Ahora algunos temen que esos temores se estén cumpliendo.
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En el sur de Yemen, varios trabajadores sanitarios dejaron sus puestos en masa por la falta de equipo de protección, y algunos hospitales rechazaban a los pacientes con problemas respiratorios. En Darfur, una región de Sudán castigada por la guerra donde había poca capacidad para hacer pruebas, una enfermedad similar al covid-19 se extendía por campos para desplazados internos.
Los casos se disparaban en India y Pakistán, hogar de más de 1,500 millones de personas y donde las autoridades dijeron que las cuarentenas ya no eran una opción debido a la alta pobreza.
En América Latina, Brasil tiene una cifra de casos confirmados y muertos sólo superada por Estados Unidos, y su presidente rechazaba tomar medidas para frenar la expansión del virus. Había escaladas alarmantes en Perú, Chile, Ecuador y Panamá, incluso después de que se impusieran cuarentenas al inicio del brote.
También aparecían reportes de casos en hospitales de Sudáfrica, que tiene la economía más desarrollada de su continente. Los pacientes enfermos yacían en camas en los pasillos de un hospital que se quedó sin espacio. En otro hizo falta una morque de emergencia para alojar más de 700 cuerpos.
En todo el mundo se han confirmado 10 millones de casos y más de 500.000 muertes, según un conteo de la Universidad de Johns Hopkins basado en reportes del gobierno. Los expertos creen que esas dos cifras están muy por debajo del alcance real de la pandemia, debido a la falta de pruebas y a los casos leves sin diagnosticar.
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Sudáfrica tiene más de un tercio de los casos confirmados de covid-19 en África. Está por delante de otros países del continente en la curva de contagio y se acerca a su pico. La pandemia ha llevado al límite sus infraestructuras, algo preocupante porque se cree que el sistema de salud sudafricano es el mejor del continente.
La mayoría de los países pobres tomaron medidas pronto. Por ahora, podría decirse que algunos, como Uganda, que ya tenía un sofisticado sistema de detección establecido durante sus años de lucha contra la fiebre hemorrágica, han tenido más éxito que Estados Unidos y otros países acomodados en la lucha contra el coronavirus.
Pero desde el inicio de la pandemia, los países pobres o marcados por los conflictos se han visto en general en gran desventaja, y la situación no ha mejorado.
La carrera global por conseguir equipos de protección disparó los precios. También ha sido difícil conseguir materiales para pruebas diagnósticas. Rastrear y aislar a los pacientes requiere muchos trabajadores médicos.
“Es todo un efecto dominó”, dijo Kate White, responsable de emergencias en Médicos Sin Fronteras. “Cada vez que haya países que no están tan bien como otros a nivel económico, se verán afectados de forma negativa”.
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Los expertos globales dicen que hacer pruebas es clave, pero tras meses de pandemia, pocos países en desarrollo pueden seguir haciendo las decenas de miles de pruebas semanales necesarias para detectar y contener los brotes.
“La mayoría de los lugares donde trabajamos no pueden tener ese nivel de capacidad de análisis, y es el nivel que necesitas tener para tener de verdad las cosas bajo control”, dijo White.
Sudáfrica es el país africano que hace más pruebas, pero un sistema antes prometedor se ha visto sobrepasado en Ciudad del Cabo, que por sí sola ya ha reportado más casos que cualquier otro país africano salvo Egipto. El desabastecimiento de kits de pruebas ha obligado a las autoridades a renunciar a hacer pruebas a los menores de 55 salvo que tengan problemas graves de salud o estén hospitalizados.
No sería difícil que se produjera un brote similar al de Ciudad del Cabo en “las grandes ciudades de Nigeria, Congo, Kenia” y ellos “no tienen los recursos sanitarios que tenemos nosotros”, dijo François Venter, experto sudafricano en salud de la Universidad de Witswatersrand, en Johannesburgo.
Es probable que el confinamiento sea la protección más eficaz, pero se han cobrado un alto precio incluso en las familias de clase media de Europa y Norteamérica, y son devastadoras en lo económico en países en desarrollo.
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La cuarentena en India, la más grande del mundo, hizo que un sinfín de trabajadores migrantes en grandes ciudades perdieran el empleo de un día para otro. Por miedo al hambre, miles fueron a pie por las autopistas para regresar a sus poblados natales, y muchos murieron en accidentes de tránsito o por deshidratación.
El gobierno ha creado después centros de cuarentena y ahora ofrece trenes especiales para llevar a la gente a casa de forma segura, pero se teme que la migración ya haya expandido el virus a las zonas rurales, donde la infraestructura de salud es aún más endeble.
La pobreza también ha acelerado la pandemia en América Latina, donde millones de personas con trabajos informales siguen saliendo a trabajar, antes de regresar a casas abarrotadas donde contagian el virus a sus parientes.
El estricto confinamiento de tres meses en Perú no logró contener el brote, y ahora es el sexto país del mundo con más casos, para una población de 32 millones de personas, según Johns Hopkins. Las unidades de cuidados intensivos tienen una ocupación cercana al 88% y el virus no da visos de remitir.
“Los hospitales están al borde del colapso”, dijo el epidemiólogo Ciro Maguiña, profesor de medicina en la Universidd Cayetano Heredia en la capital, Lima.
Grupos humanitarios han intentado ayudar, pero sufren sus propios problemas. Médicos Sin Fronteras dice que el precio que paga por las mascarillas llegó a multiplicarse por tres y sigue siendo más alto de lo normal.
El grupo también tiene problemas para transportar suministros médicos a zonas remotas, ya que los vuelos nacionales e internacionales se han reducido de forma drástica. Y como los países adinerados que suelen donar tienen problemas con sus brotes, se teme que recorten la ayuda humanitaria.
Yemen, que lleva cinco años sumida en una guerra civil, ya sufría la peor crisis humanitaria del mundo antes de la pandemia. Ahora los rebeldes hutíes están bloqueando toda la información sobre un brote en el norte, y el sistema de salud en el sur, controlado por el gobierno, se está derrumbando.
“El coronavirus ha invadido nuestras casas, nuestras ciudades, nuestros campos”, dijo el doctor Abdul Rahman al-Azraqi, especialista de medicina interna y exdirector de hospital en la ciudad de Taiz, dividida entre fuerzas rivales. Estima que el 90% de los pacientes yemeníes mueren en casa.
“Nuestro hospital no tiene médicos, sólo unas pocas enfermeras y administrativos. En la práctica no hay tratamiento médico”.
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