¿El béisbol está diseñado para romperte el corazón?
El deporte es alegría, dolor, amor, esperanza y, sí, quizás sobre todo, pérdida. Y al igual que la vida, nos hace volver por más a pesar de todo
El béisbol nos proporciona una especie de laboratorio de pérdidas, un campo relativamente seguro en el cual practicar para las pérdidas que realmente importan.
Por Chris Vognar / The New York Times
Me golpeó el conocido vacío en la boca del estómago. Por segunda vez en cinco años, mi querido equipo de futbol americano, los 49s de San Francisco, desperdiciaron una ventaja de 10 puntos ante los Jefes de Kansas City y perdieron el Súper Tazón. Tan pronto como terminó el partido, me alejé de la pantalla, agradecí a los anfitriones de la fiesta, me fui a casa a alimentar a mi gato y me propuse no leer ni ver deportes durante un largo tiempo. Es posible que haya murmurado la frase “odio los deportes” varias veces durante los siguientes días.
Sin embargo, menos de dos semanas después, con los juegos de entrenamiento de primavera ya en marcha y todos los equipos de beisbol, incluyendo a mis queridos Gigantes de San Francisco, ofreciendo a sus seguidores un rayo de optimismo para la próxima temporada, me siento atraído de nuevo al mundo de los fans deportivos. Una pregunta ronda mi mente: ¿Por qué?
¿Por qué nos molestamos? La mayoría de nosotros nunca conoceremos a los atletas que apoyamos. Nunca ganaremos tanto dinero como ellos. Nada de lo que hacen afecta nuestra salud física, nuestras familias o nuestros medios de vida. Sin embargo, nuestro bienestar emocional sube y baja con su éxito en el emparrillado, en la cancha y en el diamante de beisbol.
Creo que esto se debe a que, en un mundo en el que el tribalismo nos está separando, el tribalismo completamente imaginario del aficionado a los deportes es un bálsamo necesario. No porque te permita celebrar —aunque ocasionalmente puedes hacerlo— sino porque puedes perder. Frecuentemente. Nada nos une como el sufrimiento comunitario. Y esta pérdida simulada nos ayuda a prepararnos para lo peor que la vida puede depararnos.
Recuerdo una frase que pronuncié al salir de esa fiesta del Súper Tazón: “Bueno, alguien tenía que perder”. (Es lo contrario de lo que digo a menudo cuando dos equipos que odio se enfrentan: “Es una lástima que alguien tenga que ganar”).
Nos demos cuenta o no, cada aficionado de un equipo que pierde está constantemente en el proceso de perfeccionar una valiosa habilidad de vida. Vivir es perder —un ser querido, un matrimonio, un trabajo, un sentido de identidad— y los deportes son triviales en comparación con todo eso. Pero los deportes brindan perspectiva: ¿Crees que esto es malo? Por favor. Esto es sólo un juego. Nos proporciona una especie de laboratorio de pérdidas, un campo relativamente seguro en el cual practicar para las pérdidas que realmente importan.
Cada liga tiene muchos equipos y sólo uno de ellos termina la temporada en la cima, lo que significa que los fans de todos los demás equipos forman una comunidad de perdedores, una comunidad que habla el mismo idioma de malos tiros, malas jugadas, malas decisiones, malos árbitros y omnipresente mala suerte.
Mientras me quejaba en las redes sociales de mi dolor en el Súper Tazón, un amigo compartió este sentimiento de A. Bartlett Giamatti, ex comisionado de las Grandes Ligas de Beisbol: “Te rompe el corazón. Está diseñado para romperte el corazón. El juego comienza en la primavera, cuando todo lo demás comienza de nuevo, y florece en el verano, llenando las tardes y las noches, y luego, tan pronto como llegan las lluvias frías, cesa y te deja a enfrentar el otoño solo. Cuentas con él, confías en él para amortiguar el paso del tiempo, para mantener vivo el recuerdo del sol y los cielos azules, y luego, justo cuando todos los días son crepusculares, cuando más lo necesitas, cesa”.
Está hablando de beisbol, pero podría estar describiendo la vida misma, dulce y demasiado corta. El deporte es alegría, dolor, amor, esperanza y, sí, quizás sobre todo, pérdida. Y al igual que la vida, nos hace volver por más a pesar de todo.
Ser hincha significa vestir los colores, conocer los cánticos y memorizar los números. Significa ser parte de una familia o tal vez parte de una secta, que en estos tiempos fracturados puede resultar muy atractivo. Mi amigo Jason es un nativo de Filadelfia que odia a los 49s y expresa su odio con una agresividad que sólo un fan de las Águilas podría mostrar. Pero sus Águilas perdieron en el Súper Tazón el año pasado, también ante los Jefes, lo que significa que nos atropelló el mismo autobús. Nos unió. Nuestros puntos en común cruzaron los límites del interés arraigado.
Ahora, si me disculpan, mi equipo de basquetbol favorito, los Guerreros de Golden State, empieza a agarrar calor. Y los Gigantes acaban de contratar a un nuevo y codiciado toletero. Su partido inaugural está a la vuelta de la esquina.
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