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Chabacanos motivos

Disfruté estar en la capital española, Madrid, antes de Navidad y sorprenderme, encantado, con el espíritu de fiesta que reina en sus calles incluso con mucha antelación -si bien allá lo que tradicionalmente celebran es Día de Reyes. Con todo fue maravilloso, casi mágico admirar las suntuosas avenidas (la Gran Vía que Agustín Lara nunca visitó antes de escribir el famoso chotis, Alcalá, Castellana, y sus monumentos históricos: la Puerta, fuente de Cibeles, Plaza Colón) iluminadas con lo que Juan Ramón Molina titularía, como hizo al escribir el prólogo a la novela “Annabel Lee” de Froylán Turcios en París de 1906, “sus feéricas” reverberaciones, significando con ello “perteneciente o relativo a las hadas”.

Altos y con luces los profusos árboles de Navidad donde abuelos y padres se regalan selfies; osos y gorilas vivos (actores) deambulan asustando o gratificando niños; controlan su bullicio los DJ o los regaña la policía, que abunda uniformada y, o, discreta; los vendedores ambulantes hacen agosto en diciembre y pasan los taxis, los buses, los trenes con farolas encendidas mientras una población de quizás diez mil personas invade gozosa los senderos. Por ser puente entre asuetos los madrileños se fueron a conocer el interior o el exterior, mientras que los provincianos vinieron a conquistar la capital. No se coquetea (excepto las profesionales del coqueteo en la calle pues cada cual va a su asunto y le interesa poco los demás). Fiesta rijosa por fuera y dentro.

Pues regreso al amado suelo costeño al atardecer y lo primero que observo es en ciertas avenidas y Boulevard de Próceres similares arreglos navideños pero ¡con abundante y vulgar publicidad! Excepto por una empresa de seguros, que asumió su papel de cultura, los otros desaforados se dedicaron a vender con la excusa de celebrar pascuas. Pancartas que ofertan calzones, zapatos, pinturas, medicamentos, extenso bazar. Chabacano, sentencia la RAE, es alguien ordinario, soez, grosero, vulgar, basto, chocarrero, patán, burdo, procaz, de mal gusto y que carece de cultura o arte. Por lo que el calificativo cae no sólo en los estimados señores comerciantes que gastaron su dinero en vano (ya que sus anuncios son ineficaces, vistos con velocidad no competitiva nadie se detiene a mercar) sino además a los burdos dirigentes de la municipalidad, que los autorizaron. Nada extraño, sus cercanos amigos advierten que el sumo edil carece de las glándulas de la intelectualidad. Adicional, han vuelto a encender el rótulo de Cola en la montaña.

El asunto es más importante que la anécdota. En países desarrollados la comuna solicita al comercio engalanarse para transmitir mensajes de paz, no de consumo. Se busca contagiar al espíritu con gozo, lo que significa concordia entre las generaciones. Conocerse y convivir en un parque, por ejemplo, hace que dos extraños dialoguen y eviten pelear.

Como sentenció Marx en cierta frase eterna y oportuna para comprender la obsesión por el dinero: “el capitalismo convierte todo en mercancía”. El día de la madre, de difuntos, noviazgos y bodas se miden por el costo de regalos que se intercambian, no por la amistad, la confianza o el amor. Gasten pues, adictos, endéudense y hagan al capital feliz.

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