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“Cuando te toca, aunque te quites. Cuando no te toca, aunque te pongas”. Así reflexionábamos hace 25 años al darnos cuenta del fallecimiento del hijo menor del malogrado presidente norteamericano John F. Kennedy. Heredero de una dinastía política sin par en la historia de ese país, todos consideraban al joven “John John” como un predestinado para recuperar ese sitio que las balas desocuparon el 22 de noviembre de 1963.

Su carrera política ni siquiera arrancó -ya había decidido postularse como senador demócrata por Nueva York- pues su pasión por la aviación y la falta de experiencia de vuelo con instrumentos, determinaron el fin de su vida en un accidente el 16 de julio de 1999, junto con su esposa y cuñada. El soñado JFK Jr. fue solo eso, gracias al inefable destino.

El hado, esa fuerza desconocida e irresistible que obra sobre hombres, dioses y sucesos, actúa a voluntad y sin reparos. No conoce de previsiones ni de cuidados. No interviene ni un minuto antes ni un minuto después y, a veces cuando lo hace, cuenta con aliados o cómplices necesarios, Gavrilo Princip es el ejemplo perfecto.

Animado por ideales anarquistas y nacionalistas, era parte de una conspiración para acabar con la vida del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando el 28 de junio de 1914, en su visita a la ciudad de Sarajevo. Aunque a este último le recomendaron suspender el programa e irse de la ciudad, pudo más el deber (o necedad) del heredero de la corona imperial, así que ignoró las advertencias.

Una cadena de eventos entre los que se incluyen un atentado fallido, la falta de información al chofer sobre un cambio de ruta, un vehículo sin marcha de retroceso y hasta un motor apagado en el lugar y momento “equivocados”, permitieron que Princip -que en ese momento se había detenido a comer un bocadillo en una tienda de delicatessen adyacente- tuviera la oportunidad deseada para cumplir su objetivo y el de sus coconspiradores. Y así ¡bang!, ¡bang! (fueron dos disparos), con tres asesinatos -el del archiduque y Sofía, su esposa encinta- empezó la Gran Guerra (luego llamada Primera Guerra Mundial).

El 13 de julio de 2024 el expresidente Donald Trump tuvo una cita con su fatum y salió relativamente bien librado (fue herido). Un giro de último momento mientras se dirigía a sus seguidores en la localidad de Butler, Pennsylvania, definió un titular periodístico muy diferente del que anticipaba su atacante.

“¡Milagro!” dicen hoy sus admiradores, mientras el resto de los observadores contienen la respiración imaginando lo que hubiera ocurrido en ese país si quien disparó hubiera acertado en el blanco. Otros presidentes norteamericanos -Abraham Lincoln, James Garfield y Kennedy- no tuvieron la misma suerte y fallecieron.

Una bala o varias, un accidente en un medio de transporte (aeroplano) o una fatal enfermedad, pueden cerrar el ciclo vital de una persona y cambiar el rumbo de la historia. Entre 15 y 25 millones de muertos costó la Primera Guerra Mundial. Una mala decisión o un ¡bang!, es suficiente. El resto lo hace la diosa Fortuna.