COPÁN, HONDURAS.- Aunque el movimiento comercial mantiene su dinamismo, las acciones de Estados Unidos y del Ministerio Público en la persecución de las personalidades vinculadas al tráfico de drogas ya golpean la vida, principalmente de aquellas familias más desposeídas de este municipio.
El acoso tiene enfurecida a la comunidad que no solo teme los efectos negativos en la economía, sino que también está preocupada de que muchos proyectos sociales y obras de caridad que “Los Señores” apoyaban ya no continúen.
En este lugar -máxime en el área urbana- la vida diaria transcurre de forma agitada. El flujo comercial y el movimiento de la gente es muy fuerte. En el mercado hay de todo y la gente compra; en las tiendas y bodegas los consumidores entran y salen. En las calles los carros de trabajo van y vienen, haciéndose a un lado para darle paso a los carros de lujo y con vidrios polarizados. Las motocicletas y las mototaxis le dan más agilidad a la plaza, mientras que las colegialas -en cuatrimotos o a pie- van por las vías públicas imponiendo el ambiente del estudio y del conocimiento.
En este entorno muy activo, incluso, en pleno medio día, las aceras lucen ocupadas con gente sentada que espera, que descansa o que vigila, cualquiera de las tres cosas.
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Al conocer la fama de este municipio y ver tanto ajetreo, los expertos en finanzas seguramente dirían que el animado mercado de bienes y servicios solo es parte de una economía ficticia, pero será el tiempo el que revelará si este emprendedurismo y consumismo tuvieron su base en capitales ilegítimos o en la riqueza lícita que no puede desconocerse que también existe en el sector.
Algunas personas entrevistadas aseguraron que todo continuará igual, argumentando que las remesas que mandan los migrantes conforman realmente el combustible que mueve el motor del desarrollo de la zona. “Esta gente (los migrantes) tira dinero...” dijo una de ellas.
Pero otros más atrevidos no lo ven así. Ellos sienten que el mundo en que han venido viviendo últimamente se les vendrá abajo. “Ahorita mucha gente se está quejando porque el que le da trabajo al pobre es la gente de pisto; el pobre ¿cómo le da trabajo al pobre?”, reflexionó un paraiseño.
Continuó: actualmente “hay mucha incomodidad de la gente porque los más pobres que uno, estas personas (los llamados Señores) son los que les proveen su casita, les dan alguna vaquita para que la ordeñen, para que hagan queso y ahí vayan pasando. Y la gente muy contenta porque se favorece”.
“Al gobierno no le importa las necesidades de los pobres, ellos no ven eso y solo dan órdenes”, dijo aumentando su tono de voz como para dejar más clara su posición.
¿Veo que la bondad de estas poderosas personas alcanza hasta la Iglesia Católica” se le recordó, pero hábilmente el lugareño desenfundó su tesis: “Mucha gente ha resultado favorecida. La iglesia es un templo del pueblo, igual que la municipalidad es del pueblo, cualquiera que pueda donar, dona”.
Como si tratará de desahogarse, prosiguió diciendo, “desgraciadamente vivimos en un país maldito, corrupto. Mire cuántos jodidos han agarrado con billetes y esos billetes ¿qué los hacen?, se los roban”.
Este sentimiento hacia el Estado y el gobierno, así como ese rencor hacia los servidores públicos corruptos que carga este hombre de poca educación formal, es una generalidad que alcanzó esta línea fronteriza, donde el futuro de una población de 25,152 habitantes, con una economía fortificada en los últimos 14 años, ahora está en la mira.