Muchas personas al referirse al periodismo, especialmente aquel cuyo quehacer diario es la noticia y que, por lo tanto, se ve involucrado en el debate diario de los temas políticos, económicos y sociales, le designan como el cuarto poder del Estado.
Parece difícil entender por qué un gremio, como muchos otros que existen en el país, puede ser objeto de tal calificativo, que le eleva a la altura de los pesos y contrapesos del sistema republicano.
Especialmente, cuando la institucionalidad es débil y no existe un balance de poderes real que permita limitar los excesos de poder, hemos visto cómo el cuarto poder se vuelve fundamental para salvaguardar lo que quede del sistema que Montesquieu genialmente ideó y que, con mucho o poco éxito, hemos logrado implementar a lo largo de América.
Vemos cómo en Venezuela el ataque de un dictador al sistema republicano ha tenido como primera línea de defensa al periodismo, que alrededor de todo el mundo ha pregonado y dado aviso sobre el régimen autoritario que prevalece en aquel país, habiendo la dictadura llegado incluso al punto de cancelar un canal de televisión.
En Estados Unidos de América, con mucho interés, vemos cómo ahora el periodismo responsable cuestiona a la clase política y no teme la contradicción, siempre y cuando esta derive de argumentos razonables, válidos, legales y justos.
El periodismo hondureño tiene un rol preponderante que cumplir en los tiempos actuales, pero deben modificarse ciertas conductas que no permiten al periodista ser independiente.
Para esto, es necesario que quien se dedique al periodismo o piense estudiarlo, analice primero si en realidad tiene esa vocación.
El periodismo, como cualquier otra profesión liberal, es un oficio que permite a aquellos que tienen talento, formación y perseverancia, vivir una vida digna con todo lo necesario para subsistir. Sin embargo, quien se vuelve periodista con la idea de amasar riqueza, necesariamente perderá el norte que debe guiarle en todas sus ejecutorias y que consiste en dar a conocer a la población los hechos periodísticos en forma exacta, objetiva y sin prejuicios, a modo que la población pueda generar su propia opinión al respecto.
El periodista que se vuelve empresario deja de ser periodista, pues su ánimo principal es el lucro y no necesariamente brindar la información con objetividad.
Los conflictos de interés que puede enfrentar un periodista que se vuelve empresario son múltiples y eventualmente le impedirán actuar libremente, pues estará atado a su finalidad lucrativa, que en determinado momento le impedirá informar la noticia de forma imparcial.
La venta de publicidad al Estado o la participación de periodistas en la vida política del país, también les impide en definitiva realizar su trabajo en forma correcta, pues su visión, aun y cuando intenten ser independientes, siempre será percibida por algún sector de la población como una posición tendenciosa y, por tanto, no confiable.
La formación cultural del periodista, finalmente, le acaba habilitando para poder realizar su trabajo con eficacia. Poder repreguntar a sus entrevistados sobre temas complejos, especializados y poder descubrirlos cuando sus respuestas o discursos contengan inexactitudes o falsedades es la labor del periodista.
Empujar al entrevistado de tal forma que el auditorio pueda recibir la mejor respuesta posible debe ser una norma periodística.
Un periodista comprometido con algo distinto a la verdad puede ser cualquier otra cosa, pero no periodista. En este tiempo de tanta controversia veremos con claridad qué tipo de periodismo tenemos en nuestro país e inexorablemente la historia les reclamará si fallan en el cumplimiento de su deber principal de informar con veracidad y responsabilidad.
Como reza el lema de una conocida emisora hondureña, “sin compromisos, sin ataduras, con la verdad”.