ALKEN, Bélgica .- Aspirando el poco oxígeno que sus pulmones todavía podían procesar, Diane Wanten seguía decidida a dar pelea al mal que está matando a decenas de miles de personas por semana en todo el mundo. Todavía tenía muchas cosas por delante.
“No dejaba de pensar, ‘tengo que sobrevivir, quiero volver a casa’”, relató al recordar los lúgubres días en una unidad de cuidados intensivos de hace pocas semanas. “Por las noches trataba de permanecer despierta un rato más para asegurarme de que estaba viva. Cruzaba los dedos para despertarme al día siguiente”.
Tenía la cabeza totalmente cubierta por un protector claustrofóbico y a veces se despertaba en medio de la noche en un estado de pánico, sin recordar si había dejado suficientes pastillas para su esposo, quien padece el mal de Parkinson y un principio de demencia.
Finalmente ganó la pulseada con el COVID-19, después de tres semanas de hospitalización, incluidos 16 días en la unidad de cuidados intensivos. Está de vuelta con su marido, Francesco, completando su recuperación en la casa de su hijo. Todavía no hay abrazos. Wanten, de 61 años, se mantiene aislada en una habitación, sin que su marido sepa bien qué está pasando. Las miradas que se hacen, no obstante, bien valen la pena.
Habla con vos ronca y todavía no respira normalmente, pero Wanten tiene una recomendación para todos los que tratan de reponerse de una enfermedad que ha matado a al menos 200,000 personas a nivel mundial e infectado a millones.
“A todos les digo: Sigan dando pelea”, expresó. “Al principio es duro. Pero cuando ves los resultados, les digo a todos: Inténtenlo”. Casi todos los que libran estas batallas tienen familias que esperan, amigos, seres queridos.
Antes de que el virus golpease su puerta, Wanten sabía lo dura que podía ser la vida. Había vendido zapatos, limpiado oficinas y se había casado con un joven trabajador de minas cuyo padre había venido de la región de La Spezia, en Italia, durante las grandes migraciones posteriores a las guerras. Su esposo fue golpeado por el mal de Parkinson cuando tenía 38 años y, desde hace un año, sufre de demencia. Ella sobrellevó un cáncer hace cinco años.
“Pasó por muchas cosas”, dice su hijo Frederico Taramaschi.
El coronavirus la tomó desprevenida. Había soportado fiebre y tos con analgésicos y jarabe, pero una semana después volvió a sentirse mal. La provincia de Limburg donde vive es el epicentro del coronavirus en Bélgica.
Se hizo ver el 3 de abril y cuando llegó al hospital Jessa de la ciudad de Hasselt, “no podía casi respirar”. El médico la envió directo a la sala de emergencias.
El hospital, uno de los más grandes de Bélgica, 80 kilómetros (50 millas) al este de Bruselas, ya sentía el rigor de la batalla contra el virus. En 24 horas la provincial de Limburg pasó de 257 casos a 343.
Confusa por la medicina y temerosa de morir en los primeros días, a menudo pensó en su marido. “No entendía bien todo lo que pasaba a mi alrededor, pero pensaba en él: ¿Cómo estaría?”.
“Siempre le dije, ‘el día que tú ya no estés aquí, yo también me quiero ir’. Tuve que recomponerme porque no quería que muriésemos los dos”.
Para entonces Frederico y su esposa, Tania, ya cuidaban a su marido. Se temía que Frederico pudiese contraer también él el virus, pero él asegura que no lo pensó dos veces. “Mis padres siempre se ocuparon de mí”.
Al final Wanten se repuso y nadie más contrajo el virus. Pero la recuperación será larga. Recién empieza.
“Me sentía mareada, no podía mantener el equilibrio y me costaba respirar” al salir de terapia intensiva, dijo ella. No era fácil levantarse, prueba del daño que habían sufrido sus pulmones. Hablaba con dificultad.
“La recuperación toma meses porque quedan muy débiles”, dijo el doctor Luc Jameaer, del hospital Jessa. “Se les atrofian los músculos, más que con otras enfermedades”.
Lentamente fue recuperando las fuerzas y la semana pasada se le permitió movilizarse sin silla de ruedas y subirse al auto de su hijo para seguir su recuperación en su casa.
Ya empieza a pensar en el futuro.
“Aprendí que tengo que hacer las cosas mejor. Su medicina siempre está en dos cajas. Tengo que dejar indicaciones escritas por si se terminan”.
Para Frederico, la enfermedad de su madre reforzó si creencia en el carpe diem. “Hay que sacar el mejor provecho posible de cada día. Nadie sabe lo que nos deparará el mañana”.
“No dejaba de pensar, ‘tengo que sobrevivir, quiero volver a casa’”, relató al recordar los lúgubres días en una unidad de cuidados intensivos de hace pocas semanas. “Por las noches trataba de permanecer despierta un rato más para asegurarme de que estaba viva. Cruzaba los dedos para despertarme al día siguiente”.
Tenía la cabeza totalmente cubierta por un protector claustrofóbico y a veces se despertaba en medio de la noche en un estado de pánico, sin recordar si había dejado suficientes pastillas para su esposo, quien padece el mal de Parkinson y un principio de demencia.
Finalmente ganó la pulseada con el COVID-19, después de tres semanas de hospitalización, incluidos 16 días en la unidad de cuidados intensivos. Está de vuelta con su marido, Francesco, completando su recuperación en la casa de su hijo. Todavía no hay abrazos. Wanten, de 61 años, se mantiene aislada en una habitación, sin que su marido sepa bien qué está pasando. Las miradas que se hacen, no obstante, bien valen la pena.
Habla con vos ronca y todavía no respira normalmente, pero Wanten tiene una recomendación para todos los que tratan de reponerse de una enfermedad que ha matado a al menos 200,000 personas a nivel mundial e infectado a millones.
“A todos les digo: Sigan dando pelea”, expresó. “Al principio es duro. Pero cuando ves los resultados, les digo a todos: Inténtenlo”. Casi todos los que libran estas batallas tienen familias que esperan, amigos, seres queridos.
Antes de que el virus golpease su puerta, Wanten sabía lo dura que podía ser la vida. Había vendido zapatos, limpiado oficinas y se había casado con un joven trabajador de minas cuyo padre había venido de la región de La Spezia, en Italia, durante las grandes migraciones posteriores a las guerras. Su esposo fue golpeado por el mal de Parkinson cuando tenía 38 años y, desde hace un año, sufre de demencia. Ella sobrellevó un cáncer hace cinco años.
“Pasó por muchas cosas”, dice su hijo Frederico Taramaschi.
El coronavirus la tomó desprevenida. Había soportado fiebre y tos con analgésicos y jarabe, pero una semana después volvió a sentirse mal. La provincia de Limburg donde vive es el epicentro del coronavirus en Bélgica.
Se hizo ver el 3 de abril y cuando llegó al hospital Jessa de la ciudad de Hasselt, “no podía casi respirar”. El médico la envió directo a la sala de emergencias.
El hospital, uno de los más grandes de Bélgica, 80 kilómetros (50 millas) al este de Bruselas, ya sentía el rigor de la batalla contra el virus. En 24 horas la provincial de Limburg pasó de 257 casos a 343.
Confusa por la medicina y temerosa de morir en los primeros días, a menudo pensó en su marido. “No entendía bien todo lo que pasaba a mi alrededor, pero pensaba en él: ¿Cómo estaría?”.
“Siempre le dije, ‘el día que tú ya no estés aquí, yo también me quiero ir’. Tuve que recomponerme porque no quería que muriésemos los dos”.
Para entonces Frederico y su esposa, Tania, ya cuidaban a su marido. Se temía que Frederico pudiese contraer también él el virus, pero él asegura que no lo pensó dos veces. “Mis padres siempre se ocuparon de mí”.
Al final Wanten se repuso y nadie más contrajo el virus. Pero la recuperación será larga. Recién empieza.
“Me sentía mareada, no podía mantener el equilibrio y me costaba respirar” al salir de terapia intensiva, dijo ella. No era fácil levantarse, prueba del daño que habían sufrido sus pulmones. Hablaba con dificultad.
“La recuperación toma meses porque quedan muy débiles”, dijo el doctor Luc Jameaer, del hospital Jessa. “Se les atrofian los músculos, más que con otras enfermedades”.
Lentamente fue recuperando las fuerzas y la semana pasada se le permitió movilizarse sin silla de ruedas y subirse al auto de su hijo para seguir su recuperación en su casa.
Ya empieza a pensar en el futuro.
“Aprendí que tengo que hacer las cosas mejor. Su medicina siempre está en dos cajas. Tengo que dejar indicaciones escritas por si se terminan”.
Para Frederico, la enfermedad de su madre reforzó si creencia en el carpe diem. “Hay que sacar el mejor provecho posible de cada día. Nadie sabe lo que nos deparará el mañana”.