En las infatigables películas de guerra de los años 60 y 70 los japoneses eran los “malos”, aliados de los abominables nazis alemanes y de los fascistas italianos en el cruel “eje del mal” que quería apoderarse del mundo.
Era habitual el impertérrito general japonés que daba órdenes a impasibles soldados capaces de morir por la causa, aquellos kamikazes que estrellaban sus aviones contra los barcos de los “buenos” soldados estadounidenses, ingleses y los demás aliados en la interpretación hollywoodense de la brutal II Guerra Mundial.
Pero esa percepción deplorable quedó tirada allá en el olvido, ahora los japoneses proyectan una imagen envidiable, se les percibe disciplinados, ordenados, creativos de la alta calidad tecnológica, la educación y la infraestructura. También su fantástica herencia cultural, sus escritores geniales como Mishima, el súper ventas Murakami o el Nobel, Kenzaburo Oe; su músico Kitaro, todo junto mejoró su marca país.
De esa nación -también de reconocida generosidad y solidaridad- viene Shin Fujiyama, el japonés que fatiga carreteras corriendo imparable para recaudar fondos y reparar escuelas en Honduras y repite que su objetivo sólo es ayudar a los niños.
Pero su filantrópica iniciativa se encontró con la sórdida actitud de politicastros y de otros miserables que han intentado darle un significado político a la actividad del joven japonés, utilizarlo para sus campañas de ataques y han procurado sin éxito la confrontación con el gobierno.
No hay ni punto de comparación en lo que una persona, por generosa que sea, pueda hacer más que un gobierno, y una cosa no quita la otra, se pueden complementar o hacer cada quien su parte cubriendo una necesidad que estuvo allí en el abandono durante demasiados años.
Claro, si Fujiyama no fuera japonés, si se tratara de un hondureño, seguramente no tendría la cobertura, el respaldo y el desprendimiento que recibe; lo envolvería este ambiente hondureño de división, sospechas y autodestrucción.
Las cifras son extremas: de los 17,000 centros educativos que hay en el país, 12,000 están en ruinas y los otros tampoco son para hacer fiesta; la restauración de estas instalaciones son clave si queremos apostarle al desarrollo.
Por suerte el gobierno de la República Popular China está ayudando a salvar varios centros, pero no será suficiente; aquí quisiéramos ver a estas organizaciones de sociedad civil que tanto hablan, a los empresarios que tanto piden, desprenderse un poco y demostrar que de verdad les importa el país, aunque es pedirles demasiado.
Si todos estos mezquinos que todo lo ven mal, que todo atacan, que no ayudan ni aportan nada, al menos no fastidiaran, sería suficiente, mientras llega más presupuesto nacional, apoyo internacional y más Fujiyama que busquen darle un lugar digno a nuestros hondureñitos en la escuela.