Suplican que se libere a los rehenes israelíes en Davos
Familiares de las víctimas exigen que sus parientes sean devueltos sanos y salvos. Algunos de los jóvenes apenas lograron sobrevivir al ataque
Hersh Goldberg-Polin, hijo de Rachel Goldberg, es uno de los rehenes de Hamas desde el ataque del 7 de octubre.
Por Bret Stephens / The New York Times
La reunión anual del Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza, es en gran medida una oportunidad para que los poderosos se codeen con los aún más poderosos. En gran medida, pasé mi tiempo aquí escuchando a líderes gubernamentales —el Ministro de Relaciones Exteriores de Irán me pareció un disimulador excepcionalmente talentoso— y hablando con líderes empresariales, miembros de grupos de expertos y funcionarios. Pero las historias más conmovedoras que escuché vinieron de algunas de las personas menos poderosas aquí.
“Abro los ojos y siento que se me cierra la garganta”, me dijo Rachel Goldberg, describiendo sus mañanas durante los más de 100 días anteriores. “Rezo una oración judía y pido: ‘Que hoy sea el día’. Y luego digo: ‘Finge ser humana’. Y me pongo este disfraz porque, si estoy hecha bolita en el piso, no puedo salvarlo”.
Estaba hablando —con extraordinaria compostura— de su hijo de 23 años, Hersh Goldberg-Polin. El 7 de octubre, estaba en el festival de música Nova con un amigo cuando terroristas de Hamas asesinaron allí a 364 personas a sangre fría. Hersh y casi 30 personas más intentaron esconderse en un pequeño refugio antiaéreo al borde de la carretera. Los terroristas lo atacaron con granadas de mano y luego con una granada propulsada por cohete, matando a casi todos.
Hersh apenas sobrevivió al ataque. Goldberg me mostró imágenes en vídeo, tomadas por Hamas, de cómo lo metieron en un camión y lo llevaron a Gaza. Perdió la mitad inferior de su brazo izquierdo, dejando un muñón ensangrentado.
Goldberg estuvo en Davos para hablar con cualquiera que pueda ayudar a salvar y devolver a los 132 rehenes restantes, incluido Hersh. También acudió Noam Peri, que trabaja para Google en Israel. El padre de Peri, Chaim, un soldador y artista del kibutz Nir Oz, cerca de la Franja de Gaza, fue sacado de su casa la mañana del 7 de octubre.
Estaba escondido con su esposa, Osnat, en la habitación segura de su casa cuando Hamas irrumpió. Chaim empujó heroicamente a un terrorista, dándole tiempo a Osnat para esconderse. Cuando Hamas regresó, se fue con ellos. No regresaron a revisar la habitación en busca de más personas.
“Salvó a mi madre”, me dijo Noam. La última vez que tuvo pruebas de vida fue hace casi dos meses, cuando Hamas grabó un vídeo de Chaim y otros dos rehenes de edad avanzada, luciendo frágiles y asustados. Está sin lentes, audífonos ni medicamentos, probablemente en un túnel sin aire a gran profundidad, mantenido, de acuerdo con el testimonio de rehenes que han sido liberados, con una dieta de hambre —normalmente, dos dátiles en la mañana, media pita y un poco de arroz, otra media pita. Cumplirá 80 años en abril, suponiendo que aún esté vivo.
Otro anciano residente del kibutz Nir Oz fue Eli Margalit, que fue asesinado ese día. Los terroristas de Hamas se llevaron su cadáver a Gaza, presuntamente como ficha de negociación, cruelmente negando a su familia la oportunidad de un entierro y un lugar para el suelo.
Hamas también se llevó a su hija, Nili Margalit, una enfermera pediátrica en un hospital en el sur de Israel que atiende principalmente a la comunidad beduina. La secuestraron a punta de cuchillo.
“El viernes por la mañana, el día antes del ataque, estaba de turno en el hospital y le estaba diciendo a un amigo mío: ‘Sabes, mañana es feriado y nuestra tradición es volar papalotes blancos por la paz en la frontera para mostrar solidaridad con los palestinos’”, me dijo. “Esa era mi intención”. Pasó los siguientes 54 días con otros 20 rehenes en un túnel que, según sus captores, se encontraba a 40 metros bajo tierra. “No hay aire. Sientes que te estás asfixiando. Sin agua corriente. Había inodoro, pero no había agua corriente; le bajábamos una vez al día”, dijo. Sus captores le dijeron repetidamente que “a nadie le importamos”.
Le pregunté cómo fue su regreso a casa, que se produjo como parte de una tregua temporal en la que Israel liberó a prisioneros palestinos.
“Mi casa fue quemada; no tengo una casa a dónde volver”, dijo. “No se trata de la ropa. Son recuerdos. Fotos. Toda mi vida en dos discos duros, todo desaparecido. No tengo idea de cómo murió mi padre”.
Goldberg, Peri y Margalit cuidaron no expresar opiniones políticas. Inteligentemente: los poderosos en Davos tienen puntos de vista marcadamente diferentes sobre la guerra.
Pero me cuesta imaginar cómo alguien con buena conciencia puede adoptar otro punto de vista que no sea exigir que Hersh regrese a casa con sus padres, y Chaim con su hija y su esposa, y que Nili pueda enterrar a su padre y que todos los rehenes sean devueltos a casa. Vale la pena repetirlo en todas partes, todos los días, hasta que finalmente llegue el día.
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