Nietzsche expresó su escepticismo respecto a la felicidad. Para él, la realidad es un terreno hostil, y la felicidad como un fin último es una ilusión que impide a los seres humanos vivir de manera auténtica.
“¿Qué te ha dado más la felicidad, la realidad o los sueños que te hacen creer?”, preguntaba Nietzsche, sugiriendo que las personas, en su afán por alcanzar la felicidad, se han alejado de la verdadera esencia de la vida.
Según él, las personas deben abrazar la vida tal como es, con sus contradicciones, sufrimientos y caos, sin refugiarse en la búsqueda constante de una felicidad superficial.
En este contexto, la pregunta que emerge es profunda y compleja: ¿la felicidad realmente sirve? ¿Es necesaria para vivir una vida plena y significativa, o es simplemente un consuelo efímero que nos aleja de la verdad de nuestra existencia?
El existencialismo ofrece una respuesta que va más allá de la dicotomía entre la felicidad y el sufrimiento. Filósofos como Jean-Paul Sartre sugieren que la vida no tiene un propósito predeterminado, pero somos libres para crear nuestro propio significado.
En lugar de buscar la felicidad como un objetivo concreto, Sartre aboga por una vida auténtica, en la que enfrentemos nuestras angustias y vacíos existenciales con valentía, tomando responsabilidad por nuestras elecciones y acciones.
“La vida no tiene sentido, pero nosotros podemos dárselo”, afirma Sartre, invitándonos a encontrar un propósito en el acto mismo de vivir, en lugar de en la búsqueda de una felicidad convencional.
En última instancia, la felicidad es, quizás, un concepto profundamente subjetivo, que depende de la interpretación individual de cada ser humano. En el contexto de un mundo lleno de incertidumbres, injusticias y sufrimiento, la búsqueda de la felicidad puede ser vista como una forma de evasión, una manera de anestesiarnos frente a la realidad.