Abejas forenses en Virginia ayudan a investigar cuerpos en descomposición
En Virginia, investigadores estudian abejas y colmenas cerca de cuerpos en descomposición, usando insectos para detectar rastros de compuestos orgánicos
La “granja de cuerpos” de la Universidad George Mason recrea la escena de un crimen al aire libre con restos humanos. (Matailong Du para The New York Times)
Por Christine Hauser/The New York Times
MANASSAS, Virginia — En lo profundo de los bosques del norte de Virginia, dos cuerpos humanos fueron llevados en mayo a un lugar remoto y dejados a descomponerse. A medida que la naturaleza sigue su curso, los cadáveres exudarán compuestos orgánicos al aire y al suelo. Las flores cercanas absorberán los rastros de la descomposición, que las abejas polinizadoras llevarán a las colmenas.
Investigadores forenses de la Universidad George Mason, en Virginia, planean estudiar las abejas, su miel y las colmenas cerca del lugar de entierro, una nueva “granja de cuerpos” en Manassas. Debido a que las abejas se alimentan cerca de sus colmenas, los investigadores esperan llegar a una fórmula para la descomposición humana que los investigadores puedan utilizar cuando revisen amplias extensiones de tierra en busca de muertos ocultos.
Las abejas “son pequeñas luchadoras con alas contra el crimen”, dijo Mary Ellen O’Toole, directora del programa de ciencia forense de George Mason.
La granja de cadáveres es uno de más de media docena de sitios de investigación en Estados Unidos diseñados para replicar una escena del crimen al aire libre donde se encuentran restos humanos.
La labor con los cadáveres donados en la granja de cuerpos, denominada Laboratorio de Investigación y Formación en Ciencias Forenses, inició el 28 de mayo. El lugar, un bosque de 2 hectáreas, está rodeado por una valla metálica rematada con alambre de púas.
Ante docentes, estudiantes, funcionarios de seguridad pública y el Programa Anatómico del Estado de Virginia, O’Toole dijo algunas palabras ese día: “Algunos pueden decir que ésta es una ciencia espantosa, pero en realidad es una ciencia que da vida. Al hacer todo esto, podemos salvar vidas identificando y procesando a los culpables de las muertes prematuras y asesinatos de seres queridos”.
Ambos cuerpos donados eran varones. Uno fue enterrado en el suelo arcilloso. El otro, vestido con una camisa larga, fue dejado en la superficie.
El terreno, así como la ruta hasta allí, no fue desmontado para que el lugar pareciera la escena de un crimen —un asesino no elegiría un lugar frecuentado.
Al descomponerse los cuerpos, la materia orgánica impregnará el aire y el follaje circundante. Las abejas se posarán en varas de oro y equináceas nativas, plantadas en círculo alrededor de los cuerpos para atraer a los insectos.
Molly Kilcarr, una profesora asistente, y Emily Rancourt, una profesora de medicina forense, registran periódicamente datos sobre la actividad de los insectos y recopilan mechones de cabello, huellas dactilares y recortes de uñas para documentar el deterioro que se está produciendo.
El equipo examinará las colmenas, ubicadas justo afuera de la valla, para ver si la miel contiene rastros de los volátiles compuestos orgánicos liberados por los cuerpos humanos en descomposición.
Con más investigación, dijo O’Toole, las abejas posiblemente podrían proporcionar la base científica para obtener órdenes de cateo. Se podría reclutar apicultores para que compartan acceso a sus colmenas cerca de un área donde los investigadores estén buscando pistas.
En el 2007, un hombre llamado Donald Brew confesó haberle disparado a una mujer en la cabeza en la década de 1960 y haberla enterrado en el Parque Prince William Forest, unos 20 kilómetros al sureste de Manassas. Brew, ex Sargento del Ejército de EU, llevó a un equipo que incluía a Rancourt, que trabajaba con investigadores del condado de Prince William en ese entonces, por el bosque durante horas, tratando de encontrar el lugar del entierro. Pero el tiempo había erosionado su memoria y alterado el terreno. Incluso con perros detectores de cadáveres y radares de penetración terrestre, no se pudieron localizar los restos de la mujer.
Rancourt dijo que si el equipo hubiera encontrado una colmena de abejas y hubiera calculado un radio de 8 kilómetros, la trayectoria del caso podría haber cambiado.
“En lugar de eso, andábamos allí afuera buscando sin rumbo ni dirección fija”, dijo.
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