Las corroídas paredes de tabla de una vieja y polvorienta casa de dos pisos evocan una fascinante historia que combinan el oro, la plata y las piochas con el sudor de los obreros que vivieron durante la fiebre minera.
Fue por 1879 que la compañía estadounidense Rosario Mining Company se estableció en la zona de San Juancito con una concesión para la explotación, siendo presidente de la República el doctor Marco Aurelio Soto.
Fue esta inversión la que convirtió este sitio en el primer lugar de Honduras con acceso a energía gracias a la construcción de una planta hidroeléctrica.
Además fue aquí en donde se instaló la primera Embajada de Estados Unidos en Honduras, hoy un edificio reparado, con ventanas de vidrio, pero cerrado al público, tal vez por la casi nula presencia turística en el lugar.
El bello fantasma
Han pasado 137 años desde aquellos tiempos en los que este pueblo era el motor económico del país.
“Por este edificio pasaban más de 10 mil mineros, aquí les pagaban los dos lempiras que ganaban”, contó a EL HERALDO don Roberto Ilobares Fúnez (77).
El anciano, de sombrero y abrigo azul, relató que llegó a las minas con apenas siete años de edad, acompañado de sus padres y hermanos, quienes aseguró no laboraron en la mina, pero sí llegaron persiguiendo el crecimiento económico de la zona.
Recordó que la compañía se retiró de la zona después de 76 años de explotación para continuar la extracción de oro en las minas de El Mochito, Santa Bárbara. De esa gran historia ahora solo quedan vestigios, casas de madera al estilo de Norteamérica que se pueden divisar en medio del bosque.
Precisamente, ese remanente arquitectónico casi fantasmal y la riqueza natural de la zona, que los mismo pobladores han denominado La Rosario (en recuerdo de la empresa), convierten a San Juancito en un atractivo turístico, pese al abandono en el que las autoridades de gobierno lo mantienen.
Baja afluencia
Según Julio Rodríguez, jefe de la zona La Rosario y encargado del hotel de montaña, el flujo turístico a la zona mermó por el mal estado de la calle, que ahora luce en perfecto estado.
Reprochó el poco apoyo que el gobierno ha dado al sitio, que con una inversión económica podría ser reconstruido para explotar la belleza del antiguo pueblo minero. “Lo primero que necesitamos es que exista un buen acceso, la gente que viene dice que la calle es muy angosta, aunque ahora está mejorada, y que esté también bien arreglado el ecoalbergue”, manifestó.
Resaltó que en cada una de las calles y estructuras de este pueblo se guarda un pequeño tesoro cultural para los amantes de la historia y también del turismo de montaña.
“En el parque tenemos los senderos a las cascadas, a las minas, un mirador bien bonito de donde se observa el Valle de Cantarranas”, explicó al detallar que también existe un canopy.
Además de estos atractivos, este bello poblado, que depende del Municipio del Distrito Central, tiene también la riqueza de su gente, que con humildad y nobleza de corazón sirven de guías turísticos mientras hacen a un lado la explotación artesanal de las minas.