pequeña sonrisa en el rostro. Antes de desaparecer entre los carros, rumbo a almorzar para luego seguir vendiendo sus dulces.

A menudo también se enfrentan a los peligros de la calle, como ser atropelladas mientras venden dulces.
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Para esta niña, Honduras se ha convertido en un respiro temporal en medio de una travesía agotadora.

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Pero sus ojos todavía miran hacia el norte, hacia un futuro mejor, donde quizás algún día pueda cumplir su sueño de convertirse en cirujana y dejar atrás, de una vez por todas, el peso de una infancia marcada por la migración y el sufrimiento.

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Sofía Portillo
Sofía Portillo
Periodista

Licenciada en Periodismo por la UNAH. Desde 2022 se destaca en EL HERALDO como redactora, community manager y también como la imagen de la inteligencia artificial de la publicación, conocida como Sof-IA.

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