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Al maestro, con cariño

El título es de una conocida película estrenada en 1967, interpretada por el genial Sidney Poitier y la cantante Lulú, y relata el calvario de un maestro negro, lidiando con estudiantes blancos, racistas y violentos, en el Londres de los años 60, en pleno apogeo de The Beatles.

Me acordé de esta película, cuya canción todavía suena en las emisoras hondureñas, al recordar al maestro Matías Fúnez. Y me acordé de Matías por la muerte de Guillermo Anderson. Muchos se preguntan que por qué se mueren las buenas personas y no las malas.

Un televidente enviaba un mensajito preguntándole a Dios que por qué se llevó a Guillermo Anderson y no a fulano, y menciona el nombre de un expresidente.

No es ni la fecha del nacimiento ni del deceso de Matías. Nació en marzo y murió en febrero. Pero muy poco o nada se ha escrito de él. Como todo lo bueno, pasa como la brisa del viento. Lo mismo sucederá con Guillermo Anderson.
Y los hombres buenos como Matías no solo se mueren, sino, que en un país como Honduras, nunca llegan a ocupar cargos importantes de dirección, como ser alcaldes, ministros, rectores o presidentes de la República.

Sucede, según los antropólogos, en una sociedad, donde la pirámide de valores está invertida. Triunfa el mandraquero, el vulgar, el jugador de casinos, el chiviador, el discípulo de Maquiavelo, el lisonjero, el arrastrado, el que le lamía las botas a los militares y hoy lo hace con los políticos de turno. Nunca triunfa el bueno, el honesto, el que piensa.

Incorruptible, apóstol de la decencia, discípulo de Valle y soldado de Morazán, Matías impartió clases de filosofía durante 34 años en la UNAH y nunca pudo ser rector, como otros que, sin ningún mérito, más que el de ser achichincles del poder militar y civil, hoy se ufanan de haber alcanzado la cima por méritos propios y por su “capacidad” e “inteligencia”.

Pero, como Aristóteles decía que “el sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice”, el maestro Matías Fúnez siempre mantuvo la prudencia, el respeto y la cordura, seguro de que, algún día, la pirámide volverá a su redil.

*Periodista