Ciudadanas de segunda clase

“Hay formas indirectas de discriminación que obstaculizan, se promocione a la mujer, pero que son invisibles”

  • 30 de septiembre de 2024 a las 00:00
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Del reciente libro “Lavado de dinero en el siglo XXI” me sorprendió la lucidez de sus autores, Sofía Barraza y César Amador (Universidad de Sinaloa) cuando analizan el papel vulnerable de la mujer en esa delictiva materia internacional, por lo que dada su claridad y precisión me obligo a transmitir sus nobles conceptos a mis lectores.

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Ambos especifican que si bien en lo público moderno las mujeres han incrementado su participación, a pesar de ello sufren anchos niveles de miseria, fenómeno llamado “feminización de la pobreza” pues siguen sufriendo discriminación en cada entorno en que se desenvuelven: familia, trabajo, política... La ONG Mujeres ha citado los desafíos que padecen: escasez, desigualdad, violencia, inseguridad, considerando que “erradicar su pobreza conlleva reducir significativamente la pobreza extrema en el mundo”. El mexicano Instituto de Estadística y Geografía corroboró a su vez que, por su nivel de instrucción educativa, los hombres ganan siempre más que las mujeres.

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La sociedad latinoamericana impone a ella un papel tradicional de sometimiento al género masculino, reflejado en sus relaciones con la familia, amistades y trabajo. Eso conlleva modos discriminatorios que son violación al derecho femenino de igualdad, pues como los ámbitos público y privado operan a partir del contrato, mujeres y niños descalifican, ya que su circulación humana se despliega mediante la figura de la tutela, inicial por el padre y luego por el marido, siendo sus protagonismos solo como esposas y madres.

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La dominación masculina es patriarcado. En épocas recientes y gracias a la lucha feminista se discute la falsa ética patriarcal y se dan acciones que desactivan su sistema dominante, lográndose políticas nacionales amparadas en el respeto al derecho y la igualdad entre sexos, ya que independientemente de la diferencia entre mujer y hombre la norma suprema establece que cargas y provechos, derechos y obligaciones deben compartirse proporcionales en el hogar, la labor y la vida.

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Pero igual hay formas indirectas de discriminación que obstaculizan, se promocione a la mujer, pero que son invisibles. La división sexual del trabajo con base en esas diferencias es aspecto que contribuye a subordinar a la mujer. División esta que proviene de que al hombre se le dio el rol histórico de “proveedor” y a la mujer de “reproductora”, o sea responsable de hogar y crianza de hijos.

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Esa desigualdad de género ocurre en el orbe entero, aunque es asimétrica. Se relega la mujer a esferas privadas y al hombre a las públicas, lo que deriva en que las mujeres tengan limitado acceso a la riqueza, a cargos de decisión, empleos iguales remunerados y con trato discriminatorio. Su aporte, dicen, es invisible, aunque contribuya a la vida social, pues se cree que no genera riqueza y carece de reconocimiento. Lo productivo, opuesto, es siempre masculinizado.

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Por indefensa y por subordinación de género, la mujer es víctima de la delincuencia, ya que se espera apoye las actividades criminales de su pareja o familia, sirviendo de prestanombre, usuaria de bienes ilícitos, encubridora o cómplice. Es rentable mantenerla oprimida y dominada, pues el machismo no es solo cultural sino también económico

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