¿Por qué escuchamos canciones tristes?
Quizás escuchemos música no por una reacción emocional, sino por la sensación de conexión con los demás.
Mediante un experimento evaluaron las reacciones de las personas al escuchar cierto tipo de música
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Estados Unidos. Cuando Joshua Knobe era más joven, conocía a una músico de rock independiente que cantaba “cosas desgarradoras que hacían que la gente se sintiera terrible”. En una ocasión vio un video en YouTube, con su música como acompañamiento, que tenía un motivo suicida. “Ese era el tema de su música”, dijo. “Así que me sentí perplejo por ello, porque también sentí que tenía un valor tremendo”.
Esta es la paradoja de la música triste: generalmente no disfrutamos estar tristes, pero disfrutamos del arte que nos hace sentir así.
Knobe es ahora un filósofo experimental y psicólogo en la Universidad de Yale, en Connecticut —y está casado con esa cantante de rock independiente. En un nuevo estudio, publicado en la Revista de Educación Estética, él y algunos colegas abordaron esta paradoja.
Patrik Juslin, psicólogo musical en la Universidad de Uppsala, en Suecia, y otros científicos han propuesto que debido a que la tristeza es una emoción tan intensa, tal vez su presencia pueda provocar una reacción empática positiva: sentir la tristeza de alguien puede conmoverte de alguna manera prosocial.
“Te sientes solo, te sientes aislado”, dijo Knobe. “Y luego está esta experiencia en la que escuchas algo de música, o tomas un libro, y sientes que no estás tan solo”.
Para probar esa hipótesis, Knobe, su ex alumna Tara Venkatesan y George Newman, psicólogo de la Escuela de Administración Rotman, en Toronto, organizaron un experimento.
Primero, dieron una de cuatro descripciones de canciones a más de 400 participantes. Una descripción era una canción que “transmite emociones complejas y profundas”, pero que era “técnicamente muy defectuosa”. Otra describió una canción “técnicamente impecable” que “no transmite emociones complejas o profundas”. La tercera fue descrita como profundamente emocional y técnicamente impecable, y la cuarta como técnicamente defectuosa y sin emociones.
Se pidió a los participantes que indicaran, en una escala de siete puntos, si su canción “encarna de qué se trata la música”. El objetivo era aclarar qué tan importante era la expresión emocional para la música a un nivel intuitivo. En general, los participantes reportaron que las canciones profundamente emotivas, pero técnicamente defectuosas reflejaban mejor la esencia de la música.
En general, las emociones que sintieron los participantes que estaban profundamente arraigadas a “de lo que se trata la música” también fueron las que hicieron que las personas se sintieran más conectados entre sí en conversación: amor, alegría, soledad, tristeza, éxtasis, calma, dolor.
Mario Attie-Picker, filósofo en la Universidad Loyola de Chicago que ayudó a dirigir la investigación, propuso que quizás escuchemos música no por una reacción emocional, sino por la sensación de conexión con los demás. Aplicado a la música triste: nuestro amor por la música no es una apreciación directa de la tristeza, es una apreciación de la conexión. Knobe y Venkatesan rápidamente coincidieron.
Pero esta explicación genera más preguntas. ¿Con quién nos estamos conectando? ¿Con el artista? ¿Con nuestro yo del pasado? ¿Con una persona imaginaria? ¿Y cómo puede la música triste ser “de lo que se trata”? ¿No se deriva, en parte, el poder del arte de su capacidad para expandir la experiencia?
Los investigadores reconocieron la complejidad de su tema y las limitaciones del trabajo existente. Y luego Attie-Picker ofreció un argumento menos filosófico de sus resultados: “Simplemente se siente bien”.
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