Disney es un idioma. ¿Todavía se habla?
Disney sigue siendo la empresa de entretenimiento más dominante en Hollywood. Sin embargo, ya no parece ser tan invencible como antes
El legado de Disney ha potenciado cientos de películas y programas.
Por Alissa Wilkinson / The New York Times
El Presidente Dwight D. Eisenhower, Primer Mandatario de Estados Unidos de 1953 a 1961, en una ocasión elogió a Walt Disney por su “genio como creador de folclor”. Cuando Disney murió en 1966, la frase apareció en su obituario, prueba de su precisión. El folclor es una tradición oral que se extiende a través de generaciones. La compañía que creó Disney se autoproclamó guardiana de estas tradiciones, inventando historias nuevas y reempaquetando hábilmente las antiguas.
Comenzó con Mickey Mouse, pero cuando la compañía cumplió 100 años en el 2023, el legado de Disney —potenciado por cientos de películas y programas, mercancía relacionada, maravillosos avances técnicos, enormes parques de diversiones— fue la producción de un lenguaje moderno compartido, un conjunto de puntos de referencia reconocibles al instante por casi todo el mundo, y un impulso para soñar en voz alta sobre un futuro utópico.
Disney era un hombre que miraba hacia atrás y hacia adelante: hablando en la inauguración de Disneyland en California en 1955, proclamó: “Aquí la edad revive gratos recuerdos del pasado, y aquí la juventud puede saborear el reto y la promesa del futuro”.
Pero, ¿qué sucede cuando se rompe esa promesa? ¿O cuando su empresa batalla como un estudio normal y enfrenta vientos culturales en contra como cualquier artista?
Disney contó historias de héroes populares (Davy Crockett, Paul Bunyan), príncipes y princesas e incluso un ratón, todo mientras lideraba en tecnologías en constante cambio. Una sensación de optimismo dominaba el espíritu de Disney.
Las lecciones de sus historias eran sencillas, edificantes y claramente estadounidenses: cree en ti mismo, cree en tus sueños, no dejes que nadie te haga sentir mal por ser tú y, sobre todo, no tengas miedo de pedirle un deseo a una estrella.
Los cuentos de hadas suelen ser inquietantes, pero una vez expuestos a la luz de Disney se volvieron tiernos y dulces, con sus lecciones más oscuras rediseñadas para adaptarse al ideal de Disney.
Los estadounidenses lo consumieron ávidamente y Disney lo exportó. Públicos de todo el mundo se unieron a las leyendas. Países que alguna vez estuvieron cerrados, como China, con el tiempo abrieron sus puertas, llevando a la compañía a abrir escuelas de inglés empleando sus personajes e historias como herramientas de enseñanza. La historia demostraría que Eisenhower tenía razón cuando se refirió a Disney como un creador, no sólo un narrador, del folclor.
Comenzando con “La Sirenita” en 1989 y terminando con “Tarzán” y “Mulán” una década después, Disney produjo un éxito tras otro, complaciendo a la crítica y al público con películas como “La Bella y la Bestia”, “El Rey León” y “Aladino”.
Probablemente no sea casualidad que el fin de la buena racha coincidió con el inicio del boicot evangélico contra la empresa, liderado por la derechista American Family Association, Focus on the Family y la Convención Bautista del Sur. Protestaban la decisión de la empresa de extender las prestaciones a las parejas del mismo sexo de los empleados y permitir que grupos externos organizaran “Días Gay” en los parques de diversiones. El boicot duró ocho años y fue menos efectivo de lo que los oponentes podrían haber esperado. Pero ahora el estudio era parte de las guerras culturales, una fractura a lo largo de líneas ideológicas que rediseñaría la vida pública estadounidense de nuevas maneras.
Ese momento marcó el final de algo que apenas habíamos tenido tiempo de conocer: una monocultura, una era de claridad de marca para el Ratón. En el 2006, enfrentando otro estudio de éxito que generaba nuevas leyendas, Disney adquirió Pixar. En el 2009, apenas un año después de que Iron Man hizo su debut, la compañía añadió Marvel Entertainment a su lista. Tres años después, Lucasfilm y con ello “Star Wars” se unieron a la familia. Luego, en un acto monumental, Disney compró 20th Century Fox —uno de los otros grandes estudios de Hollywood— y lo rebautizó como 20th Century Studios.
Todas estas nuevas franquicias significaron grandes cosas para las arcas de la compañía. Pero el siglo 21 trajo cambios que darían nueva forma al lugar de Disney en la cultura, así como su capacidad para crear mitos que abarquen nuevas generaciones.
Lo que sucede con el folclor es que cambia a medida que se desarrolla el futuro. Cada nueva generación enfrenta retos y, por lo tanto, necesita nuevas formas de contar viejas historias. Sin embargo, al haber vuelto a contar historias como producto comercial, Disney se resiste singularmente a evolucionar su lenguaje.
Puedes jugar en el arenero de Disney —siempre y cuando compres productos autorizados de Disney. Si infringes las reglas —por ejemplo, al pintar murales de Mickey Mouse en una guardería— la empresa podría demandarte. Esos límites a cómo se permite a los fans interactuar con las historias y los personajes que aman conservan un lenguaje rígido dictado de arriba hacia abajo. Pero también impide que quienes quieren hablar el idioma común participen en su evolución.
Sin embargo, las expectativas del siglo 21 exigen otra cosa. En esta nueva era, las herramientas para remezclar la cultura son fáciles de accesar, ya seas una gran corporación o simplemente un niño en tu recámara, y eso es importante. En un mundo que prefiere crear remezclando, todos podemos hacer nuestras propias versiones de los mitos de Disney. Pero la empresa, basada en la imaginación, desalienta activamente compartir esa innovación en los espacios que el público actual más conoce y ama.
Disney sigue siendo la empresa de entretenimiento más dominante en Hollywood, pero ya no parece invencible.
Como señaló en una entrevista reciente Bob Iger, el director ejecutivo de Disney que partió en el 2021 y regresó en el 2022, el estudio dominó la taquilla durante años, gracias al Universo Cinematográfico de Marvel, las historias de “Star Wars”, las secuelas de Pixar y “Avatar: El Camino del Agua”, que produjeron cifras impresionantes.
Pero ese tipo de éxito conlleva escollos comerciales, y los relativos fracasos del 2023 —”Indiana Jones y el Dial del Destino”, “The Marvels”, “Wish: El Poder de los Deseos”— subrayan ese punto.
Con algunas excepciones (“Frozen”, “Moana”, “Encanto”), Disney tiene mucho tiempo de proporcionar menos puntos de contacto culturales ubicuos que antes. El exceso de contenido reduce la capacidad que alguna vez tuvo el estudio para capturar la imaginación a través de generaciones y fronteras.
Todo Hollywood se esfuerza por mantenerse a flote. Pero los retos específicos que enfrenta Disney son sorprendentes para una compañía que durante tanto tiempo se enorgulleció de estar a la vanguardia. En esa entrevista reciente, Iger dijo, “Primero tenemos que entretener. No se trata de mensajes”.
Sin embargo, la empresa que dirige siempre se ha centrado en mensajes transmitidos de generación en generación vía historias queridas. La pregunta es si Disney puede garantizar que la gente siga escuchando.
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