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Una canción ranchera compuesta por Manuel Rivas y titulada “bala perdida”, nos advierte que “la cruz no pesa lo que cala, son los filos, cariño Santo”; esto nos lleva a valorar la condena de 19 años impuesta a “El Tigre” Bonilla por el juez de Nueva York, por su involucramiento en actividades del narcotráfico.

Muchos ciudadanos que analizan estos acontecimientos de manera superficial otorgan demasiada importancia al número de años en prisión de un condenado, aplaudiendo si estos son de larga duración o reprochando cuando estos solo llegan a cierto número de años que ellos consideran muy pocos, otros pensamos en las implicaciones positivas o negativas que conlleva la culminación de un proceso legal como el aludido.

Los hondureños todos, debemos poner mucha más atención en lo que representa destrozar una carrera profesional, infligir un dolor profundo y permanente en su familia inmediata, una frustración para amigos y una vergüenza para la institución y la honra de un país.

En este momento, la pregunta que debemos hacernos todos es “si todos estamos aprendiendo la lección”. Si los que están ostentando el poder se dan cuenta que sus actos ilegales, inmorales o abusivos, más temprano que tarde, serán descubiertos, perseguidos y condenados no solo en los tribunales competentes, sino, peor ahora, en el gran tribunal del pueblo; nos debemos preguntar hasta donde los hondureños estamos dispuestos a tolerar esa corrupción generalizada que nos ha colocado en el escalafón mundial como uno de los países mas corruptos del orbe.

Debemos preguntarnos si los actos de abuso, de ofensa, del latrocinio, de mentira serán aceptados como norma de gobierno y si llegaremos a un punto tal de resignación que nos limitaremos a observar la caída libre de nuestra amada patria estrellándose en los arrecifes del subdesarrollo, la pobreza, la misera, la insalubridad, el analfabetismo funcional y las demás calamidades que destruyen a muchos pueblos del mundo.

El general Bonilla, solo representa una cuenta en el rosario de la vida nacional. A él lo acompañan otra cantidad de personajes de alto o bajo relieve que están purgando sus pecados en las cárceles de los Estados Unidos, pero en ese rosario no están todas las cuentas que le han provocado heridas profundas en el costado de nuestra nación, hay muchos que todavía se atreven a caminar con aparentes conciencias tranquilas por las calles de nuestras ciudades aparentando, no ser responsables de este cáncer que corroe las entrañas de este país.

Algunos, cuyos actos presentes o pasados no llegan todavía a la condena pública, son tratados con la cortesía y la benevolencia que un pueblo noble suele brindar, pero otros, refugiados en la soledad de sus residencias, no se atreven a sacar sus narices a las calles porque la conciencia les remuerde provocándoles una paranoia incurable.

Vienen las elecciones. Que la ambición por llegar al poder no les obligue a entregar su alma al diablo. Pilas hondureños, sepamos elegir.