Donald Trump, el hombre del caos político con un gran historial
Conocedores definen a Trump como un hombre de notable carisma, limitada convicción ideológica y apetito desmedido, motivado tanto por una vanidad herida como por la ambición napoleónica
El ex Presidente Donald J. Trump ha sobrevivido la autodeshonra, innumerables experiencias políticas cercanas a la muerte y, ahora, a un intento de asesinato.
Por Ross Douthat/ The New York Times
Todo acto de violencia política genera reacciones instantáneas que no pueden ser respaldadas por los datos disponibles.
Un solo intento de asesinato por parte de un solitario con un rifle no necesariamente nos dice nada acerca de si Estados Unidos está a punto de hundirse en un abismo político. Los motivos de los asesinos en potencia tampoco necesariamente corresponden a las divisiones de una época determinada. Tampoco podemos decir definitivamente que este intento de asesinato haya sellado las elecciones del 2024 para Donald Trump y su compañero de fórmula, el Senador J.D. Vance de Ohio —seguramente los giros desenfrenados de la era Trump deberían desengañarnos de ese tipo de confianza.
Sin embargo, después de haber vivido ocho años de esa era, me siento cómodo haciendo una declaración radical sobre los momentos en que Trump movió la cabeza ligeramente y literalmente esquivó una bala, cayó sangrando y luego se levantó con el puño en alto en una imagen emblemática de desafío. La escena del 13 de julio en Pensilvania fue la confirmación definitiva de su condición como hombre de destino, un personaje sacado de Hegel o Thomas Carlyle o algún otro prolijo filósofo del siglo 19 de la historia, una figura tocada por los dioses de la fortuna de una manera que trasciende las reglas normales de la política.
En la obra de Hegel, el gran hombre de la historia se entiende como una figura “cuyos objetivos particulares involucran aquellas grandes cuestiones que son la voluntad del Espíritu Mundial”.
El paradigma de Hegel fue Napoleón, el aventurero corso cuya búsqueda de poder personal y gloria militar difundió las ideas de la Revolución Francesa, destrozó los viejos regímenes de Europa y marcó el inicio de la era moderna.
Para Hegel el papel del gran hombre es fundamentalmente progresista. Está desarrollando o revelando alguna verdad oculta, empujando a la civilización hacia su siguiente etapa de desarrollo, a veces cometiendo crímenes o pisoteando cosas sagradas, pero siempre al servicio de un objetivo más loable.
De diferentes maneras a lo largo de mi vida, el conservadurismo y el liberalismo estadounidenses depositaron esperanzas hegelianas en Ronald Reagan y Barack Obama, figuras que parecían encarnar una gran visión optimista de cómo se desarrollaría el futuro global.
Pero ¿qué pasa si el progreso no es lineal y los propósitos del Espíritu Mundial son un poco más complicados de lo que espera una forma optimista del protestantismo liberal? ¿Qué pasa si una era es más decadente que vital? ¿Qué pasa si no hay una evidente siguiente etapa política para el desarrollo de una civilización? ¿Qué pasa si el estancamiento y la repetición imperan? ¿Qué aspecto tiene entonces un hombre del destino?
Creo que hay que decir que se parece a Donald Trump: un hombre de notable carisma, limitada convicción ideológica y apetito desmedido, motivado tanto por una vanidad herida como por la ambición napoleónica, que se ha convertido en el avatar del populismo rebelde que ha rehecho la política de su época y derrocó o socavó sus instituciones.
Y no sólo un avatar, sino uno perfecto, más perfecto que todos los demás populistas destacados —porque desde Viktor Orban hasta Javier Milei y su propio compañero de fórmula recién nombrado, tienden a tener ideologías específicas y visiones del mundo relativamente determinadas, mientras que el sentimiento de los populistas reales es más proteico, más flexible y oportunista, más seguro de sus enemigos que de sus compromisos políticos. Más trumpiano, en otras palabras: él es el arquetipo de un fenómeno global precisamente porque ofrece algo menos coherente y predecible, más incipiente y basado en vibras, que otras figuras de la Internacional de derecha.
Pero ese estatus arquetípico se extiende más allá de la sustancia de la era populista. Trump es un “candidato del caos”, como dijo en una ocasión Jeb Bush, el candidato presidencial extremadamente no hegeliano del 2016, para quien el caos es una escalera y la oposición política convencional un obstáculo relativamente fácil de superar. Es un hombre de insignificante curiosidad intelectual que domina todos los medios de comunicación populares de su era: columnas de chismes, noticias por cable, reality shows, redes sociales. Es un hombre que representa el lado en la sombra del carácter estadounidense —ni el estadista tipo Lincoln sino el estafador, el charlatán, el autopromotor, la celebridad de los tabloides— en una época en la que el poder y la corrupción estadounidenses están entremezclados. Y es un hombre dotado de una buena suerte increíble y sobrenatural.
Esta última cualidad es entendida por algunos de los partidarios religiosos de Trump como prueba del favor divino y una razón para apoyarlo absolutamente. Pero ésta es una interpretación presuntuosa. (Algunas figuras históricas particularmente execrables han disfrutado de escapadas aparentemente milagrosas de asesinato). El hombre del destino podría representar una prueba para su sociedad, una forma de castigo, una exposición de debilidad y decadencia —en cuyo caso la obligación de uno es no apoyarlo ciegamente, sino tratar de reconocer el papel histórico que está desempeñando y que la respuesta de uno corresponda a lo que se está descifrando o develando.
Pero ese reconocimiento es esencial. ¿Por qué hablar de Trump en estos términos tan amplios, podría decir el lector antiTrump, incorporando a Dios y la historia y convirtiéndolo en algo más que un simple charlatán y demagogo? Porque de lo contrario simplemente no está uno lidiando con la realidad. El hombre ha sobrevivido a la autodeshonra y a innumerables experiencias políticas cercanas a la muerte, está a punto de realizar el mayor regreso en la historia política estadounidense, acaba de convertir un intento de asesinato en una pintura renacentista de desafío sangriento... o lo ves como la figura definitoria de la era o no lo ves en absoluto.
Trump puede ser derrotado; después de todo, Napoleón, el hombre de Hegel, fue derrotado, y Hegel supuso que las figuras históricas mundiales estaban destinadas a “caer como cáscaras vacías” ya cumplido su propósito.
Pero para vencerlo —atención demócratas de Biden— hay que hacer más, ir más lejos, arriesgar mucho, convertirse en algo que uno mismo no esperaba.
Porque en una lucha con un hombre del destino, no hay normalidad a restaurar.
© 2024 The New York Times Company