Asientos vacíos

En esta oportunidad no quiero hacer ningún comentario sobre la calidad del discurso que doña Xiomara leyó en su comparecencia ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York

  • 28 de septiembre de 2024 a las 00:00
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En esta oportunidad no quiero hacer ningún comentario sobre la calidad del discurso que doña Xiomara leyó en su comparecencia ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, solo señalaré que en los Estados Unidos, Europa o en cualquier otro país civilizado del mundo, con gobernantes serios, esta clase de redactores de piezas dignas de estar en un museo de espantos, hubiesen sido despedidos sin ningún beneficio o prestación alguna por torpes, faltos de imaginación, carentes de todo sentido de oportunidad e ignorantes absolutos del sentir y pesar de sus respectivos pueblos en cuanto a lo que debe decirse en un foro de ese nivel.

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Independientemente del hecho de no comulgar con el estilo de gobierno actual de nuestra Honduras, me invade un sentimiento mixto de pesar, indignación y de ofensa cuando veo el desprecio con que una asamblea donde se discuten los temas torales del interés mundial, indistintamente de que sean abordados por las grandes potencias o por modestos jefes de Estado de países pequeños, debería existir un mínimo nivel de respeto por las exposiciones de cada representante, sin embargo cuando vemos la fotografía panorámica tomada durante el discurso de nuestra presidenta, lo que había en abundancia eran asientos vacíos. Unos cuatro gatos (entre ellos tres caseros) ocupaban los escasos curules dando muestra inequívoca de que sus patrones o andaban almorzando, tomando siesta, en tertulias en pasillos o en reuniones de grandes en los salones adyacentes al de la Asamblea General.

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Desde hace muchos años, he comentado que, por dignidad o estrategia de Estado, Honduras debería valorar la conveniencia o no de asistir a nivel presidencial, a una reunión en que nadie le para bola a los países pequeños, mucho menos, a aquellos gobernantes que desaprovechan valiosas oportunidades para exaltar las bondades y oportunidades de sus respectivos países, confundiendo el propósito de esa reunión, creyendo que se trata de un confesionario de iglesia donde se van a lloriquear temas intrascendentes de carácter aldeano y a denunciar apariciones inexistentes de Satanás, la Sucia, el Sisimite y el Cadejo en las pesadillas de los gobernantes inseguros; temas que no le interesan en lo absoluto a la comunidad internacional. Esta práctica ha sido la deplorable costumbre de nuestros mandatarios que utilizan esa ventana para ir a exponer situaciones que les adversan localmente y cuya importancia muchas veces ni siquiera reviste la preocupación de sus propios pueblos.

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La Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas es para granjearse la simpatía del mundo, atraer turismo, motivar la inversión internacional y en general, exponer lo que el pueblo y su gobierno han realizado conjuntamente para elevar su nivel de bienestar. Para muestra un botón, y que sirva de lección el discurso del presidente Bukele, que expuso la transformación de un pueblo sin hablar en ningún momento de la nefasta herencia de gobiernos anteriores ni de ninguna desestabilización de la oposición.

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Compatriotas, ¿Y Honduras cuándo?

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