Familias cristianas buscan dar tregua tras conflictos sobre tipos de género
En muchos sentidos, los cristianos conservadores se han convertido en el rostro del movimiento antitrans estadounidense
Andrew, Lilia y Debbie James. Andrew y Debbie son cristianos evangélicos a quienes al principio les costó aceptar que Lilia era transgénero.
Por Ruth Graham/ The New York Times
Andrew y Debbie James son cristianos evangélicos. Nacidos en Inglaterra, la pareja se mudó a Denver, Colorado, hace años y crió a sus hijos allí. Su gran iglesia ecuménica se convirtió en el centro de sus vidas.
“Siempre bromeábamos diciendo que teníamos este pequeño escenario perfecto”, dijo Debbie James. “Tuvimos a nuestro hijo, luego tuvimos a nuestra hija, y tenían dos años de diferencia y eran simplemente perfectos”.
Cuando el vástago mayor de la pareja tenía 19 años y vivía en casa cursando sus estudios universitarios, Debbie James recibió una llamada de la farmacia informándole que su receta de estrógeno estaba lista. Presa del pánico, registró su habitación, confrontándolo esa noche. No fue agradable. Los James inicialmente se negaron a usar el nombre elegido por su hija, Lilia. Luego, un pastor de la iglesia los exhortó a correr a su hija de casa.
“Este debe ser un consejo bíblico”, recordó haber pensado Debbie James. “Esto debe ser lo que se supone que debemos hacer”.
Muchas congregaciones cristianas progresistas y tradicionales han tomado pasos para afirmar a los miembros transgénero y no binarios. Pero para muchos cristianos conservadores, el aumento en las identidades transgénero, tanto en visibilidad como en números, especialmente entre los jóvenes, ha sido desestabilizador. Casi el 90 por ciento de los evangélicos blancos en Estados Unidos cree que el género es determinado por el sexo al nacer, de acuerdo con el Centro de Investigación Pew, en comparación con el 60 por ciento de la población en conjunto.
Austen Hartke se dio cuenta de que era transgénero en el seminario; salió del clóset tan pronto como se graduó. Era el 2014, el mismo año en que la actriz transgénero Laverne Cox apareció en la portada de la revista Time, y Hartke sintió que la cultura estaba mejorando consistentemente, que la conciencia y la aceptación irían de la mano, incluso en los espacios conservadores.
No sucedió así. Si en aquel entonces las personas trans en las iglesias conservadoras enfrentaban torpeza e ignorancia en torno a cuestiones como los pronombres, ahora enfrentan franca hostilidad. “Si le temes al cambio, eso es lo que representan ahora las personas trans”, dijo.
Jóvenes transgénero de familias cristianas conservadoras han compartido historias de haber sido desterrados. En muchos sentidos, los cristianos conservadores se han convertido en el rostro del movimiento antitrans estadounidense.
Pero en los santuarios de las iglesias, en las oficinas de orientación y en las salas hay búsquedas de entendimiento. Las iglesias están organizando paneles de discusión, reescribiendo sus declaraciones de fe y reconsiderando cómo etiquetan los baños. Incluso las que siguen trazando una línea dura contra la homosexualidad están lidiando con nuevas cuestiones planteadas por la identidad de género.
Y en un panorama en el que la retórica furiosa arde en las legislaturas y en las redes sociales, algunos están buscando un punto medio. Toma en serio las preocupaciones morales y teológicas de muchos cristianos. Pero también los guía a aceptar la realidad de la disforia de género, o la angustia por el sexo de uno, y a permanecer abiertos a un abanico de resultados.
Julia Sadusky, psicóloga de Colorado, es una de las relativamente pocas voces expertas que ha incursionado en ese territorio tenso entre el miedo y el celo antitrans de la derecha, y lo que algunos ven como una ortodoxia progresista de la izquierda que deja poco espacio para las dudas paternas. Sus títulos provienen de universidades católicas y evangélicas conservadoras, y pasa la mayor parte de su tiempo hablando con cristianos conservadores.
En su consultorio privado en un suburbio de Denver, ve a clientes desconcertados y enojados cuyos hijos son transgénero o no binarios. También habla ante públicos de feligreses que intentan procesar los cambios culturales que los rodean.
El fundamento teológico de la oposición cristiana al concepto de identidades transgénero se anuncia en el primer capítulo del Génesis. “Y Dios creó a la humanidad a su imagen, a imagen de Dios los creó”, dice. “Varón y hembra los creó”.
Los cristianos que abogan por las personas transgénero señalan que la Biblia describe una variedad de diversidad de género sin juicio aparente. Jacob, un patriarca de la nación de Israel, es descrito como un joven “delicado” que es favorecido por Dios sobre su hermano más tradicionalmente masculino, el cazador Esaú. Jesús dice en el Evangelio de Mateo que algunos hombres nacen eunucos.
Pero en el Nuevo Testamento, varios pasajes establecen roles claros para hombres y mujeres. Las mujeres deben someterse a sus maridos; los hombres deben dirigir a sus familias. Aunque son debatidos por expertos y cristianos comunes, estos textos han dado forma a las estructuras familiares, las trayectorias profesionales y la vida espiritual de miles de millones de personas. Para algunos, el surgimiento de las identidades transgénero representa un peligro y potencialmente socava la estabilidad familiar.
Mark Yarhouse, psicólogo clínico que dirige el Instituto de Identidad Sexual y de Género del evangélico Wheaton College, en Illinois, ha identificado tres marcos amplios vía los cuales los cristianos tienden a ver la identidad de género: en un extremo del espectro está la visión conservadora tradicional que afirma que los hombres y mujeres son categorías ordenadas por Dios a las que la gente debe ajustarse. En el otro se acogen las nuevas identidades. En medio está la opinión de que las inconsistencias entre identidad de género y sexo biológico son una desafortunada desviación de la norma, pero no un fracaso moral.
Encontrar un punto de apoyo para un avenimiento en un panorama tan desolado puede parecer imposible. Por eso muchos cristianos con identidades de género no tradicionales terminan abandonando sus iglesias conservadoras.
La mayoría de las personas, incluyendo las conservadoras, dijo Sadusky, se sienten relativamente cómodas con la idea de un adulto que fue criado como hombre y comenzó a entenderse a sí mismo como mujer temprano en la infancia, con poco alivio a lo largo de muchos años. Esas personas pueden tener opiniones diferentes sobre las respuestas adecuadas a esa angustia, pero no se sienten tan amenazadas por su existencia como un fenómeno experimentado por una pequeña minoría de individuos.
La mayor amenaza para muchos conservadores, dijo, es la noción de que responder con compasión a esa angustia significa desestimar todas las creencias sobre las diferencias entre hombres y mujeres.
Muchos cristianos progresistas consideran que el acto de equilibrio de Sadusky no va lo suficientemente lejos como para acoger plenamente a la gente de la comunidad LGBTQ.
Hartke, quien más tarde fundó Transmission Ministry Collective, un grupo que apoya a los cristianos transgénero y “de género expansivo” y está activo en una iglesia luterana, dijo que preferiría que los cristianos escucharan más atentamente a los médicos, académicos y psiquiatras transgénero, que combinan experiencia y conocimientos.
Al final, Andrew y Debbie James desafiaron el consejo de su pastor de correr a su hija. Pero Lilia se fue de todos modos. Sus padres comenzaron a leer, incluyendo libros de Yarhouse y de David Gushee, un especialista en ética cristiana que ha abogado por repensar los enfoques cristianos tradicionales a la inclusión. Oraron. Y participaron en un grupo de apoyo a través de Embracing the Journey, una red destinada a “construir puentes” entre personas LGBTQ, sus familias y la iglesia.
Lilia James ahora tiene 25 años y vive en Wisconsin. Tiene una fuerte relación con sus padres. Se comprometió con su novia el año pasado.
Como muchas familias con hijos con ansiedad de género, los James finalmente abandonaron su iglesia. Siguen comprometidos con su fe, pero no se consideran como poseedores de una “casa iglesia”. Ahora les preocupa el clima político hostil hacia su hija y el hecho de que ambos hijos hayan abandonado el cristianismo.
Durante mucho tiempo, “fuimos buenos soldaditos”, dijo Debbie James. Ahora “vivimos en el gris”.
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