La Empresa Hondureña de Telecomunicaciones (Hondutel) es un monumento al fracaso de la gestión estatal. Mientras el mundo avanza a pasos agigantados en la era digital, Hondutel parece estar atrapada en alguna década pasada, incapaz de competir con las empresas privadas que han tomado por asalto el mercado hondureño. Los problemas de la empresa no son nuevos, pero su impacto se ha profundizado en los últimos años, dejando claro que, en su estado actual, Hondutel no es más que un vestigio de lo que alguna vez fue una institución importante y rentable para el país.
Uno de los problemas centrales de Hondutel es su infraestructura obsoleta. Mientras compañías privadas invierten millones en redes de fibra óptica y tecnología de última generación, Hondutel sigue operando con equipos que se remontan a décadas pasadas. Esta falta de inversión ha resultado en servicios de baja calidad que no pueden competir con las alternativas del mercado. Para colmo, los problemas de cobertura y velocidad de internet hacen que los clientes migren en masa hacia competidores más ágiles, lo que lleva a una caída constante en su base de usuarios.
A esta realidad se suma un problema crónico de corrupción y mala administración. La empresa ha sido víctima de múltiples escándalos, y la mala gestión ha desangrado sus finanzas. Con una deuda financiera abrumadora, Hondutel se encuentra incapacitada para invertir lo necesario para modernizar su infraestructura o, al menos, mantener sus operaciones al nivel de lo que demanda el mercado. El exceso de personal ha sido otro de los grandes obstáculos, ya que la empresa sigue siendo un refugio para favores políticos, donde el interés por la eficiencia es nulo. Así, los altos costos laborales han deteriorado aún más su ya precaria situación financiera.
Sin un liderazgo que ofrezca visión y dirección estratégica, Hondutel ha fallado en la adopción de la digitalización que ha transformado la industria de las telecomunicaciones a nivel mundial. En lugar de invertir en tecnologías como el internet de alta velocidad o los servicios móviles avanzados, la empresa ha permanecido estancada, perdiendo incluso contratos estatales, que ahora son otorgados a operadores privados. Esto no solo representa una pérdida económica, sino un golpe simbólico a lo que alguna vez fue el monopolio de Hondutel en la prestación de servicios de telefonía.
La pérdida de competitividad es el síntoma más claro de su decadencia. Mientras las empresas privadas ofrecen mejores servicios a precios más competitivos, Hondutel parece resignada a su destino. Su incapacidad de innovar y su falta de flexibilidad ante los cambios del mercado han provocado que su única estrategia sea la inercia. Y en un entorno tan dinámico, esta parálisis no ha sido solo peligrosa, ha sido fatal.
Hondutel es el ejemplo perfecto de cómo una empresa estatal mal gestionada puede convertirse en un obstáculo para el desarrollo del país y una carga financiera para el Estado, en lugar de ser una fuente de progreso. Es tiempo de cerrar la que otrora fue y convertirla en algo diferente, al pueblo ya no le sirve.