Baalbek, Líbano.- Con un registro de huéspedes lleno de figuras como el coronel británico ‘Lawrence de Arabia’, el histórico Hotel Palmira de Baalbek, en el este del Líbano, ha tenido que cerrar sus puertas por primera vez en sus 150 años de vida tras resultar dañado en un bombardeo israelí contra sus inmediaciones.
En medio de las bombas, el hijo de los dueños, Hassan al Husseini, luchó por arreglar los daños urgentes en el tejado antes de que llegaran las lluvias y, aunque aún queda mucho por hacer, espera poder reabrir el establecimiento este mismo fin de año para reflejar la “resiliencia” de esta ciudad milenaria.
“Esta era la mejor vista del hotel (...) Suele nevar en Baalbek, así que puedes ver los templos cubiertos de blanco”, comenta el joven a EFE frente al ventanal roto de una suite, cubierto con paneles que impiden observar las ruinas grecorromanas patrimonio de la Unesco, justo enfrente.
A comienzos de noviembre, en medio de una cruenta ofensiva aérea de dos meses contra el Líbano, los cazas israelíes alcanzaron una tienda tradicional de abayas o túnicas femeninas a escasos metros del Palmira. Las ruinas del inmueble aún marcan el lugar del impacto, justo entre los vestigios romanos y el histórico hotel.
“Es triste verlo así, no estoy acostumbrado a ello. Incluso durante las peores épocas veías el hotel abierto, a los huéspedes aquí”, destaca Al Husseini.
La odisea
El Palmira fue construido por un empresario griego en 1874, años antes de que incluso las importantes ruinas de Baalbek fueran excavadas, pues por aquel entonces la ciudad estaba en la ruta de peregrinaje que frecuentaban los europeos camino a Jerusalén.
Por él, han pasado el fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Ataturk; el físico Albert Einstein; la escritora Agatha Christie, y una larga lista de monarcas o artistas.
Hoy, sus ventanas están tapiadas, y presenta daños en diversas puertas y otros pedazos de historia en forma de lámpara o muebles de madera. “¿Ves esas grietas en el lado del tejado? Antes no estaban aquí, todo el edificio se movió y tembló”, explica al Husseini, cuyo padre compró el hotel en 1986.
Un ingeniero tiene que revisar el estado de la estructura antes de continuar reparando las heridas dejadas por el bombardeo, que también hirió a dos trabajadores del establecimiento y envió directos a su tejado “grandes trozos de roca” desprendidos de la tienda de abayas.
“Entrabas a habitaciones y veías el cielo (...) Cayó el tejado y cayeron las tejas, tuvimos vigas estructurales dañadas bajo las tejas, las arreglamos todas”, relata el joven.
Al Husseini comenzó a abordar esa parte del trabajo al día siguiente del ataque, pues se esperaban lluvias pronto y la entrada de agua empeoraría los daños, haciendo todo más “insalvable”.
Sin embargo, por aquel entonces el Ejército israelí se estaba ensañando con Baalbek y había ordenado su evacuación, lo que convirtió en una absoluta odisea encontrar los materiales y trabajadores necesarios para llevar a cabo el urgente proceso.
El hostelero tuvo que traer varios viajes de tejas desde Beirut, ya que “todas” las tiendas en la Ciudad del Sol estaban cerradas.
“Una teja son 2,5 kilos, ponía en mi coche normal 200 tejas. Así que unos 500 kilos y conducía a unos 100 kilómetros por hora solo para poder llegar a tiempo, para que los trabajadores esperasen”, recuerda.
Resiliencia
Iba y venía cada día desde la capital, saliendo temprano para poder supervisar los trabajos. “Cuando comenzaban a bombardear, mis padres se volvían locos y me llamaban para que me fuera de inmediato”, apunta.
“Todo el camino de ida y de vuelta, rezaba a todos los profetas y religiones para que nada pasara, para que pudiera llegar hasta aquí con las tejas a tiempo, de modo que los trabajadores no se fueran”, agrega.
Aunque desde la semana pasada está en vigor un alto el fuego en el Líbano, sigue siendo difícil hallar los especialistas y las piezas antiguas necesarias para abordar las reparaciones conservando el “viejo espíritu” del Palmira, un ecléctico espacio que da la sensación de haber viajado en una máquina del tiempo.
“Los picaportes que volaron, los baños, todo es difícil de encontrar otra vez. Tienes que buscarlos por internet en pequeños establecimientos de Reino Unido”, señala Al Husseini.
Sabe que todo eso llevará muchos meses, pero por ahora se fija en su objetivo más inmediato: poder reabrir con una fiesta como las de antes el 31 de diciembre, alentado por el apoyo recibido de huéspedes y amigos del hotel tras el ataque.
Para Samar Abu Zeid, una de ellas, el Palmira es “tan importante” como las ruinas grecorromanas frente a las que se ubica y siente que “pertenece a cada libanés”, no solo a sus dueños.
“Todos lloramos mucho cuando vimos lo que le pasó al Hotel Palmira, porque es nuestra cultura, es nuestra historia (...) Baalbek es el origen de todo, es la Ciudad del Sol, no destruyes Baalbek porque estás destruyendo algo que pertenece a la humanidad”, concluye entre sollozos.