Se tiene que ser muy duro o a saber qué cosa para no conmoverse con las imágenes en Estados Unidos: deportación de jóvenes atados con insultantes cadenas, muchachas angustiadas forzadas al llanto; vienen sin nada, bajo amenazas y esposados. Aquí, una sociedad rota y confrontada, en vez de buscar soluciones conjuntas, los recibe para politizar, descalificar, destruir.
Ocuparía mucho espacio enumerar la cantidad de problemas y sueños en los que coincidimos los hondureños, pero necesitamos extirpar lo que nos desune y nos destroza. Encontrar el punto donde convergemos o deberíamos de converger para que todas las cosas que pensamos, sentimos y queremos ocurrieran y nos acercáramos al bienestar y la prosperidad.
Bajo el signo del desaliento y el pesimismo, muchos dirán que es imposible, que estamos condenados al purgatorio, pero la historia registra a otras sociedades -en peores condiciones que la nuestra- asoladas por infatigables guerras y devastadoras catástrofes naturales, que entre hambrunas y harapos se unieron para levantar sus países: Japón, Alemania, Ruanda, Vietnam, Corea del Sur, y podría seguir.
Cuesta entender que haya quienes se regocijan por la expulsión de emigrantes y, lejos de ayudar, se burlen de los programas para atenderlos y, mas bien, multipliquen los mensajes de odio de supremacistas y neofascistas de ese país, como María Elvira Salazar, Carlos Giménez o el embustero y convicto Roger Stone, creyendo que sólo atacan al gobierno hondureño. Esa gente nos odia a todos. Me muerdo por no decirles la palabrota a estos hondureños sin sentido de patria.
Justo es uno de los problemas que enfrentamos, la falta de identidad nacional, la alienación y la colonización cultural de una parte de la población que se considera subalterna o súbdita de nación extranjera y no se avergüenza de serlo y, aunque son pocos, hacen ruido en los medios y las redes. Pero, hay muchos hondureños de verdad, entre obreros, empresarios, campesinos, comerciantes, profesionales, técnicos, políticos, religiosos, estudiantes con quienes se puede construir una nación mejor y que nos alcance vida para verla.
Donald Trump no inventó las deportaciones, las criminalizó con procacidad y arrogancia, aunque en cuatro años se va al carajo. Los aviones con repatriados llegan todas las semanas desde hace años, en un ejercicio legal de Estados Unidos que aspira a controlar la entrada de foráneos, como lo hace Europa, parte de Asia y hasta África, también lo hizo Roma, Bizancio y Persia, es un situación de toda la vida. Sólo debemos exigir que se haga con dignidad.
También convergemos en querer erradicar la violencia, la desigualdad y la miseria; mejorar la educación, la salud, el aire, los salarios, las carreteras, la producción, la riqueza. Así como se unen otros para odiar y destruir, podríamos unir a los demás para crear prosperidad y felicidad. Sólo falta que un liderazgo marque el camino.