Columnistas

“Cabezas calientes”

Hay imágenes que quedan impresas de forma indeleble en la memoria de uno y acuden a la mente rauda, cuando algún estímulo en el presente nos hace evocarlas. Desde niño me gustó leer las tiras cómicas de los periódicos y, aunque eran pocos los diarios que circulaban entonces, cuando uno de ellos caía en mis manos, buscaba de inmediato los dibujos que estos tenían en su interior. Saltaba todas las páginas llenas de noticias, opiniones y publicidad, para ubicar las historietas cerca de las carteleras cinematográficas y el crucigrama.

Teniendo el periódico no era extraño que también prestara atención a los otros dibujos: a las caricaturas, esas que talentosos dibujantes publicaban en sus páginas editoriales o portadas. No pasó mucho tiempo para que me percatara que aquellas piezas gráficas poseían algo singular: tenían rostros “muy parecidos” a las fotos de las portadas y páginas interiores, y se referían a los temas que se trataban en los titulares. Fascinado por aquella capacidad de reproducir con rasgos distorsionados a los protagonistas de las noticias, además de buscar los cómics de los diarios, me aficioné a ver y leer las caricaturas en cada rotativo.

Los estilos de cada uno de aquellos caricaturistas tenían su propio sello. Entonces estaban -en medios diferentes- Raviber (Ramón Villeda Bermúdez), Hermes (Mito) Bertrand Anduray, Roberto Ruiz, Enecete (Nicolás Cruz Torres), a Doumont (Douglas Montes de Oca) y a Rowi (Roberto William). Eran los finales de los años setenta y principios de los ochenta, tiempos duros para ejercer la libertad de expresión.

Todos me gustaban. Por la forma de mostrar (y cuestionar) los temas que dibujaban, por la sutileza o forma directa de opinar sobre la coyuntura, por el “mensaje entre líneas” que sugería un trazo, o un elemento dejado por ahí “al azar”. Un periquito encarcelado
-mientras su autor guardaba injusta prisión-, un espacio en blanco (o de riguroso negro) para protestar por algo, una mueca donde no debía haberla. Entre los detalles que más me llamaron la atención en este tiempo estaban las chimeneas humeantes con que Rowi adornaba las cabezas de los “villanos” de entonces: los “subversivos”, los simpatizantes de la izquierda local y regional, que en esas fechas habían definido la ruta de las armas como el camino para lograr el poder (o la liberación del pueblo, en sus propias palabras). Gracias a la prensa congraciada con el statu quo, supimos que esa representación que utilizaba el artista del plumón aludía a estas personas como “cabezas calientes”, por su disposición al uso de la fuerza y la violencia para obtener sus objetivos.

En buen castellano, estar con la “cabeza caliente” normalmente alude a la excitación o ira en las ideas y acciones. Ser un “cabeza caliente” se refiere pues a mantenerse en ese estado, en el hacer y en el decir, tanto así que se nos reconozca como tal.

Hoy necesitamos más cabezas frías que cabezas calientes en la política y la toma de decisiones para afrontar los grandes retos del país. Menos humo y más ideas.