Cuando el Washington Post informó que San Pedro Sula (SPS) es “la capital mundial del crimen”, reiteró el problema de nuestra imagen externa.
Es un antiguo asunto. Cuando en 1995 Transparencia Internacional (TI) afirmó que Honduras estaba entre los tres países más corruptos del mundo, el Presidente del país reaccionó herido por la injusticia; el Cardenal, sorprendido, dijo que consultaría con TI; los medios denunciaron airados que todo era una exageración.
Nos habría dolido menos si hubiésemos notado que TI no había valorado, sino informado un índice de percepción de la corrupción obtenido en entrevistas con empresarios, políticos y funcionarios públicos del país. Nosotros nos habíamos calificado.
En el presente caso, el Washington Post resumió y comunicó, sin comentar, un estudio que el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública (CCSP), una ONG mexicana, había colocado en su blog.
Ni el estudio ni el diario nos critican. No podrían. CCSP informa que de las 50 ciudades más violentas en el mundo, 45 están en el Hemisferio Occidental, cinco de ellas en México.
El 18 de junio de 2010, CCSP advirtió que SPS era ya la segunda ciudad más violenta de América. La sorpresa del nuevo informe es que SPS desplazó a Ciudad Juárez en el primer lugar en el mundo. La reacción externa ante la violencia es de solidaridad con y entre los países afectados. Pero es evidente que, como siempre, el daño a la opinión externa refleja la forma en que vemos, comentamos e informamos aquí nuestros problemas.
Denunciar con crudeza la corrupción y la violencia, y sus vínculos con el poder, ha compactado la opinión pública, que ha obtenido del gobierno y del Congreso medidas impensables hace unos meses.
Pero la actitud negativa ante toda medida de las autoridades nos acorrala, nos paraliza, nos derrota, como si no hubiese salida alguna. Esa frustración la transmitimos al exterior. Para disfrutar el deporte de hablar mal del país -más popular aún que el fútbol- omitimos o devaluamos genuinos progresos, como los marcos legales para extraditar, para depurar y reformar la Policía, para mejorar la educación.
Comunicar esos logros sin negar lo que es evidente: esa es la tarea de la Cancillería, que, en plena crisis, debe revertir una imagen externa construida con errores, descuidos e ineptitudes que han marcado nuestra vida exterior.
Hay aquí dos aspectos esenciales: la personalidad del canciller, y la capacidad institucional de la secretaría que dirige.
Nuestro canciller es un excepcional armador de jugadas políticas, y en esa cancha, un insigne goleador (perdón, Sr. Presidente, no hay alusión aquí). Es un maestro de la jugada personal: fecundo en ardides, sale cuando aparece, no se sabe de donde; dribla, bloquea, desbloquea, pasa de taquito, tira libre, hace chilenas, cobra esquinas, hace fintas, aparta sin cometer faltas, cabecea con inesperada agilidad. No distingue el equipo con que juega, ni le hace falta.
Y cuando todos esperan el gol, ¡zas!, conecta un inverosímil jonrón, o encesta la canasta, o acierta un hoyo de un tiro, y se larga sin que nadie haya entendido qué jugaba, excepto él, ante el asombro de todos.
Si esas habilidades son tan rentables en la práctica interna, en la política exterior de un país como Honduras, tan difícil de entender, podrían ser productivas.
Sin embargo, nuestro servicio diplomático, que es la cara externa de la visión municipal, del nepotismo, del compadrazgo, de la ruralidad opresiva que caracterizan nuestra política interna, no encaja con una Cancillería dinámica e innovadora. Esa es la historia, de la que no podemos, en general, culpar a los cancilleres.
Pesa sobre el actual una carga extraordinaria. ¿Reorganizará la secretaría en tiempos electorales? ¿Le dotarán de recursos adecuados? ¿Tendrá firme y constante apoyo del Presidente? ¿Resistirá las presiones del nepotismo, aún las propias?
Una cosa es segura: la nación espera resultados de su canciller, que no fueron obvios en sus cargos anteriores, de ascenso vertiginoso, pero efímeros. Veremos si su peculiar estilo y su pasmoso sentido de la oportunidad le sirven en la escena internacional. La tarea es tan esencial para Honduras que todos debemos apoyarle en su empeño.