En muchos países, la población pasó del confinamiento en casa al confinamiento de 'sí mismo': los reencuentros se hacen a distancia, sin abrazos, se evitan las concentraciones y las calles se ven privadas de la efervescencia social.
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¿Por qué poner una distancia, contraria al instinto gregario del hombre? 'Para evitar el contacto: la palabra contagio viene del latín y alude al hecho de tocar', explica a la AFP Anne-Marie Moulin, doctora e historiadora francesa.
La covid-19 se transmite por la gotitas que expulsa un infectado por la nariz y la boca y puesto que no existe ningún tratamiento ni vacuna, limitar los contactos es la única opción junto al lavado de manos y el porte de mascarilla para frenar la epidemia.
Esta idea de distanciamiento encuentra eco en las prácticas ancestrales de lucha contra pandemias. Si bien la primera de las estrategias fue la huida, el distanciamiento se impuso por ejemplo 'a los leprosos durante la Edad Media, que se desplazaban con un tintineo para alejar a los transeúntes', recuerda Moulin.
Dudas sobre la ciudad
El término 'distanciamiento social', traducido del inglés, fue empleado por primera vez en 1918 durante la pandemia de la 'gripe española', en Misuri (Estados Unidos), cuando el médico Max Starkloff decidió prohibir las reuniones de más de 20 personas.LEA: EEUU: La pandemia amenaza con agravar crisis de salud mental
'Lo que hoy es inédito es que debamos distanciarnos en el seno de nuestro propio grupo', afirma la economista francesa Marie-Claude Villeval.
Se cuestiona incluso la esencia del grupo, lo que 'cambia por completo la naturaleza de la ciudad', y nos preguntamos 'por qué conservarla', analiza la geógrafa urbana Lise Bourdeau-Lepage.
Y es que 'uno de los orígenes etimológicos de la palabra 'ville' (ciudad, en francés, ndlr) significa grupo, clan', subraya.
'Si ya no tenemos la posibilidad de vivir en una proximidad geográfica, por ejemplo en lugares emblemáticos como los bares y los mercados, nuestra percepción de la ciudad puede cambiar', afirma.
¿Habrá un 'regreso del movimiento higienista', el movimiento arquitectónico que inspiró al barón Haussmann para reconstruir París a finales del siglo XIX? ¿Se pensará en un urbanismo diferente, 'por ejemplo, para poder caminar sobre aceras más amplias?', se pregunta la geógrafa.
¿Repliegue o solidaridad?
La epidemia puso en evidencia además la necesidad del otro y del contacto físico, que hasta ahora las costumbres sociales satisfacían.Pero después de este episodio, '¿buscaremos más la presencia del otro o se asistiría a una desconfianza generalizada? ¿La gente se saludará con besos o adoptará una nueva norma?', destaca la economista Villeval.
Su laboratorio de análisis y teoría económica reunió a 400 voluntarios para buscar una respuesta, con juegos 'en los que incluimos una distancia artificial'.
El estudio en curso parte de dos hipótesis contradictorias: o bien el repliegue en sí mismo reducirá la cohesión social alentando comportamientos más egoístas o bien el sentimiento de falta de contacto reforzará la solidaridad.
Estudios anteriores mostraron un alza de la generosidad después de tragedias como los atentados del 11 de septiembre de 2001. En esta ocasión 'la confianza podría progresar si la mayoría respeta las medidas de prevención', según Villeval.
La geógrafa urbana Bourdeau-Lepage subraya no obstante que el distanciamiento no se vive de la misma manera entre clases sociales y que este podría profundizar las desigualdades.
Por ejemplo la densidad urbana no es la misma en los barrios de una ciudad. 'En las zonas burguesas, las avenidas son más amplias, el desconfinamiento es más fácil'.
También están las diferencias culturales. En muchos países de África es 'más complejo limitar las relaciones sociales por motivos sanitarios', según el antropólogo de salud en África Occidental, Yannick Jaffré.
La relación con las distancias socioculturales es 'más intensa, con una cultura táctil fuerte', analiza este investigador. 'Existe incluso un sistema de obligación social más importante en las familias, que deben acoger, cuando el distanciamiento reclama una regulación racional de las visitas. Son movimientos contrarios'.
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