Trágico mensaje de Navy SEAL: Daño cerebral por explosiones lleva a suicidios ocultos
Suicidio de SEAL expone secuelas cerebrales por entrenamiento explosivo. Marina de EE.UU. bajo crítica por falta de comunicación sobre riesgos
Navy SEALs como David Metcalf (visto con sus compañeros) son expuestos a explosiones durante el entrenamiento. (fotografías de la familia METCALF)
Por Dave Phillips/The New York Times
El último acto de David Metcalf fue enviar un mensaje: que los años como miembro de los SEALs de la Marina de Estados Unidos le habían dejado el cerebro tan dañado que apenas podía reconocerse.
Se quitó la vida en su cochera en Carolina del Norte en el 2019, después de casi 20 años en la Marina. Colocó una pila de libros sobre lesiones cerebrales a su lado y pegó una nota en la puerta que decía, en parte, “Las lagunas de memoria, el deterioro en el reconocimiento, los cambios de humor, los dolores de cabeza, la impulsividad, la fatiga, la ansiedad y la paranoia no son quien era, pero se han convertido en quien soy. Cada uno está empeorando”.
Luego se pegó un tiro en el corazón, preservando su cerebro para ser analizado en un laboratorio de última generación del Departamento de Defensa de EU, en Maryland. Tenía 42 años.
El laboratorio encontró un patrón inusual de daño que se observa sólo en personas expuestas repetidamente a ondas explosivas. La gran mayoría de la exposición a explosiones de los Navy SEALs proviene del disparo de sus propias armas, no de la acción del enemigo. El patrón de daños sugería que años de entrenamiento estaban dejando a algunos apenas capaces de funcionar.
Pero el mensaje del Teniente Metcalf nunca llegó a la Marina. Nadie en el laboratorio informó a los líderes de los SEALs sobre los hallazgos, y los líderes nunca preguntaron.
No fue la primera ni la última vez. Al menos una docena de Navy SEALs se han quitado la vida en los últimos 10 años, ya sea mientras estaban en el Ejército o poco después de dejarlo. Un esfuerzo por las familias en duelo entregó ocho de sus cerebros al laboratorio, descubrió una investigación del New York Times. Los investigadores descubrieron daños por explosión en todos ellos.
El patrón tiene implicaciones sobre cómo entrenan y pelean los SEALs. Pero las pautas de privacidad en el laboratorio y la mala comunicación en la burocracia militar mantuvieron ocultos los resultados de las pruebas. Cinco años después de la muerte del Teniente Metcalf, los líderes de la Marina aún no lo sabían.
Hasta que The Times informó a la Marina sobre los hallazgos del laboratorio sobre los SEALs que murieron por suicidio, la Marina no había sido informada, confirmó el servicio en un comunicado.
La falta de comunicación ha llevado a los líderes de la Marina a pasar por alto una gran amenaza para sus operadores especiales de élite. Cuando el comandante del Equipo SEAL 1 se suicidó en el 2022, los líderes SEALs cesaron casi todas las operaciones durante un día para que la fuerza pudiera aprender sobre la prevención del suicidio. Más tarde se descubrió que su cerebro tenía grandes daños por explosión, pero como no se informó de ello a los líderes, nunca hablaron de la amenaza de exposición a explosiones con la fuerza.
La evidencia sugiere que el daño puede ser igualmente generalizado en los SEALs que aún están vivos. Un estudio de la Universidad de Harvard, publicado esta primavera, escaneó los cerebros de 30 Operadores Especiales de carrera y encontró una asociación entre la exposición a explosiones y una estructura cerebral alterada. Mientras más exposición habían experimentado los hombres a las explosiones, más problemas reportaban con su salud y calidad de vida.
Ese estudio fue financiado por el Comando de Operaciones Especiales, que ha estado a la vanguardia en los esfuerzos del Ejército estadounidense por comprender el problema.
El marido de Jennifer Collins, el suboficial retirado David Collins, fue un SEAL durante 20 años y se suicidó en el 2014, poco más de un año después de dejar la Marina. Tenía 45 años.
“Le dije a la policía —fui contundente— que quería que su cerebro fuera donado para investigación”, recordó Collins. Su rápida decisión significó que el cerebro de su marido pronto estuvo en camino al depósito de tejido cerebral del Departamento de Defensa de EU, en Bethesda, Maryland.
Durante los siguientes años, Collins relató a cualquiera que quisiera escuchar sobre el caso de su esposo —líderes SEAL, grupos de veteranos, esposas. Y cuando un SEAL de carrera se suicidaba, a menudo le seguía una llamada de Collins.
La influencia de Collins se extendió hasta que la donación de cerebros se volvió algo común entre las tropas de Operaciones Especiales.