En el principio internet y los chats eran más divertidos. Los usuarios publicaban sus triunfos, celebraciones y alegrías, hasta que la confrontación, el odio y la maledicencia encontraron el inexplorado y descomunal espacio para derramar su asquerosa carga, contaminándolo todo. Esto llegó al punto de rasgar viejas amistades, sólidas relaciones familiares o de pareja, que antes solían pasar de otra manera esta fecha del Día del Amor y la Amistad.
No es que el día fuera notablemente excepcional, pero al menos servía para promover la unidad y la solidaridad entre las personas, enfatizaba los afectos. Algunas desavenencias y fricciones se limaban para que la efemérides no resultara tan pesada, incluso entre compañeros de colegio o trabajo.
Como tantas otras festividades de calendario, el Día del Amor y la Amistad no escapa a la omnipresente y abrumadora comercialización. Desde la venta de televisores, celulares, tenis, ropa, relojes, cenas, viajes, flores o chocolates, de todo. Esta impresionante mercantilización genera estrés en muchas personas -sobre todo entre jóvenes- por el compromiso de regalar, y eso disminuye el encanto de la simplicidad y la estima.
Las plataformas sociales, que monopolizan incontrolables el tiempo de los usuarios, manipulan sus pensamientos y moldean su comportamiento, podrían marcarse un detalle si las principales publicaciones en redes fueran mensajes de aliento, felicitaciones, cariño o aplausos, en lugar de encarnizados debates polarizados, críticas insanas, perversas descalificaciones, rencores.
Es curioso revisar cómo evolucionó todo en un dos por tres; Facebook, por citar una de las redes más grandes y atrevidas, era un proyecto universitario entre Mark Zuckerberg y sus compañeros de Harvard para compartir tareas, información de clases, darse ánimos y fomentar el compañerismo. Más tarde, cuando la plataforma rebasó el campus y salió al mundo, su creador descubrió que el odio y la confrontación atraen más usuarios. Y es lo que tenemos, mientras él se hizo inmensamente millonario.
Han pasado años desde que los ciudadanos descubrieron fascinados las redes sociales. Por poco precio se conectaban con todo, encontraban a viejos amigos perdidos en el tiempo, a familiares dispersos por ahí, y no faltaba quién pusiera una canción, un poema, un dato histórico o la frase de un autor que nunca han leído ni leerán. Pero todo eso se aplasta por la agobiante descarga -sobre todo de política y gobierno-, abyectos señalamientos, vulgares ofensas, insostenibles mentiras, como demostración singular de bajeza humana.
No hay sociedad que haya prosperado desde la división y el odio. Por eso es necesario volver al camino del respeto y la conexión humana. Para lograrlo, es clave contar con las mejores personas en el liderazgo político, organizaciones sociales, empresariales, gremiales. Sólo así, un día, una celebración como la de hoy podría tener un poquito más de sentido.