El hábito no hace al monje, pero...

Siempre he tenido un gran respeto por esa gabacha blanca que portan con solemnidad los galenos

  • 27 de septiembre de 2024 a las 00:00
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Siempre he tenido un gran respeto por esa gabacha blanca que portan con solemnidad los galenos. La razón puedo encontrarla en mis memorias infantiles, pues asocio su uso a personajes entrañables como los doctores Óscar Martínez Matamoros (QDDG), José Castro Reyes (QDDG) y Carlos Rivera Williams (Cayuyo), los primeros dos mis otorrinolaringólogos y el último mi eterno pediatra. Bien fuera por la sapiencia con que explicaban a mis atribulados padres la causa y circunstancias de mis afecciones, o por el aire místico de sus efectivos remedios, crecí viéndolos con veneración y, cuando la edad me lo permitió -en el caso de los dos últimos- alterné con ellos, amistosamente, con profundo agradecimiento.

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La imagen de un facultativo vestido de blanco es hoy un cliché doquiera uno vaya. Sin embargo, los médicos no siempre vistieron así: por razones que entremezclan la asepsia y la recuperación de la tranquilidad y confianza de los pacientes, en algún momento se sustituyeron las vestimentas de uso diario, casi siempre oscuras, por el color que desde hace mucho asociamos con la pureza, la paz y la pulcritud. Atrás quedaban máscaras para prevenir pestes y vestimentas rayanas en lo mágico, que también se usaron para vergüenza del oficio. Últimamente es común verlos portando otros tonos, alternando su uso con el albo tradicional que, sin embargo, ya no es exclusivo de ellos ni de su ocupación (laboratoristas, enfermeras, odontólogos y otro personal asociado a la salud también lo emplean).

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Con el ejercicio de la abogacía, la práctica legal y la impartición de justicia ocurre otro tanto. Si bien entre nosotros no existían hasta hace muy poco togas, en países de derecho consuetudinario como Inglaterra y regiones que estuvieron bajo su dominio e influencia, jueces, magistrados y litigantes utilizan ropajes y ornamentos -como pelucas y gorros- que de alguna manera dan a entender que los ritos y determinaciones que se observan en juzgados y tribunales implican un poder que trasciende lo común y no puede ser delegado en cualquiera. Como si se tratara de chamanes de un culto inmemorial, la jerga, vestimenta y movimientos distinguen a quienes los usan del resto de los mortales que se encuentran presentes en sus recintos (en los que tampoco, por cierto, los asistentes se pueden ubicar donde ellos quieren).

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Y así ocurre con otras actividades humanas: una sotana o mitra en el sacerdote u obispo, un casco en la cabeza de un ingeniero, un mono (overall) de trabajo para un encargado de mantenimiento o de aseo. Un quepis en la cabeza de un militar o un policía. Cada una con sus usos permitidos o prohibidos, con su lenguaje y tradiciones. Mi padre solía decirme, para educarme, que “el hábito (ropaje devocional) no hace al monje, pero lo distingue”, haciendo énfasis en la segunda parte de la frase.

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¿Qué podemos decir entonces de los políticos? Sabemos que se visten de muchas maneras ¿cómo identificarlos? Pues por sus hábitos (modo de proceder o conducirse) esos, sin duda, los distinguen.

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