Competencia y camaradería: la feroz pasión por las carreras de palomas

En el Lyndhurst Homing Pigeon Club, la amistad se transforma en rivalidad en el día de la carrera, donde los premios de miles de dólares están en juego

  • 11 de diciembre de 2024 a las 15:58
Competencia y camaradería: la feroz pasión por las carreras de palomas
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Por Tracey Tully / 2024 The New York Times

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En el Lyndhurst Homing Pigeon Club de Nueva Jersey, todos los miembros son amigos hasta el día de la carrera. Es entonces cuando el derecho a fanfarronear y los miles de dólares en premios desatan una feroz vena competitiva.

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Un reciente sábado por la noche, a horas de la primera carrera de una nueva temporada, Joe Esteves, de 42 años, presidente del club, llevó a la casa club un guacal con 25 palomas. Cada ave había sido criada desde su nacimiento para el pasatiempo centenario de las carreras de palomas. Y aunque la primera carrera en la vida de las palomas sería de 160 kilómetros, el margen de victoria podría ser cuestión de segundos.

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La sala estaba llena de la plática de miembros del club y una corriente subyacente de tácitos rencores competitivos. Escenas similares se desarrollaban en más de dos docenas de clubes de palomas mensajeras en Nueva Jersey.

El Lyndhurst Homing Pigeon Club es uno de más de dos docenas de clubes similares que aún operan en Nueva Jersey.
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El boxeador Mike Tyson mantiene palomas detrás de un bar en Jersey City. La mayoría de los demás corredores son menos famosos, pero no menos apasionados.

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“Esta noche yo, tú, alguien más, va al club”, explicó Mario Costa, de 70 años, propietario del bar, el Ringside. “Traes tus mejores aves. El que llegue primero a casa, gana”.

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Pero en los últimos años, menos espacios abiertos y tradiciones en rápido desvanecimiento han reducido el número de participantes, amenazando un pasatiempo que tiene sus raíces en el antiguo Egipto. Los activistas por los derechos de los animales, que consideran a las carreras una forma de abuso, dicen adiós y hasta nunca.

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El inicio de una competencia —la liberación— puede ser tan tenso como espectacular. Las aves alzan el vuelo, ondulando por el cielo antes de orientarse hacia el este, hacia casa. En un buen día, volarán a unos 95 kilómetros por hora, aunque las campeonas con el beneficio de un fuerte viento de cola han alcanzado velocidades de casi 160 kilómetros por hora.

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Las aves de más de un año a veces compiten en carreras de 800 kilómetros o más.

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Este año, Daniel Quinn es el liberador del Central Jersey Combine, que coordina las competencias locales. Los domingos de carreras, Quinn, de 61 años, duerme en la cabina de un camión que puede contener jaulas para más de 4 mil aves. Poco después del amanecer, él y el conductor liberan a las concursantes más o menos a la vez.

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¿Cómo hallan las aves el camino a casa? En territorio desconocido, los científicos han descubierto que las aves se guían por el olfato, el campo magnético de la Tierra y el ángulo del Sol; en terreno familiar, confían en el paisaje.

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Las competencias organizadas de palomas comenzaron en Bélgica a principios del siglo 19, y las primeras carreras en Estados Unidos se llevaron a cabo décadas después, en Nueva Jersey y Nueva York. El deporte sigue siendo más dinámico en Europa, donde una paloma de 2 años, New Kim, se vendió en 1.9 millones de dólares en el 2020 y las principales carreras en Barcelona atraen a más de 17 mil aves. En Estados Unidos, las carreras de un solo palomar —donde las aves compiten sólo contra palomas alojadas en el mismo palomar profesionalmente operado— anuncian bolsas ganadoras de hasta 1.2 millones de dólares.

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En el club Lyndhurst, los premios se derivan de las cuotas de inscripción, y una carrera de larga distancia de primer nivel puede ganarle al primer lugar alrededor de 6 mil 500 dólares.

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Inmigrantes de países como Portugal, Polonia y Filipinas han infundido nueva energía al deporte. Pero la modernidad ha pasado factura. A los 56 años, Wesley Wilczewski es el miembro más joven del Queen City Pigeon Club, en Piscataway, Nueva Jersey.

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“Está reduciéndose como loco”, dijo Wilczewski, un plomero que aprendió el deporte de su padre en Polonia. “Nadie quiere pasar tiempo limpiando el palomar. Quieren jugar en los teléfonos”.

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Hoboken, una ciudad al otro lado del Río Hudson de Manhattan, alguna vez fue el hogar de cientos de palomares en las azoteas, una tradición conmemorada en la película clásica de 1954 “Nido de Ratas”, estelarizada por Marlon Brando. Pero esa y muchas otras comunidades en Nueva Jersey han prohibido los palomares, cediendo a las preocupaciones sobre roedores, la demanda por edificios de departamentos de lujo con terrazas en la azotea y la presión de las organizaciones de derechos de los animales. Durante las carreras y los entrenamientos, las aves están expuestas a los elementos y a los depredadores. No todas regresan a casa.

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Sin embargo, los corredores de palomas de Nueva Jersey dicen que se enorgullecen de tratar bien a sus animales.

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“Vuelven a casa”, dijo Steven Costa, de 34 años, miembro de un club de carreras. “Eso significa que las estoy haciendo felices”.

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© 2024 The New York Times Company

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