Columnistas

Criadero de parásitos

Honduras es una emergencia en todos los aspectos, desde la seguridad hasta la crisis de Estado y sus valores, pasando por la calamidad moral y su ruindad económica en una cruzada ideológica.

Ahora nos enfrentamos a otra emergencia: la epidemia del dengue que ya ha cobrado la vida de medio centenar de personas, entre niñez y adultez. La crisis se agrava, con centenares de personas hospitalizadas, con las salas colapsadas bajo la presión creciente de víctimas. Las autoridades sanitarias y los centros hospitalarios desafían una situación crítica que pone al desnudo la gravedad de la epidemia en este país, donde todas las crisis se estancan en el tiempo y la inoperancia.

Solo en las últimas semanas, la situación en los raquíticos hospitales públicos ha alcanzado una alerta en su punto más crítico, mientras la Secretaría de Salud, en afán de administrar la crisis, ha reportado miles de pacientes de dengue en lo que va del año, con un incremento desmedido en los casos severos que requieren hospitalización, en estos momentos de promesas de nuevos hospitales y donde los antiguos y arcaicos centros médicos no tienen la capacidad del sistema sanitario con miras a responder a la desgracia.

Mientras tanto, el gobierno, que no es socialista y mucho menos no es democrático, ha declarado una alerta nacional; no obstante, más allá de esos discursos falaces, empalagosos de emergencias y melodramas, lo que se requiere con seriedad es un enfoque integral que incluya prevención, control de vectores y fortalecimiento de la infraestructura sanitaria, la urgencia debe ser en la implementación de una revisión exhaustiva de las políticas de salud pública y se establezcan protocolos claros en la prevención y el control de epidemias. Generar inversión en investigaciones en el desarrollo de vacunas y tratamientos efectivos contra el dengue debe ser una prioridad, así como la mejora de la infraestructura de salud a fin de garantizar una respuesta rápida y eficaz en futuros desastres.

Y estas aparecen en todo tiempo... si no llueve, llega el humo, los incendios, la sequía, la deforestación y si llueve apenas cinco minutos, llegan las inundaciones poniendo en evidencia la fragilidad de nuestro sistema de salud pública y el sistema de infraestructura vial, donde expone las deficiencias de una “planificación” gubernamental ineficaz e improvisada.

O seguiremos de rodillas por el mosquito Aedes aegypti, en su proliferación después de lluvias, que empantanan la falta de preparación y prevención idónea, acumulando agua estancada, como un caldo de cultivo mortal para los mosquitos portadores del virus, es una consecuencia directa de la inadecuada gestión de recursos hídricos y la falta de infraestructura apropiada al drenaje urbano en este país, donde cada día nace un tugurio parido por la corrupción y la desigualdad social.

La responsabilidad recae en gran medida en las autoridades gubernamentales, que han fallado en implementar medidas preventivas efectivas, como campañas de fumigación y educación pública sobre la eliminación de criaderos de mosquitos. Además, la respuesta tardía a la crisis ha exacerbado el impacto en las comunidades afectadas, dejando a los hospitales abrumados y a la ciudadanía en un estado de incertidumbre y zozobra.

Esta cruel epidemia de dengue es un llamado de atención a todos. Es una oportunidad para que el gobierno, las organizaciones de salud y la sociedad civil colaboren y desarrollen un plan integral que no solo aborde la crisis actual, sino que también fortalezca la resiliencia de nuestra nación frente a estas desgracias sanitarias, que nunca llegan solas, siempre vienen con las promesas políticas, las compras directas y la corrupción, esa otra epidemia estancada en el Estado, como las aguas donde se crían los parásitos.