Cartas al editor

La vida tiene final

La vida tiene final, ¿realmente vale la pena angustiarse por las pesadillas cotidianas? Mi propio vivir es parte de la muerte de mi cuerpo, de mi alma y de mis recuerdos. ¿Qué recuerdo me puedo llevar para la eternidad?

En la media que pensamos en otro tiempo, en un lugar mejor, sin dolor, con mucho desahogo, en esa medida dejamos de lamentarnos, aceptamos la lectura que impone la sociedad, que está entre el cielo y el mismo infierno. ¿Hay un después? ¿Dónde fue hoy? ¿Cuándo vendrá? ¿Nos volveremos a ver quizás?

Da nombre y figura humana a sus sueños sobrehumanos: Dios, libertad, inocencia, amor, espacio, eternidad. Este deseo es absurdo y en ese absurdo el hombre sigue haciendo intentos desesperados y dolorosos para liberarse de sus inevitables deficiencias. La felicidad no existe. Es un invento abstracto del ser humano que quiere dar nombre a la sublimación de sus aspiraciones.

Dentro de sus límites, el hombre se esfuerza, con un suspiro nostálgico, por un paraíso perdido que nunca existió, así como por la imposibilidad de la perfección y de lo absoluto.

Aquellos que se benefician de esta situación límite, aquellos que no sufren demasiado por el dolor ajeno, aquellos que les gusta ver sufrir y aquellos que tienen otras cosas que hacer. Muchos están deseando con ansias que todas las actividades vuelvan a la normalidad después y es lúcido porque muchas inversiones están paralizadas, cerrados comercios y establecimientos y los dueños sienten miedo que el confinamiento se prolongue, mismo que limita la transmisión, pero la pregunta es ¿sería sensato la vuelta a la actividad de los servicios no esenciales?

Cuán preparados estamos para enfrentar o construir un nuevo panorama donde prevalezca un sentimiento común de responsabilidades compartidas, donde las minorías estén pendientes de los más vulnerables, se habla de un volver a la normalidad. Todo esto no apunta a una oposición en que se tenga que elegir entre la salud de la población y la salud de la economía.