Siete años después de aquella mala noche en la que mataron a la dirigente indígena Berta Cáceres, el Estado de Honduras sigue en deuda con el pueblo lenca, con demás crímenes de luchadores sociales y ambientalistas sacrificados en la selva de la barbarie, donde cada día el sistema de justicia abona la tierra con el silencio de la impunidad.
Siete años han pasado en que Berta, activista lenca, fuera asesinada en su casa de La Esperanza, Intibucá, por liderar la lucha colectiva en defensa de sus tierras, ríos y bosques contra la amenaza de las megarrepresas en el río Gualcarque, ubicado entre los departamentos de Santa Bárbara e Intibucá, y sagrado para el pueblo lenca, donde los Gobiernos del Partido Nacional aprobaron 24 proyectos hidroeléctricos en el país, entre ellos: el de Agua Zarca en el río Gualcarque, cuya concesión fue otorgada a la empresa Desarrollos Energéticos S. A. (DESA).
Berta encabezó la lucha y logró que la multinacional china Sinohydro, que iba a realizar la obra, se retirara del proyecto. Con ello, llegó el crimen y quedaron estas palabras: Esta cordillera tiene una relación fuerte con la población lenca, hay bosques vivos, montañas vivas. Este es un río vivo que está amenazado por la construcción de seis represas. Desde la cosmovisión del pueblo lenca, el agua es un elemento fundamental, así como la tierra es parte del equilibrio y la creación, así como en el agua viven los espíritus. Por eso el agua hay que cuidarla y respetarla como un ser igual a nosotros.
Estas palabras de Berta sacuden las conciencias de los criminales del ambiente y de todas las especies vivas, asesinos a los que no les basta una condena, cuando los criminales van más allá que la sentencia de un juez, que se esconden detrás de las ganancias de la muerte que aniquila cada centímetro de los bosques y la biodiversidad de las fuentes de agua.
Berta, como otras mujeres valientes, se organizó, creó bases, reivindicó los derechos de los orígenes milenarios de su gente, construyó solidaridad, luchando colectivamente por la autonomía entre los pueblos y el medio ambiente. Berta creó una conciencia para oponerse a la destrucción de territorios y comunidades. Ese acto de humanidad por la vida le costó persecución sistemática, abusos, amenazas y hasta la muerte. Pero le tocó nacer acá, en estas honduras, donde nunca ha existido la justicia ambiental, social, económica y de género, un país sembrado de odios en la constante violación de derechos y la persistente falta de justicia contra los pueblos indígenas y los movimientos sociales.
En este séptimo aniversario de aquella sangre derramada, brota la semilla de muchas Bertas que asumen el compromiso de seguir defendiendo el agua, los ríos, la naturaleza y sus derechos y memoria de esas palabras tan llenas de vida que planteó desde una tribuna, cuando ganaba en abril de 2015 el “Nobel Verde”, el Premio Goldman, considerado como el mayor reconocimiento del mundo para activistas que defienden el medio ambiente: De los ríos somos custodios ancestrales el pueblo lenca, resguardados además por los espíritus de las niñas que nos enseñan que dar la vida de múltiples formas por la defensa de los ríos es dar la vida para el bien de la humanidad y de este planeta.
Un discurso que fue una afrenta al sistema que mantiene persecución y de criminalización por parte del Estado y las grandes transnacionales, que no le importó acabar con la vida de Berta, ni la de 50 personas más, defensoras del medio ambiente, que han sido asesinadas en Honduras desde 2016, según Global Witness.Siete años después, las luchas en los territorios siguen siendo también las mismas amenazas, pero nuevas esperanzas para un mundo mejor, donde crezca la memoria de la Berta nuestra de cada día.