Halla luz en el invierno
Encontrar una luz en las oscuras noches, puede ser una señal de esperanza pese a las tragedias del cambio climático con sus sequías, inundaciones, incendios y huracanes
Al llegar los días más oscuros del año, nos enfrentamos a la oscuridad de la guerra, la disfunción y una crisis de refugiados.
Por Mary Pipher / The New York Times
Las mañanas son oscuras, al igual que el final de las tardes, y antes de que terminemos de preparar la cena, se ha ido la luz del día.
A medida que nos acercamos a los días más oscuros del año, nos enfrentamos a la oscuridad de las guerras, los gobiernos disfuncionales, las muertes por fentanilo, los tiroteos masivos y los reportes de refugiados que se arrastran por el Tapón del Darién o se tambalean en pequeños botes en el Mediterráneo.
Y no podemos evitar la tragedia del cambio climático con sus sequías, inundaciones, incendios y huracanes. De hecho, el mundo está azotado por la desgracia.
Nos podemos considerar afortunados si no vivimos en una zona de guerra o en un lugar sin comida ni agua potable, pero leemos las noticias. Vemos los desastres en nuestras pantallas. Llevamos a Ucrania, Israel y Gaza dentro de nosotros.
Si somos empáticos y estamos alertas, compartimos el dolor de todas las tragedias del mundo en nuestro cuerpo y en nuestra alma. No podemos ni debemos tratar de bloquear esos sentimientos de dolor. Cuando lo hacemos, no podemos sentir nada, ni siquiera amor y alegría. No podemos negar la realidad, pero podemos controlar qué tanto asimilamos.
Estoy en las últimas décadas de la vida, y a veces siento que mi País y nuestra especie también se aproximan al fin de los tiempos. La desesperación que siento por el mundo me arruinaría si no supiera hallar la luz. Pase lo que pase en el mundo y en nuestra vida personal, podemos encontrar luz.
En esta época del año, debemos buscarla. Despierto al amanecer y estoy afuera para el atardecer. Prendo velas temprano por la noche y me siento junto al fuego a leer. Y salgo a caminar bajo el cielo azul plateado del invierno de Nebraska. Si hay nieve, brilla, a veces como un manto de diamantes y otras veces reflejando el resplandor naranja y lavanda de una puesta de Sol invernal.
Podemos observar las aves. Recientemente fueron los dos pájaros carpinteros en mi comedero con la parte inferior amarilla de sus alas parpadeando, el macho con la cabeza tan roja y tan protector y la hembra tan hambrienta.
Para otros tipos de luz, podemos recurrir a nuestros amigos y familiares. Nada se siente más parecido a la luz del Sol que entrar en una habitación llena de gente que está feliz de verme.
Pienso en mi hijo y mi nuera en mi cumpleaños, en Zeke preparando ravioles caseros y en Jamie horneando un pastel de manzana, con su mirada brillante irradiando amor. O en mis amigos, sentados al aire libre alrededor de una fogata con nuestros abrigos y sombreros, recitando poesía y entonando canciones.
También tenemos la luz de los niños pequeños. Mis propios nietos están lejos, pero paso tiempo con Kadija, de 9 años. Mi esposo y yo apadrinamos a su familia. Llegaron aquí procedentes de Afganistán hace apenas unos meses, con sólo el padre dominando el inglés. La niña ya puede traerme un libro ilustrado y leer “ballena”, “marsopa” y “calamar” con una voz que me recuerda a las campanas de un trineo. Sé que algún día será cirujana, o tal vez poeta.
En nuestros momentos más sombríos, el arte crea un rayo de luz. Hay luz en un libro de poesía de Joy Harjo, una grabación de Yo-Yo Ma y una colección de paisajes de nieve de Monet.
Los rituales de la vida espiritual también pueden iluminar nuestros días. En mi caso, se trata de saludos al Sol, oraciones matutinas, meditación y lecturas de Thich Nhat Hanh, el monje budista vietnamita e influyente maestro zen.
Por último, siempre nos quedará la luz de la memoria. Cuando recuerdo la cara de mi abuela mientras me leía “Belleza Negra” o me tomaba la mano en la iglesia, puedo tranquilizarme y sentirme feliz.
Siento la luz en mi piel cuando recuerdo a mi madre al volante de su auto Oldsmobile, con su maletín negro de médico a su lado. Mientras conducía a casa luego de una consulta a domicilio, me contaba historias de su vida en un rancho durante la Gran Depresión y el Dust Bowl, las tormentas de polvo de los 30.
En lo profundo de nuestro interior yacen los recuerdos de todas las personas que alguna vez hemos amado. Un maestro favorito, un primer novio, un mejor amigo de la preparatoria o una tía o un tío amable. Y cuando pienso en mi gente, me inunda una luz que me recuerda que ha habido personas tan excelentes en mi vida y que aún están conmigo y vuelven para ayudarme en momentos difíciles.
A diario me recuerdo a mí misma que, por todo el mundo, la mayoría de la gente quiere la paz. Quieren un lugar seguro para sus familias, quieren ser buenos y hacer el bien. El mundo está lleno de ayudantes.
No importa cuán oscuros sean los días, podemos hallar luz en nuestros propios corazones y podemos ser la luz de los demás.
Podemos hacerles saber que estamos presentes para ellos, que trataremos de comprenderlos. No podemos frenar toda la destrucción, pero podemos prender velas unos por otros.
Mary Pipher es una psicóloga clínica y la autora de “A Life in Light: Meditations on Impermanence”. Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.
© 2023 The New York Times Company