TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Jeffrey Suazo recuerda esa noche del 3 de noviembre como el inicio de una semana gris. Honduras estaba en alerta roja por la entrada del
huracán Eta, pero él nunca imaginó que los estragos lo llevarían a convertirse en un héroe.
Aunque él y su familia se encontraban a salvo en San Pedro Sula, también le preocupaba sus amigos, quienes de un momento a otro se convirtieron en víctimas de un potente huracán, degradado a tormenta tropical, que dejó a miles sin hogar y más de 60 personas fallecidas.
Esa noche, él decidió escribirles para saber cómo estaban, especialmente a su amiga Nadia, a quien conoció varios años atrás. Ella reside en La Lima, un municipio de Cortés que enlaza a las ciudades de San Pedro Sula y El Progreso, en Yoro.
Esas ciudades, dos de ellas en Cortés, fueron algunas de las más golpeadas por Eta.
Las horas pasaron, hasta que la luz del sol, cubierto por nubes grises, avisó de un nuevo día. El clima era opaco y la lluvia persistente, pero nada de eso se comparaba con las imágenes que pasaban en los medios de comunicación.
El Valle de Sula estaba completamente destruido. El agua casi cubría los techos de las casas y miles de personas trataban de sobrevivir sobre ellos. Era un caos. Los rostros de hondureños afectados reflejaban tristeza, miedo, impotencia, pues todo ocurrió tan rápido que solo les quedó tiempo de buscar refugio.
Otros pudieron salvar algunas de sus pertenencias o a sus fieles amigos de cuatro patas que temblaban de frío.
Ese 4 de noviembre todo el país estaba de luto. En los techos se escuchaban los gritos de desesperación, de auxilio, pero el silencio en los corazones de cada hondureño que lamentaba el poco interés de las autoridades pesaba más.
Jeffrey era uno de ellos. Esa mañana, apesarado con lo que sus ojos miraban en las noticias, se preparó para ir a su trabajo, como solía hacerlo todos los días, pero lo que ocurría le martillaba el alma.
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En las noticias, en las redes sociales, cada reproducción era una calle inundada, imágenes de personas desaparecidas y derrumbes en varias carreteras.
En ese momento, su cuerpo reaccionó de forma impulsiva, tomó sus cosas y salió de su trabajo. Él sabía que tenía que hacer algo para ayudar a sus compatriotas; empezó a buscar quién podía venderle o alquilar una lancha, ya que era la única forma de recorrer la zona por las inundaciones.
“Conseguí una persona de Omoa que estaba vendiendo una lancha, me preguntó para qué la ocupaba y yo le dije que la ocupaba especialmente para sacar a la gente de La Lima; en ese momento el muchacho mostró empatía y me dijo que me la iba a dar por un precio especial”, contó.
Aunque Jeffrey carecía de experiencia para manejar la lancha, su empatía le dio el valor que necesitaba para poder enfrentar lo que se venía.
Tomó su vehículo y condujo hasta Omoa, un paradisíaco municipio ubicada a 66 kilómetros de San Pedro Sula, donde él vive. Con la puesta de sol y aún en carretera, él solo podía pensar en rescatar a sus amigos de La Lima, devastada por las aguas del caudaloso río Chamelecón.
Cuando llegó a Omoa vio que la lancha era más grande de lo que imaginaba. Por unos instantes no supo cómo subirla al carro, pero varios pobladores se hicieron presente y le ayudaron. La generosidad también se vio cuando buscaba un motor para poder concretar su objetivo y rescatar a esas personas que estaban en apuros.
“El muchacho que iba a rentarme el motor me dijo que él no me iba a cobrar, que solamente le ayudara porque el dejaba a su familia y que ellos subsisten de lo que pescan a diario. Sin conocernos le dije ‘vengase conmigo que yo de navegar no sé nada, pero yo tengo que ir a meterme a La lima para ir a rescatar a esa gente’”, le respondió.Elder, con su piel quemada por el inclemente sol de Omoa y su oficio, sin pensarlo tanto, aceptó la propuesta y junto a Jeffrey se subió al vehículo.
Eran las 7:00 de la noche cuando salieron de Omoa rumbo a San Pedro Sula, era un viaje de un poco más de una hora. El tiempo suficiente para recordar aquellas dolorosas imágenes que por la mañana había observado.
Además, los rumores de que la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco) no estaba dejando pasar a las personas que generosamente ofrecían sus lanchas y ayuda para rescatar a los afectados le causaba temor y malestar.
“Llegando a San Pedro Sula fuimos a la 20 calle a buscar un oficial que se montara con nosotros porque estaban los rumores de que los mareros estaban bajando a la gente de las lanchas y que se las estaban llevando. La policía municipal dijo que ellos no tenían elementos y que La Lima estaba fuera de su jurisdicción y no podían acompañarme”, expresó.
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Sin una garantía de que podría ayudar a sus amigos, Jeffrey siguió su camino. A eso de las 11:00 de la noche, sin la luz de la luna como testigo llegaron a La Lima.
Su primer pensamiento, que inmediatamente compartió con Elmer, fue empezar con las labores de rescate, pero las circunstancias lo impedían: la corriente de los ríos Chotepe y Chamelecón -ambos ubicados en el departamento de Cortés- estaba turbulenta.
Los socorristas les sugirieron que regresaran al día siguiente porque adentrarse en ese momento podría significar poner en riesgo sus vidas y convertirse en víctimas de las chocolatosas aguas, una mezcla entre tierra, basura y restos de cosas que el agua había arrastrado de las casas.
Ambos pasaron la noche en la casa de Jeffrey, donde a la mañana siguiente recibieron la noticia de que la corriente había bajado.
Nuevamente se subieron al vehículo, lograron llegar al aeropuerto Ramón Villeda Morales, que también estaba inundado por las fuertes lluvias y el desbordamiento de los ríos. Desde allí el paso era inaccesible, el vehículo no tenía la capacidad suficiente para poder soportar la corriente.
La situación era tan desesperante que la solidaridad no se hizo espera. Algunas de las personas que estaban en el lugar al verlos con lancha decidieron remolcarlos, lo que les dio una ventaja para guiarla hasta bulevar que da acceso al parque de La Lima.
Toda la zona estaba inundada, como si las casas hubiesen sido construidas sobre el caudaloso río. Desde allí se observaba la desesperación de la gente.
El rescate de Nadia
La mañana del 4 de noviembre Nadia Sedén salió de su trabajo en medio de la fuerte lluvia. Ella y su familia, dedicaron lo que restaba del día para prepararse ante la llegada de Eta. Lo primero fue guardar los documentos personas, además subieron las camas, televisores y utensilios básicos a la segunda planta de la vivienda, donde esa noche dormirían con la esperanza de que la inundación sería leve.En los últimos años, la mayor parte del Valle de Sula ha sido víctima de inundaciones por huracanes que no ingresan al territorio hondureño, pero se forman en el Caribe, cerca de las costas del país.
La gente recuerda tres fenómenos en especial, pero los más fuertes fueron el Fifi y el Mitch, que afectó a todo el país. Este último si ingresó a Honduras, al igual que Eta dejó destrucción, luto y un país lleno de pobreza.
“Por historia en La Lima no se llena mucho, estábamos esperando que el agua llegara por debajo de las ventanas y porque pensábamos que el canal Maya nos iba a ayudar”, relató Nadia.
Eran las 5:00 de la mañana del día siguiente y para sorpresa de muchos el agua subió en apenas 20 minutos, tapando toda la ciudad. Familias enteras y hasta animales buscaban refugio en los tejados y, por si fuera poco, la angustia de los pobladores creció al enterarse en cadena nacional de una posible crecida, unos 4 metros más de lo que había llenado el Mitch en 1998.
“Nosotros teniendo el agua al nivel del techo de la primera planta, esperábamos que nos llegara a la segunda planta y no digamos a las personas que estaban en sus techos. Todos estábamos viendo cómo salir de La Lima”, relató la joven, mientras recordaba esos momentos de angustia.
Los pobladores de La Lima estaban en estado de desesperación, buscando una forma de salir de ese sitio. Unos subían a las lanchas de forma abrupta, provocando volcamientos. Otros inclusive trataron de nadar para poder salir de la zona, pero la corriente era muy fuerte.
“Imagínese estar con la angustia, porque nos dicen que tenemos menos de dos horas para salir del área porque viene una inundación que es catastrófica”, preguntó, pero al no estar en esa situación, responder parecía imprudente.
Mientras Jeffrey estaba listo para poder ingresar y rescatar no solo a su amiga, sino a cuantas personas fuesen necesarias. Los problemas persistían, la corriente no cesaba y llegar hasta la vivienda de su amiga le tomaría otro día.
Afortunadamente Nadia aún tenía carga en su teléfono, lo que le permitió estar en constante contacto con su amigo, suerte con la que no corrieron muchos.
La llamada fue un trago amargo para la hondureña, pues nadie quería seguir en ese lugar. Los gritos de ayuda hacían eco sobre los tejados, pero la peor parte era oír a decenas de personas clamando por un poco de agua bebible.
La impotencia de los rescatistas al darse cuenta del tormento de esas familias era una punzada en el corazón, especialmente para los miembros de la Cruz Roja, Verde y el Cuerpo de Bomberos. Según muchos de los afectados, las autoridades gubernamentales no hicieron nada para rescatarlos, al menos no en esos días.
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La semana transcurrió de forma lenta. Desde el jueves hasta el sábado, Nadia y su familia esperaron por ayuda. El agua todavía llegaba a los techos de las casas y la lluvia cubría el llanto que rodaba por los rostros de cientos de personas que solo quería salir de allí; otras lloraban a sus parientes desaparecidos o fallecidos.
Fue hasta el sábado que Jeffrey logró rescatar a Nadia y a su familia; tampoco dejó del lado a otras personas del vecindario.
La zona era prácticamente inhabitable, ya no era La Lima. La decadencia era lamentable. Las personas no habían comido ni bebido agua, los niños trataban de mantenerse calientes con la poca ropa que portaban, de por sí mojada, y la lluvia no cesaba.
Para Nadia y su familia esas imágenes eran tormentosas, pues ellos afortunadamente habían sido rescatados, pero muchos seguían esperando.
Las vidas animales también cuentan
Mientras Jeffrey seguía con su labor de rescate, no pudo evitar escuchar el llanto de un cachorro que se encontraba atrapado y amarrado en una vivienda. El agua subió tan rápido que muchas familias apenas pudieron salvarse, olvidando a sus mascotas.“Scooby”, como decidieron llamarle, fue rescatado y dejado con sus dueños. Cansado por tratar de luchar contra el agua, el animal apenas movía la cola para agradecer, lo que a este joven, considerado un héroe, le causó satisfacción. Estaba ayudando sin esperar nada a cambio.
En el ir y venir por las aguas que inundaban la ciudad, él y Elder, quien pilotaba la lancha, vieron a lo lejos a otro perrito en un tejado. El animal no se movía, pero respiraba. Cuando se acercaron apenas se veía la alegría en su cola y ojos, esos mismos que horas antes clamaban por ayuda.
El animalito fue llamado “Ángel de la guardia”, pero a diferencia de “Scooby” fue entregado a varios rescatistas para que lo ayudaran.
Además, rescataron a “El Negro”, un perro sin dueños que terminó siendo adoptado por un alma bondadosa que decidió darle una nueva oportunidad de vida.Jeffrey recuerda cada uno de estos momentos con gran felicidad, pues pese a que observó tanto caos y desesperación, le alegra haber hecho algo por los suyos, esas personas que hoy por hoy perdieron todo pero siguen vivas gracias a la amistad.
El joven guardó la lancha en el garaje de su vivienda, pues considera que estará al servicio de la población.