“Asesinato colateral”, el primer material que filtró Julian Assange
Julian Assange, fundador de WikiLeaks, se convirtió en un referente histórico del siglo XXI en el hackeo y filtración de documentos de seguridad nacional
Julian Assange se negó a aceptar que los gobiernos democráticos requieren cierto grado de hermetismo. (Andrew Testa para The New York Times)
Por Mattathias Schwartz/The New York Times
El 5 de abril del 2010, un hombre alto y delgado con una mata de cabello plateado se acercó a un podio en el National Press Club en Washington. Tenía cuatro años de operar un sitio web de noticias poco conocido desde Islandia, y muchos de los aproximadamente 40 periodistas (incluyéndome a mi) que acudieron apenas habían oído hablar de él. Tres días antes, habíamos recibido un correo electrónico prometiendo un “video clasificado nunca antes visto” con “pruebas dramáticas y nuevos datos”.
Pero incluso ese bombo publicitario puede haberse quedado corto ante lo que sucedió después de que el hombre, Julian Assange, presionó “play”.
Antes, la información que los expertos filtraban al público estaba en gran medida circunscrita por las limitaciones del papel. Ahora, miles de documentos —junto con imágenes, videos, hojas de cálculo, correos electrónico, código fuente y registros de chat— podían guardarse en una memoria USB y transmitirse a todo el mundo en cuestión de segundos.
El video de Assange se titulaba “Asesinato colateral”. Abría con una fotografía de un hijo sosteniendo una foto de su padre muerto, un chofer para la agencia de noticias Reuters, seguida de un video filtrado del 2007 que mostraba a un helicóptero estadounidense disparando y matando a un fotógrafo y un chofer de Reuters en una calle de Bagdad.
Se oía la voz de un soldado estadounidense refiriéndose a uno de los empleados de Reuters con un insulto. El video parecía contradecir a un portavoz del Departamento de Defensa de Estados Unidos, quien había afirmado que el ataque aéreo fue parte de “operaciones de combate contra una fuerza hostil”. En cuestión de horas, la nota fue retomada por Al Jazeera, MSNBC y The New York Times.
Lo que siguió fue una cadena de revelaciones sísmicas, algunas por parte del sitio de Assange, WikiLeaks, otras por otros medios. Continúa hasta el día de hoy, incluyendo las revelaciones de Edward Snowden de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (2013), los Papeles de Panamá (2016), los detalles de los ciberprogramas ofensivos de Estados Unidos (2017) y la laptop de Hunter Biden (2020).
En retrospectiva, es fácil ver a Assange como el padre de la revolución digital en materia de filtraciones.
“A finales de la década de 1990 y principios de la del 2000, la gente hackeaba sistemas y tomaba documentos, pero esos hackers no estaban ideológicamente inclinados a hackear y filtrar”, dijo Gabriella Coleman, profesora de antropología en la Universidad de Harvard.
Assange fue el primero en descubrir cómo llevar los frutos del hackeo y las filtraciones a las grandes audiencias a las que llegan los medios de noticias tradicionales. Incluso ahora que su saga legal llega a su fin con su declaración de culpabilidad y su regreso a Australia, está claro que su legado más amplio aún se está desarrollando.
El 26 de junio, Assange se declaró culpable de conspirar con una fuente, Chelsea Manning, para obtener y publicar secretos gubernamentales en violación de la Ley de Espionaje de EU.
Assange se describió a sí mismo como un guerrero, comprometido con la causa de la transparencia radical. Se negó a aceptar que incluso los gobiernos democráticos requerían cierto grado de hermetismo. En sus palabras, buscó “cambiar el comportamiento del régimen” haciendo insostenible el hermetismo mismo. En su lugar surgiría la “voluntad del pueblo a la verdad, el amor y la autorrealización”.
James R. Clapper Jr., director de inteligencia nacional durante la presidencia de Barack Obama, dijo que rechazaba la idea de que las revelaciones de Assange hubieran cambiado la opinión de alguien sobre la moralidad del aparato de inteligencia estadounidense. Más bien, dijo, WikiLeaks simplemente reforzó las opiniones de la facción que ya creía que las agencias de espionaje estadounidenses eran “malévolas”.
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