Por Anton Troianovski / The New York Times
NAFTALAN, Azerbaiyán — Me bañé en petróleo durante la cumbre sobre el clima de la ONU. Era petróleo crudo de un kilómetro bajo tierra, bombeado a la tina de un hotel en Azerbaiyán. Penetró en cada resquicio de mi cuerpo sumergido y cada pliegue de mi piel.
Apenas un día antes había estado cubriendo la conferencia anual sobre el clima de las Naciones Unidas, la COP29, que se celebró recientemente en Bakú, Azerbaiyán, un lugar que contribuyó al surgimiento de la industria petrolera moderna hace más de un siglo, permitiendo y poniendo en peligro nuestra civilización.
Los azerbaiyanos están orgullosos de su petróleo. Otro motivo de orgullo se encuentra debajo de las colinas de Naftalan, una ciudad a cuatro horas en auto de Bakú. El petróleo color chocolate que se extrae allí no arde. En lugar de eso, dicen los lugareños y los científicos azerbaiyanos, cura. Si te bañas en él.
Pero este petróleo, como todo petróleo, es un recurso finito. Así que el fotógrafo Emile Ducke y yo viajamos allí para un encuentro íntimo con la sustancia menguante.
Una vez que te bañas en petróleo crudo, es difícil deshacerte de él. Por eso, en un resort llamado Garabag, las toallas, batas de baño y sábanas son color café. La cabecera de mi cama tenía manchas café claro. En las tinas cafés de la zona de spa, la resina restante tras drenar el crudo era casi negra.
“La resina en sí es un poco tóxica”, dijo Ayten Magerramova, directora médica del complejo. “Pero para problemas de la piel, realmente ayuda”.
El uso del petróleo como medicina se remonta a milenios. Marco Polo, que viajó por Azerbaiyán, describió su petróleo como un “ungüento para hombres y camellos afectados por comezón o sarna”. Los soviéticos dijeron que la composición molecular inusual de algunos de los hidrocarburos en el petróleo de Naftalan lo hacía adecuado para tratar la artritis, la infertilidad, el eczema y otras afecciones médicas.
Hay poca investigación occidental sobre los riesgos y la eficacia del petróleo, pero un artículo publicado en el 2020 en una revista científica azerbaiyana reportó que se ha descubierto que el petróleo funciona como antiséptico y tiene un “efecto peculiar similar a una hormona sobre la función de hormonas sexuales”.
Aydin Mustafayev, de 62 años, recuerda que cuando él era niño, la gente cavaba pozos a mano. Llenaban sus propios frascos con el petróleo y lo llevaban a casa para tratar las heridas de pavos, perros y ovejas.
En 1995, Mustafayev regresó de pelear en la guerra de Azerbaiyán contra Armenia. Se recuperó de su lesión en la espalda, dijo, bañándose en petróleo de Naftalan durante tres años. Ahora supervisa los 32 pozos de Naftalan para SOCAR, la empresa energética paraestatal de Azerbaiyán.
Los sanatorios reutilizan su petróleo unos meses antes de recibir una nueva entrega, aunque dicen que lo filtran después de cada bañista.
Independientemente de las preocupaciones higiénicas, muchos huéspedes —todos los que conocí procedían de un país que, como Azerbaiyán, anteriormente formaba parte de la Unión Soviética— tenían fe en los baños. Damira Vaitsel, de 30 años, asistente ejecutiva de Kazajistán, dijo que había tratado con éxito su psoriasis después de dos semanas en Naftalan. Bañarse en petróleo, dijo, la hacía sentir como “la máxima oligarca de la Ciudad”.
Decidí que tenía que probarlo.
A medida que el petróleo se acercaba a mi pecho, me puse nervioso. Finalmente, el encargado cortó el flujo y me dejó a reflexionar sobre estar envuelto en un caldo viscoso.
Estaba tibio y era agradablemente pesado, por lo que el nerviosismo dio paso a la relajación. Olía algo como a pintura, hule o leche agria, pero me acostumbré. Me sentí envuelto por esta sustancia cruda que ayuda a definir nuestras vidas. Exactamente 10 minutos después, el encargado me hizo levantarme y sujetar una manija en la pared. Aquí estaba, pensé, una fresa cubierta de chocolate antes de que el chocolate se endureciera. El asistente retiró el petróleo con un calzador, metódicamente, de arriba a abajo.
Me frotó todo el cuerpo con toallas de papel que formaron un montón café a mis pies. Continuó en la regadera, usando jabón, antes de pasarme una toallita y ordenarme en un ruso obsceno que me limpiara mis partes íntimas.
De vuelta en Bakú, decidí buscar el lugar donde, en cierto sentido, comenzó todo: un sitio señalado como el primer pozo petrolero perforado industrialmente del mundo, que data de 1846.
Me quedé mirando el movimiento hipnótico de un “caballito” petrolero con un trabajador, Khalid, de 54 años, a mi lado.
“Sácalo, véndelo”, dijo finalmente. “Es como si Dios nos hubiera enviado esto”.
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