La guerra empuja a Sudán hacia el abismo
Según estimaciones de Estados Unidos, unas 150 mil personas han muerto desde que estalló el conflicto el año pasado
Amouna Elhadi en un hospital de Omdurman con su hijo Hassan, de 14 años, que recibió un disparo en el vientre.
Por Declan Walsh | The New York Times
JARTUM, Sudán — El mercado del oro es un cementerio de escombros y cadáveres devorados por perros. La televisión estatal se convirtió en una cámara de tortura. El archivo cinematográfico nacional quedó destruido en la batalla.
Proyectiles de artillería vuelan sobre el Nilo, impactando hospitales y casas. Los residentes entierran a sus muertos frente a las puertas de sus casas. Otros se unen a las milicias civiles. En una silenciosa sala de hambruna, los bebés hambrientos luchan por vivir.
Jartum, la capital de Sudán y una de las ciudades más grandes de África, ha quedado reducida a un campo de batalla carbonizado. Una disputa entre dos Generales peleándose el poder ha arrastrado al País a una guerra civil y convertido a la Ciudad en la zona cero de una de las peores catástrofes humanitarias del mundo.
Según estimaciones de Estados Unidos, unas 150 mil personas han muerto desde que estalló el conflicto el año pasado. Nueve millones de personas han huido de sus hogares, lo que ha provocado la mayor crisis de desplazamiento del mundo, afirman las Naciones Unidas. Se avecina una hambruna que, advierten las autoridades, podría matar a cientos de miles de niños en los próximos meses.
Alimentando el caos, Sudán se ha convertido en un campo de juego para actores extranjeros como los Emiratos Árabes Unidos, Irán y Rusia. Son parte de un caldo volátil de intereses externos que inyectan armas o combatientes al conflicto con la esperanza de hacerse del botín de la guerra —el oro de Sudán, por ejemplo, o su posición en el Mar Rojo.
La guerra estalló sin previo aviso en abril del 2023, cuando un enfrentamiento entre el Ejército de Sudán y un grupo paramilitar que éste ayudó a crear —las Fuerzas de Apoyo Rápido— estalló en disparos en las calles de Jartum. Los rivales habían tomado el poder juntos en el 2021, pero discreparon sobre cómo fusionar sus ejércitos.
Casi de inmediato, los combates se extendieron por todo Jartum y mucho más allá. Los sudaneses han quedado atónitos por la destrucción, pero ninguno de los bandos parece capaz de lograr la victoria, y la guerra está haciendo metástasis hasta convertirse en una devastadora batalla campal.
Otro genocidio amenaza ahora a Darfur, la región que se convirtió en sinónimo de crímenes de guerra hace 20 años. El sistema de salud se está desmoronando. Y una plétora de grupos armados se ha sumado a la lucha. Con las conversaciones de paz encabezadas por Estados Unidos estancadas, el Estado sudanés está colapsando y amenaza con arrastrar consigo a una región frágil. Los expertos dicen que es cuestión de tiempo antes de que uno de los vecinos de Sudán, como Chad, Eritrea o Sudán del Sur, se vea involucrado.
La guerra tiene ramificaciones globales. Irán, aliado de los hutíes en Yemen, respalda a las fuerzas militares a ambos lados del Mar Rojo. Los europeos temen una ola de inmigrantes sudaneses que se dirigen a sus costas. Una evaluación de la inteligencia estadounidense advirtió que un Sudán sin ley podría convertirse en un refugio para “redes terroristas y criminales”.
Una noche en noviembre, disparos y morteros cayeron en las aguas alrededor del Coronel Osman Taha, un oficial del Ejército sudanés gravemente herido, mientras cruzaba el Nilo. A su alrededor, recordó, otros soldados heridos se apiñaban en el barco, esperando evitar ser atacados nuevamente. Varios murieron. El Coronel Taha logró llegar a la otra orilla y cinco días después le amputaron la pierna. Mientras se recuperaba en el Hospital Especializado Aliaa, en Omdurman, dijo, proyectiles disparados por las Fuerzas de Apoyo Rápido desde el otro lado del Nilo se estrellaron en sus paredes.
La ONU estima que la mitad de los 9 millones de residentes del Estado de Jartum ha huido. Su aeropuerto internacional está cerrado. Casi todas las mil 60 sucursales bancarias de la capital han sido asaltadas, dicen los funcionarios, y muchos miles de automóviles han sido robados en una campaña de saqueo calle por calle, la mayoría por parte de las FAR.
Para Amna Amin, la guerra significa hambre. Después de que combatientes de las FAR irrumpieron en su zona de Omdurman, una de las tres ciudades que componen el área conurbada de Jartum, Amin, de 36 años, no tenía forma de alimentar a sus cinco hijos.
Su marido, un minero de oro en el norte, había desaparecido. Ella perdió su trabajo como limpiadora. Y pronto tuvo dos hijos más que alimentar: Iman y Ayman, gemelos nacidos en septiembre.
Al cabo de unos meses, los gemelos empezaron a perder peso y a sufrir diarrea, señales clásicas de desnutrición. Presa del pánico, Amin corrió desesperadamente por la línea del frente para llegar al hospital infantil Al Buluk, el último lugar donde podrían salvarse.
Las Naciones Unidas aún no han declarado oficialmente una hambruna en Sudán, pero pocos expertos dudan de que se esté produciendo una en partes de Darfur y Jartum.
Y ambos bandos utilizan el hambre como arma de guerra, dicen los funcionarios de ayuda. El Ejército retiene visas, permisos de viaje y permisos para cruzar las líneas del frente. Los combatientes de las Fuerzas de Apoyo Rápido han saqueado camiones y bodegas de ayuda.
“Una de las situaciones más horribles en la Tierra está en camino de empeorar muchísimo”, dijo Tom Perriello, enviado de Estados Unidos para Sudán.
Los hospitales están a su límite. Cada día, cientos de pacientes llegan al hospital Al Nau, cerca de la línea del frente en Omdurman.
Amouna Elhadi se encontraba sentada junto a la cama de su hijo, Hassan, un niño de 14 años que recibió un disparo en el estómago por parte de los mustanfareen, como se les conoce a los nuevos grupos de jóvenes que luchan junto al Ejército de Sudán.
Las FAR no respondieron a acusaciones de tortura y otros abusos cometidos por sus combatientes.
La guerra comenzó como una disputa entre el jefe del Ejército de Sudán, el General Abdel Fattah al-Burhan, y el líder de las FAR, el Teniente General Mohamed Hamdan. Pero desde el otoño pasado, tras una serie de victorias de las FAR, una proliferación de grupos armados se ha sumado a la lucha, en su mayoría respaldando a los militares. Hay rebeldes de Darfur, milicias étnicas, islamistas que alguna vez fueron leales al ex Presidente Omar Hassan al-Bashir y miles de mujeres y hombres reclutados en las calles.
Los funcionarios de EU ven cada vez más con ojos críticos a los Emiratos Árabes Unidos, el mayor patrocinador extranjero de la guerra. Tiene amplios intereses agrícolas y de oro en Sudán, y antes de la guerra firmó un acuerdo para construir un puerto de 6 mil millones de dólares en el Mar Rojo. Desde el año pasado, ha contrabandeado armas a las FAR vía una base en Chad, en violación del embargo de armas de la ONU, reportó The New York Times.
Egipto, por el contrario, ha respaldado al Ejército de Sudán. Pero es el reciente giro del Ejército hacia Irán en busca de drones y otras armas lo que ha causado alarma en Washington, dijeron varios funcionarios occidentales.
Rusia parece haber ayudado a ambas partes. Al principio de la guerra, mercenarios de Wagner suministraron a las FAR misiles antiaéreos, dicen investigadores de la ONU. Posteriormente, los rusos viajaron a Jartum, donde entrenaron a combatientes a derribar aviones de combate sudaneses, dijeron dos altos funcionarios sudaneses. Hoy quedan en la capital casi dos docenas de agentes de Wagner. Pero es posible que la postura de Rusia haya cambiado. Tras una visita a Puerto Sudán de un enviado ruso en abril, un General sudanés dijo que Sudán estaba dispuesto a permitir el acceso naval ruso a sus puertos a cambio de armas y municiones.
La intromisión extranjera está frustrando la diplomacia encabezada por Estados Unidos y Arabia Saudita para alcanzar un alto al fuego, aunque los críticos dicen que esos esfuerzos han sido débiles. El País, advierten, se está precipitando hacia un conflicto prolongado que podría conducir a la anarquía o a feudos rivales.
La guerra fácilmente podría extenderse más allá de las fronteras de Sudán. Está provocando tensiones dentro de los servicios de seguridad de Chad y ha interrumpido ingresos petroleros vitales para Sudán del Sur. Ahora corre el riesgo de afectar a Etiopía, el segundo país más poblado de África.
Algunos sudaneses en el exilio quieren que intervenga el mundo exterior. Pero hasta ahora, dicen, sólo ha empeorado las cosas.
“Es simple locura”, dijo Ibrahim Elbadawi, ex Ministro de Economía ahora en El Cairo, haciendo un llamado a una fuerza de paz de la ONU. “El pueblo de Sudán lo exige”, afirmó. “Ya basta”.
“Una de las situaciones más horribles está en camino de empeorar muchísimo”.
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