En marzo de 1994 un grupo de periodistas, intelectuales, académicos y políticos destacados de las Américas se reunieron en Chapultepec, México, para discutir sobre la Libertad de Expresión y su rol en las sociedades democráticas del continente. Al final de dos días de discusiones, que dirigió nada menos que el secretario general de la ONU en aquel entonces, el peruano Javier Pérez de Cuellar, se llegó a la conclusión de que democracia y libertad, son “son binomio indisoluble”, para mantener vigentes los derechos ciudadanos.
Entre los presentes había un premio nobel de Literatura –Octavio Paz–, académicos renombrados y políticos destacados del hemisferio. Desde entonces, más de 70 presidentes de diferentes países, desde Canadá hasta Argentina, han firmado la Declaración de Chapultepec ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), producto de aquellas discusiones. Los mandatarios en funciones han reconocido que aquel documento expone la importancia de la libertad de expresión y de prensa en una democracia moderna.
Sin embargo, algunos se han resistido a firmar la citada Declaración, mientras que otros no solo la han ignorado, sino que han actuado en contra de sus principios, pisoteando la libertad de prensa y el derecho a la información que tienen los pueblos, cuando no terminan completamente con esos principios que son fundamentales para el buen desenvolvimiento de la democracia.
Por eso, no se puede hablar de democracia bajo regímenes dictatoriales como los Corea del Norte, China, Rusia, Venezuela, Nicaragua o Cuba –para citar los más reconocidos–, porque sin libertad de expresión y de prensa, no funciona este sistema político concebido para ser “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” (frase de Abraham Lincoln)... y no para la clase gobernante.
Sin embargo, la historia muestra también que hay una permanente actitud de algunos mandatarios intolerantes y autoritarios que, aún sin ser totalmente dictadores, arremeten contra la prensa, pues no gustan de la crítica y terminan limitando un derecho fundamental. Con ello, reducen la eficiencia de la democracia misma.
En ese escalón, que muchas veces se acerca al de los dictadores, están Javier Milei (Argentina), Nayib Bukele (El Salvador) y más recientemente y con más énfasis, Donald Trump (Estados Unidos). Los tres suelen caer en confrontaciones con periodistas y en algunos casos llegan a acusaciones de desprestigio, porque aquellos han tenido la “osadía” de platear interrogantes, dudas o hacer críticas a su gestión.
Ese tipo de actitudes, pero en menor grado, pueden observarse en otros presidentes de América, pero terminan entendiendo o aceptando que no se puede agredir la credibilidad de la prensa simplemente porque no gusta la labor de los informadores o de los medios a los que representan.
Hay varios ejemplos de esa intolerancia que se ha manifestado en Milei, Bukele y Trump. En Argentina uno de los más reconocidos periodistas, el fallecido Jorge Lanata, fue blanco de esa intolerancia, así como los grupos de medios que no son afines al mandatario autoritario. La respuesta es buscar el descrédito de periodistas o medio. Lo mismo ha ocurrido con el presidente salvadoreño, aunque este es sus escasas conferencias de prensa solo permite las preguntas de periodistas “amigos”. Los tres mencionados tienen fuertes desencuentros con periodistas, porque no gustan de los cuestionamientos a su labor al frente del poder Ejecutivo.
El caso de Trump es preocupante, porque ha ido en crecimiento y su intolerancia y autoritarismo van a la misma velocidad con la que emite “órdenes ejecutivas” y dispara aranceles a diestra y siniestra. Si un reportero –como un corresponsal de AP–, no utiliza el tipo de lenguaje que él desea, le prohíbe entrar a sus conferencias de prensa; si un periodistas es incluido por error en un chat de sus encargados de seguridad nacional, lo trata de manera peyorativa y trata de desprestigiar, si la agencia de noticias estadounidense (VOA) informa objetivamente y no sesgadamente, la cierra de un plumazo –sin tener autoridad para ello–, porque “no informa lo que debe”, que no es otra cosa que aplaudir sus decisiones.
Estos gobernantes autoritarios, desde dictadores hasta los que son simplemente intolerantes, gustan también del periodismo adulador y suelen crear bloques de medios afines, a los que ahora suman influencers y las redes sociales, como es el caso de Trump, que cuenta con el apoyo de la plataforma “amiga” de Elon Musk –X, antes Twitter– y algunos medios importantes que han sido inducidos a cambiar políticas editoriales para favorecer al amo y señor de la Casa Blanca, como ha sido el caso de The Washington Post, de su amigo Jeff Bezos.
Lo importante es que las sociedades no olviden lo que recoge en su preámbulo la Declaración de Chapultepec: “Sin libertad no puede haber verdadero orden, estabilidad y justicia. Y sin libertad de expresión no puede haber libertad. La libertad de expresión y de búsqueda, difusión y recepción de informaciones sólo podrá ser ejercida si existe libertad de prensa”.
Si se calla o disminuye la libertad de prensa, se daña a la democracia misma.