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El alquimista de Gualala

esde que asistí a la Escuela Primaria Centro América, matriculado a los seis años en junio de 1936, como “oyente”, vi en lugar prominente del aula el mapa de Honduras, con sus dieciocho departamentos, cabeceras departamentales, municipios y escuché la historia de que había sido hecho solo por don Jesús Aguilar Paz, que había recorrido todo el territorio nacional a pie; seguí viendo ese mapa, “como páginas abiertas”, en toda la primaria y secundaria.

Al ir a clases de secundaria en el Instituto Normal San Miguel, salesiano, conocido como Colegio San Miguel, pasaba diariamente frente a la casa del Dr. Jesús Aguilar Paz y le miré con frecuencia en su farmacia Santa Lucía. Además, tuve de compañeros a sus hijos Enrique, Rafael, Jesús y Francisco, amigos de siempre.

Cuando cumplí ochenta y cinco (85) años este 11 de diciembre, día del ejército, almorcé con Enrique en su residencia y me entregó, con sentida dedicatoria, un ejemplar de la vida y obra de su padre don Jesús Aguilar Paz, con el título de esta columna. Ya David, su hijo, me había dejado otra copia que recogí después. Ese fin de semana la leí, fascinado por una vida dedicada al estudio de las etnias y la obra del padre Subirana en Honduras y a su obra ejemplar, que su hijo Enrique pone al alcance de todos los que estamos orgullosos de la nacionalidad y amamos a Honduras.

Apenas tenía diez años el niño descalzo que en 1905 decidió que sería maestro, cuando en Gualala dijo “Yo voy, yo voy”, aceptando la beca ofrecida por el delegado del presidente Manuel Bonilla, declinada por los demás.

Cuando su padre y él se despidieron en la madrugada, iluminados por la blanca cruz de “Guayo” y el atisbo del sol de Gualala, fue la última vez que se vieron y nunca olvidó las lágrimas de don Nicolás.

En su vida dejó huella el mentor don Pedro Nufio, guatemalteco, director de la Normal de Varones, quien le inspiró para que hiciera el “retrato de Honduras”, su mapa, a lo que dedicó su vida desde 1915 hasta que lo vio concluido e impreso en enero de 1933 gracias a los alemanes de la Imprenta Ariston, que asumieron su impresión, ante la desidia oficial y el irrespeto de uno que dijo: “si no es ingeniero”. Le valió ser un excelente dibujante, hacerse cartógrafo autodidacto, ser diligente y creativo para superar todos los desafíos, virtudes de los que logran resultados haciendo que sobren las palabras.

Excelente amigo de sus maestros y de sus compañeros. Admirado por todos los que le conocieron. Tuvimos un amigo común en Medardo Mejía, quien de niño le vio llegar a su San Juan de Jimasque y, ya crecidos todos, dijo de él: “Y en las vueltas del camino y el tiempo, en la tarde otoñal nos volvimos a encontrar con él, ahora doctor Jesús Aguilar Paz, quien para nosotros siempre fue don Jesús a secas, hombre bueno, nunca perdió el espíritu campesino, jovial, generoso, y sin dejar de ser… útil a la República con el mapa, con sus investigaciones lingüísticas, con sus estudios históricos, en una palabra, con su presencia y prestancia de ciudadano ejemplar”. Fue lo que fue y valió lo que valió, por sus maestros y por sí mismo.

Le bastó una sola vez ser cartógrafo de su amigo Vicente Tosta en la toma de San Pedro Sula para nunca más ser actor en esas “montoneras”. Como diputado fue digno y tolerante, igual que Enrique y sus hijos, mi compañero y amigos.

Mientras haya tantos excluidos, corruptores y corruptos impunes, honestos calumniados y deshonestos deificados, le debemos a don Jesús y demás patriotas rescatar la dignidad nacional y salvar la patria de tanta ignominia, pues sus vidas ejemplares son fuente de dignidad y esperanza

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