Ir a Marte no será precisamente un viaje en primera clase. Para recorrer una distancia cercana a los 79 millones de kilómetros, habrá que viajar unos tres años confinado en una nave espacial y llevarse bien con los otros tripulantes de la misión, cosa ya complicada en una oficina y peor todavía en un laboratorio espacial de alta tecnología.
Los espacios serán tan pequeños, que en caso de «bronca» será difícil eso de buscar un sitio donde nadie pueda molestar.
Además, habrá que alimentarse de comida liofilizada, o con suerte de lechugas espaciales o insectos como fuente de vitaminas y proteínas. Qué delicia.
En cuanto a las necesidades íntimas y cotidianas, habrá que cortarse las uñas junto a un aspirador para evitar molestas y potencialmente destructivas colisiones con los restos en mitad de la ingravidez.
Si el estrés y la locura acechan, no habrá sitio para una ducha relajante. En vez de eso, habrá que lavarse el pelo con una especie de aerosol, ante la mirada de los otros astronautas.
Se ha descubierto agua en Marte, a partir de unos estrechos canales en los que los restos de sal indican que en ocasiones, el agua del subsuelo sube y resbala por las laderas de algunos cráteres marcianos. Para algunos, eso refuerza el sueño de enviar exploradores o quizás incluso asentarse para conquistar el Sistema Solar.
Para otros, es una noticia estupenda que podría ser la antesala de que hay vida en Marte. Sea como sea, ¿qué encontraría un astronauta de la NASA que quisiera ir al Planeta Rojo?