El origen del nombre “marzo” proviene de Martius o Mars en latín: Marte, dios de la guerra. Dentro del calendario romano, que fue el primer sistema para dividir el tiempo en aquel antiguo imperio, era el mes inicial, si bien el emperador Numa Pompilio (700 a. C.) decidió incluir previos a enero y febrero, pasando marzo a ser el tercero del calendario gregoriano, con 31 días.
El mundo moderno celebra cada 20 de dicho mes el Día Internacional de la Felicidad. Pero tal materia (felicidad) es una de las más controvertidas del orbe.
Quien la procura materialmente cree que se trata de acumular bienes y riquezas, en tanto que las personalidades mejor educadas y formadas sitúan su logro en lo espiritual.
Otros en cambio la pretenden desde los goces físicos, sobre todo el sexual, distinto de los hombres santos, quienes la ubican en el desarrollo y ascenso de las almas.
Como en Egipto antiguo, los hebreos aceptaban la homosexualidad, excepto la ejercida en los templos de Judá (ver la anécdota de Lot y los bellos ángeles en Génesis 19).
Sodomita era varón dedicado a la prostitución sagrada o ritual, en el contexto de idolatría, si bien Israel legalizó a los gais en 1988. Cristo nunca se refiere al tema.
Era común entre griegos, quienes asignaban un preceptor a los jóvenes (efebos) para que los instruyera en asuntos de la vida en tanto que actores pasivos.
La era medieval los castigaba terriblemente, incluso con la muerte, en tanto que Sigmund Freud (“Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad”, 1905) creía que así se nace por razón de cierta “disposición perversa polimorfa”.
Las mayores noticias sobre el tema llegan del México prehispánico, donde titulaban cuilones a los homosexuales y a quienes duramente reprendían y reprimían, si bien había mercados donde se ofertaban.
No hay datos precisos sobre esa costumbre entre los mayas pero sí abundantemente en pueblos árabes, probablemente debido, como en Grecia, a ser grupos guerreros cuyas tropas debían desfogar la libido de cualquier modo.
El científico médico Gregorio Marañón reveló las averiguaciones sorprendentes de Alonso Cortés en los archivos secretos de Simancas, documentos que aclaraban que el galante seductor Conde de Villamediana (modelo para el Don Juan, de Tirso) era jefe de una banda de homosexuales integrada por gran número de personas conocidas de Madrid, desde altos señores hasta criados y bufones.
Los humildes fueron ejecutados y a los otros se les consintió huir a Italia y Francia. El castigo no alcanzó al Conde, cercanamente asesinado.
“Al investigarse el suceso se destapó la existencia de la banda. Tampoco se vio afectada su honra pues el rey dispuso que, estando muerto, guardasen secreto de lo habido contra él para no infamar su memoria. Se conservó el secreto por 300 años, desde que el rey lo impusiera en 1622 hasta que Alonso Cortés hurgó en los archivos de Simancas, entrado el siglo XX”.
El presidente Donald Trump acaba de agitar el cotarro ya que ha decretado no recibir, y si ya están dentro expulsar, a homosexuales reclutados por el ejército.
O sea que el enfrentamiento prosigue en el orbe contemporáneo haciendo más creída la irónica explicación de Freud: quienes más odian al homosexual son los que más temen convertirse en uno.