Ascenso de la ultraderecha en Alemania: ¿Qué está pasando?

La falta de sensibilidad de los políticos alemanes hacia los problemas de sus ciudadanos está llevando al país a una situación de no retorno y que puede tener consecuencias imprevisibles, como en 1933, cuando Hitler se hizo con el poder porque el gobierno del país era una manzana podrida. Como ahora. Atentos

  • 06 de septiembre de 2024 a las 16:25
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También se esperan unos resultados similares en Brandenburgo, que celebrará las elecciones en días, y la tendencia, de cara a las elecciones generales del próximo año, es creciente. Los demócratas cristianos seguramente conseguirán el primer puesto y pisándoles los talones, que se dice, vulgarmente, se posicionaría, en segundo lugar, la AfD.

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Con respecto a la coalición gobernante llamada semáforo por los tres colores representativos de los tres partidos de la misma, compuesta por liberales, socialdemócratas y verdes, las encuestas arrojan que difícilmente entre los tres llegarían a apenas el 30% de los votos y sin los suficientes escaños para formar un nuevo ejecutivo, dejando en el camino más de veinte puntos porcentuales y decenas de escaños que irán a parar a otras formaciones políticas. ¿Cómo ha sido posible que en apenas tres años hayan dilapidado su capital político y el país haya girado tan radicalmente hacia la derecha?

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Varias son las causas que explican esta evolución política y electoral de Alemania que, en muy poco tiempo, ha pasado de estar claramente escorada hacia fuerzas de izquierda y centro-izquierda hasta claramente la derecha o la extrema derecha, desplazando, de paso, a otras fuerzas moderadas como La Izquierda, Die Linke en alemán. El actual ejecutivo alemán, junto con las fuerzas que conforman el mismo, está absolutamente desautorizado y deslegitimado, ya nadie cree en él.

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Las razones de un giro radical hacia la derecha

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La primera de ellas es, sin duda, la desafección en estas zonas de la antigua Europa del Este hacia el proyecto unitario alemán, del que esperaban mucho más y, sin embargo, el mismo solamente ha significado desigualdades crecientes y profundas entre el Este y el Oeste, la migración masiva de miles de alemanes hacia la otra parte debido a las pésimas condiciones de vida y la falta de “conectividad” entre estos territorios y Berlín, que, en su opinión, nos les representa.

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Después, y en segundo lugar, pero no menos importante y ligado a lo anterior, está la “ostalgie”, es decir, la nostalgia por la Alemania comunista, donde todos sus ciudadanos recibían vivienda gratuita, salud pública, educación, servicios básicos y un sinfín de privilegios ahora perdidos en el nuevo edén capitalista. Les prometieron Disneylandia, donde el pato les ofrecería un helado gratis al entrar, y el presente es algo parecido a Ruanda.

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Los ciudadanos de las clases más desfavorecidas de Alemania del Este añoran ese mundo frente al del sálvese quien pueda del capitalismo reinante de los últimos treinta años, en que afloraron las mayores desigualdades sociales, y el establishment de la nueva Alemania unida fue incapaz de cumplir con las promesas contraídas de estos ciudadanos que se siguen considerando de segunda.

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También no debemos olvidar que para la mayor parte de los ciudadanos de Europa el principal problema sigue siendo la inmigración ilegal, que una gran parte sigue percibiendo como fuente de problemas, origen de la inseguridad, amenazas a su entorno más mediato y desbordamiento incontrolado de sus fronteras sin que las autoridades atiendan a sus llamados de hacer frente al desafío de una forma precisa.

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La matanza de Soligen en Alemania, en que un inmigrante irregular sirio de los tiempos de Merkel asesinó a cuchillo a tres personas y dejó heridas a otras ocho, causó un impacto tremendo en la opinión pública alemana y los partidos políticos tradicionales no supieron prever el efecto que podía tener dicho acto terrorista, ya que el elemento causante del ataque pertenecía supuestamente a grupos de carácter fundamentalista ligados al Estado Islámico. Ese es el tercer elemento que explica de una forma gráfica ese auge de los partidos antisistema en la nueva Alemania.

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Los grandes partidos alemanes, pero sobre todo los gobernantes, FDP (liberal), SDP (socialdemócrata) y Grunen (Verdes), se han alejado totalmente de los intereses y demandas de los ciudadanos, de sus problemas más cercanos y de la realidad circundante. Están sumidos en una suerte del discurso del poder, ajenos al día a día del ciudadano de la periferia, y enredados en los juegos de un sistema que durante décadas les han permitido mantenerse y manejar todas las esferas de la administración local, regional y central, sin que nada ni nadie les haya controlado ni demandado un mínimo anclaje con la realidad cotidiana y diaria de millones de ciudadanos alemanes. Esa es otra de las poderosas razones por la que ciudadanos de ese país les han dado la espalda, votando a otros partidos, y les han condenado al ostracismo, por su desconexión con la realidad diaria que ya no es la suya, sino de una casta enraizada en las altas esferas y repleta de los peores vicios.

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Luego, como elemento peculiar que se está dando en Europa del Este y también en el mundo postcomunista alemán, hay que reseñar que desde la década de los noventa se asiste en todo el mundo ex comunista, pero especialmente en la Alemania del Este, Rumania, Bulgaria y los Balcanes, a una evidente y notoria despoblación, habiendo perdido esta parte del continente una buena parte de su población que ha migrado por razones primordialmente económicas. Unos quince millones de personas, millón más o millón menos, de la antigua Europa ex comunista han huido hacia Occidente ante la falta de perspectivas sociales y económicas y culpan a sus gobiernos de este auténtico éxodo hacia Occidente. Nadie, dicen, nos representa y, por tanto, buscan otras opciones políticas.

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Pero, aparte de la emergencia y el éxito de la extrema derecha y la derecha de toda la vida alemana, hay que reseñar que la izquierda radical también ha tenido a su estrella en las últimas elecciones regionales, Sahra Wagenknecht, una política joven que, procedente de la izquierda radical, se ha distanciado de sus antiguos compañeros de partido y critica abiertamente a la política tradicional alemana, llamando a frenar a la inmigración ilegal, detener la ayuda militar a Ucrania, negociar una salida negociada con Rusia antes de enviar armas a los ucranios y criticando a la actual clase política alemana por su alto nivel de corrupción, nepotismo y elitismo.

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Su partido, el BSW, también obtuvo unos excelentes resultados en las últimas elecciones regionales y ya se puede decir que es la tercera fuerza política de un país que asiste, entre asustado y abrumado, a grandes y complejos problemas.

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La cuestión es afrontarlos de una forma eficaz, práctica y exigente ante las demandas de unos ciudadanos hastiados de retórica hueca y vacía, sin soluciones a la vista. Estamos ante el viejo debate de “ellos”, los que no gobiernan, y nosotros, los que estamos cargados de razones y comprendemos mejor a los ciudadanos, tal como sostiene la extrema derecha y, paradójicamente, también la extrema izquierda.

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En definitiva, los alemanes han optado por el populismo no como la mejor opción de gobierno, aunque quizá pueda serlo, sino como una forma de rechazo hacia una forma de hacer política caracterizada por la ausencia de interés por sus problemas, necesidades y demandas reales. No se trata de que haya habido una suerte de trasvase político irracional e inexplicable desde la extrema izquierda hacia la extrema derecha, tal como ha ocurrido en Sajonia, sino que la gente está buscando respuestas y no las encuentra.

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El caso de Alemania, como seguirá ocurriendo en próximas elecciones, es un voto de protesta, como en otras partes de Europa, y de castigo a una clase política poco conectada con el suelo que pisa y con sus antiguos electores.

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La colisión acontecida era solo cuestión de tiempo y se ha producido como inevitablemente tenía que ocurrir; recuperar la confianza será cuestión de mucho tiempo y las consecuencias de esta deriva todavía son desconocidas. Quizá los alemanes se cansaron de esperar en la cola de la historia a un Godot que nunca llegó.

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