Ucranianos reviven horrores de la infancia tras la guerra
Al igual que en la década de 1940, los invasores han establecido nuevas administraciones en las tierras ocupadas
Ruinas en Izium, Ucrania, que fue asediada y ocupada tanto en la Segunda Guerra Mundial como en el 2022.
Por Emile Ducke y Evelina Riabenko/ The New York Times
Cuando escuchó por primera vez que Ucrania estaba bajo ataque, Halyna Semibratska, que ahora tiene 101 años, se sintió confundida.
“¿No son los alemanes los que nos han atacado?”, preguntó Semibratska. No, respondió su hija, Iryna Malyk, de 72 años. Era Rusia.
Fue un shock.
Semibratska es parte de un pequeño grupo de ucranianos de la tercera edad en sobrevivir a múltiples invasiones.
Cuando eran niños y adolescentes, vieron su tierra y su gente devastados en la Segunda Guerra Mundial. Las tropas y tanques alemanes arrasaron en 1941, arrebatando Ucrania a la Unión Soviética, que muchos ucranianos ya consideraban una fuerza ocupante. Los soviéticos lo reconquistaron en 1943 y 1944.
Desde el 2022, la guerra ha vuelto a devastar algunos de los mismos pueblos y ciudades, y las fuerzas rusas ahora están haciendo nuevos avances en el norte y el este. Al igual que en la década de 1940, los invasores han establecido nuevas administraciones en las tierras ocupadas, se han apoderado de granos y otros recursos, enviado a la policía secreta, secuestrado a residentes e infundido tortura y miedo.
En su casa en Jersón, capturada por los rusos en el 2022 y liberada más tarde ese mismo año, Zinaida Tarasenko, de 83 años, contó cómo su madre la protegió de los alemanes que ocuparon su aldea, Osokorivka. Era una bebé, pero la violencia que vio aún regresa en sus sueños.
Los alemanes usaron la casa de la familia como clínica médica. “Mi madre estaba embarazada. Los alemanes la obligaron a limpiar sus zapatos y lavar sus uniformes”.
Cuando las fuerzas rusas tomaron Jersón, tocó a Tarasenko proteger a su hija, Olena, que ahora tiene 46 años, quien fue secuestrada en su casa por soldados rusos. Buscó frenéticamente durante una semana, yendo cada día a una prisión diferente, pidiendo noticias de su hija. Entonces Olena regresó. “Estaba asustada. No le pregunté mucho. Simplemente: ‘¿Te golpearon?’”. Pero, agregó, “no dijo mucho”.
Anna Lapan, de 100 años, judía de Járkov, tenía 18 años la primera vez que las fuerzas alemanas atacaron la Ciudad. Cuando comenzó el bombardeo, ella y su familia escaparon a bordo de un tren de ganado que los llevó hacia el este. Su padre fue conscripto y muerto cerca de Stalingrado en 1943. Más tarde ese año, ella regresó a Járkov, después de que los alemanes fueron expulsados permanentemente.
Lapan se vio obligada a huir de la Ciudad nuevamente en el 2022 y pasó tres meses refugiada en el oeste de Ucrania y luego regresó a Járkov una vez más. Su casa había resultado dañada. “Todavía hay grietas en la casa”, dijo. “No las hemos reparado”.
Semibratska, que comparte un departamento con su hija en Izium, en el este de Ucrania, no podía creer que estaba presenciando otra invasión, y esta vez por parte de un país vecino y “hermano”. En cierta forma, eso hacía que pareciera peor que la guerra que había conocido antes.
“Lo entiendo, aunque soy mayor”, dijo, agregando, “Pero ahora no puedo entender lo que está pasando. No es una guerra. No es una guerra, es una eliminación”.
Yaguidne, al norte de Kiev, fue ocupada en los primeros días de la invasión rusa. Un soldado ruso obligó a Hanna Skrypak, de 87 años, y a su hija a entrar al sótano de una escuela donde había más de 300 personas. “No podía llegar porque me había roto la pierna antes y tengo problemas de espalda”, recuerda Skrypak. “Me agarró de los brazos y me jaló hasta allí. ‘¿Qué estás haciendo? ¡No puedo caminar!’ Me empujaron allí de todos modos”. Estuvo retenida durante semanas en el sótano.
Skrypak tenía 4 años cuando las tropas alemanas llegaron a su lugar de nacimiento, Krasne, un pueblo vecino de Yaguidne. Su hermano Iván, de 17 años, fue llevado a un campo de trabajos forzados en Alemania. “Murió de hambre allí”. Otro hermano murió en casa, al enfermar durante la guerra.
Diez personas murieron en el sótano de la escuela durante las semanas de ocupación rusa, incluyendo otra mujer que sobrevivió la Segunda Guerra Mundial. Eso dejó a Skrypak como la residente de mayor edad de Yaguidne, la última con memoria viva de ambas guerras.
‘Lo entiendo, aunque soy mayor. No es una guerra. No es una guerra, es una eliminación’.
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