Somos unos 600 millones tratando de hacernos entender en esta inmensa, plural y mundial comunidad del idioma español, que esta semana ha celebrado su efemérides y sirve para recordarnos a los hondureños que en el año electoral la lengua será una herramienta clave para decidir el futuro de nuestro país.
Este año electoral, el español lo rumiará el farsante, el charlatán y el vengativo; lo mascullará el politicastro; lo bramará el militante fanatizado y lo matizará el ciudadano buscando lo mejor. Se unirá a los números invitando a votar por una casilla. Inevitablemente, abrumará desde las redes sociales con pésima ortografía.
Claro, no todo es malo, el lenguaje también estará en el análisis comedido de unos cuantos políticos legítimos y decentes, porque -aunque parezca mentira- los hay. Dominará los foros y las entrevistas con ánimos persuasivos. Animará con entusiastas canciones y pegajosos eslóganes la campaña electoral.
Desgraciadamente, desde hace unos años sufrimos una descarnada guerra lingüística en la que prima la noticia falsa y la manipulación informativa; el uso del español como arma política ha acrecentado el odio, el rencor, la división. Ya no existe el debate racional, el diálogo constructivo, fueron borrados y sustituidos por consignas emocionales. El torpe y el ignorante ahora dominan la discusión.
Lo peor es que al dinamitar el debate público creativo y edificante, sólo han destruido la confianza en las instituciones; los políticos se han destrozado mutuamente y ahora pocas personas creen en las elecciones, en los organismos electorales, en los medios y reniegan hasta de la misma ciencia.
También es verdad que usar el lenguaje como arma es planificado, pretende dividirnos entre “buenos y malos”, “rojos y azules”, “narcos y ñángaras”, “demócratas y tiránicos”, “comunistas y fascistas”, “ustedes y nosotros”, y nos olvidamos del verdadero relato de sacar el país adelante, sin olvidar -por supuesto- los delitos de corrupción y criminalidad.
De modo que ahora debatir ideas es aburrido, explicar conceptos es somnífero, es mejor decirse sus cuatro cosas o darse en la madre. Por eso ahora, hasta el inculto y el maleducado, pero con acceso a redes sociales, son capaces de maltratar el idioma para expresar su odio y mala sangre en un insoportable debate barriobajero.
Convencidos de que la manipulación del lenguaje es calculada, que permite alcanzar el poder al codicioso, al charlatán, al cleptómano y al criminal, no nos extraña que los ciudadanos terminen inclinándose por palabras vacías, porque el cerebro prefiere lo simple, y terminan votando contra sí mismos.
Como el Día del Idioma también es para honrar a Miguel de Cervantes, es oportuno que cada uno tuviera presente una de sus frases célebres para no votar por candidatos embusteros, ambiciosos, subnormales o criminales: “El hacer bien a villanos es echar agua en la mar”.