Columnistas

Aroma, humo, aroma

Cuando los europeos llevaron el tabaco a sus reinos lo extraían no sólo de su lugar sino de su misticismo religioso, olvidando las virtudes medicinales y empleándolo como insecticida, afirma J. Eric S. Thompson en uno de los libros más característicos, aunque ya desactualizado, en torno a la cultura maya (“Historia y religión de los mayas”. Siglo XI Editores, 1975).

En los templos mayas hay figuras que escenifican a un ser (una divinidad) con lo que parece un puro en la boca, aunque no ha sido definido el significado. En otro hay un tubo coruscado desde la boca de algún personaje, con anillos o cercos negros en el otro extremo, cuyos puntos indican humo o chispas. En el Códice Maya de Madrid (donde está actualmente) un dios saborea un cigarro. En un dibujo de Uaxactún hay un hombre sentado, con nariz aguileña y barbilla saliente, con un tabaco en blanco, lo que podría significar que estaba envuelto en brácteas de maíz. Y existe una pipa de cerámica en el Templo de los Guerreros en Chichén Itzá (1150 d. C.) que es sin duda ceremonial y no de uso común.

Juan Díaz, capellán de Grijalva (1518) en Cozumel, dice que los mayas ofrecieron a este unos carrizos que “producían aroma delicado al quemarlos”. El obispo Landa cita la costumbre de fumar como rito de pubertad para muchachos y muchachas. El Popol Vuh menciona cigarros: los jóvenes héroes ponen luciérnagas en la punta para hacer creer a sus enemigos que están despiertos. Las famosas preguntas y respuestas del libro Chilam Balam engañaron a los castellanos pues del acertijo “Hijo, tráeme el cocuyo de la noche. Su olor atravesará el norte y el oeste”, los españoles interpretaron algo diabólico mientras que simplemente era llevar par de puros a la sala. En Guatemala se empleaba hojas de guayaba para envolver cigarros, asevera Fuentes y Guzmán.

Los indígenas mascaban tabaco (mai) en polvo, mezclado con cal y chile, para calmar la sed y cobrar energías. “Refuerza los dientes y soporta las fatigas” aseguraban los chontales. Desde las encías bajaba el hambre, la sed y ayudaba a dormir. Calabazas de tabaco a la espalda eran signo de doctoras aztecas. Los jicaques (tolupanes), según Anguiano (1798), sacaban la cal para tabaco de unas conchitas o “hutes” (jutes) que los protegían del paludismo portado por los europeos. Algo similar ocurre en tierras andinas.

Por sus poderes el tabaco era presea de dioses. Los mayas creían en la ley universal de que igual produce igual y evaporando humo negro al cielo suponían atraer nubes negras de lluvia para sus cultivos, o sea magia. La ofrenda era el humo, no el cigarro, y en ceremonias elegantes fumaban antes de comer. El propósito mayor de fumar era, empero, provocar el estado hipnótico, con el efecto de la cal más pronunciado. Fuentes y Guzmán afirma que así se embriagaban y tenían tratos con el demonio.

He buscado y recordado esto porque me vino a la memoria una anécdota. Hacia 1980 una escuela de periodismo norteamericano puso como ejercicio a sus graduandos imaginar y diseñar el New York Times del uno de enero del siguiente siglo, haciendo que los estudiantes se devanaran imaginando la mayor noticia del futuro. El equipo que ganó fue el que colocó en primera plana: “El mundo prohíbe, a partir de hoy, consumir tabaco”.