Desde tiempos inmemoriales, la actividad política del hombre se enfocó en buscar la aprobación de los pueblos y, me atrevo a afirmar, tuvo un ingrediente de populismo, pues lo importante era –y sigue siendo–, el mensaje que pueda atraer ¡y convencer!, a las masas.
Algunos estudiosos del populismo llegan a dividirlo en diferentes etapas históricas, pero para fines prácticos, podemos decir que es una ola que ha venido creciendo y que, en pleno siglo XXI parece –contrario a lo que podría pensarse–, una forma de engañar y atraer a diferentes grupos sociales con “cantos de sirena” que, tristemente, encuentran muchos seguidores incautos, aún con toda la información a su alcance y la experiencia de la historia.
Algo inherente a los líderes populistas es que son autocráticos, pues saben que para mantener la música de los “cantos de sirena”, es decir, sus falsas promesas de mejores condiciones para la gente como por arte de magia, tienen que detentar el poder y quitar del camino todo aquello que se opone a sus sueños de poder.
En su tiempo, Hitler fue un líder populista y vendió como “canto de sirena” la supremacía racial a los alemanes; Juan Domingo Perón utilizó con fines populistas a su esposa “Evita”. Ya en este siglo, Hugo Chávez prometió “el oro y el moro” a los venezolanos y creó el “chavismo” como vehículo para lograrlo. Han pasado más de dos décadas y ese “chavismo” continúa, pero sin alcanzar ninguna de las metas ofrecidas por el “comandante” del “socialismo del siglo XXI”.
Evo Morales y Rafael Correa fueron exponentes también del populismo, pero sus “reinados” no se pudieron prolongar en el tiempo, por más que ambos llegaron a tener todo el poder de Bolivia y Ecuador en sus manos. En ambos casos, la democracia logró sobrevivir, pero aún se pagan las consecuencias de aquellos regímenes.
La otrora potencia económica de Argentina heredó el populismo de Perón y desde aquellos años ha venido dando tumbos entre cambios de corrientes, pero sin alcanzar la estabilidad deseada y soñada. El “peronismo” del siglo XX sufrió una ligera transformación al “kirchnerismo” en el siglo XXI, pero la corriente es similar y, cuando ha hecho gobierno, ha sido tan incapaz como sus antecesores populistas. Tampoco los gobiernos de tendencia capitalista han logrado cambiar el rumbo y devolver su grandeza a la tierra gaucha.
Con nombres de populistas tan famosos como Chávez, Correa, Evo, Daniel Ortega, el propio Fidel Castro, es fácil pensar que estamos ante una corriente política de izquierda, pero en realidad el populismo puede ser tanto de izquierda como de derecha. En el continente americano hay ahora mismo corrientes populistas de derecha importantes.
En el Norte, la que marca el republicano Donald Trump, y en el Sur, las del presidente argentino, el neoliberal Javier Milei, y la del expresidente y aspirante a volver, Jair Bolsonaro. Por supuesto que Trump es quien ahora mismo atrae todas las luces del escenario político continental. Su discurso nacionalista supremacista ha encontrado el eco popular deseado y él se encarga de fomentar el sentimiento antimigrantes con su discurso populista, enfocado en el tema que, supone, le devolverá a la Casa Blanca.
Una ventaja que tienen los populistas modernos es que con un buen manejo de redes sociales pueden hacer que sus mensajes se multipliquen y no sólo ganen seguidores, sino que los transformen en fanáticos de su causa.
Se quiera reconocer o no, la verdad es que la democracia sufre mucho con los gobernantes populistas, porque una de las claves de su éxito –además de tocar la tecla adecuada para el “canto de sirena”– es la de volver en auténticos fanáticos a sus seguidores, lo que obligatoriamente provoca confrontación social. El populismo en el poder limita –de diferentes formas–, las libertades ciudadanas, y quienes están bajo el “encanto” del discurso original terminan aceptado, incluso, regímenes autocráticos o, al menos, autoritarios y poco democráticos.
En el mundo de los partidos políticos antes, solía apreciarse a un líder reconocido como “estadista”, con una visión de Nación, demócrata, respetuoso de la independencia de poderes y, sobre todo, enfocado en la búsqueda del bien común. Hoy se prefiere a un líder populista que atraiga masas y gane votos, aunque ponga en peligro la democracia misma.
Basta ver los resultados que han tenido para sus pueblos el “nazismo”, “castrismo”, “chavismo”, “peronismo” o “trumpismo”: división y confrontación, cuando no muerte y desastres. Nunca, al final de experimento, se ha visto que el mundo o sus países sean mejores.
El domingo el populismo se somete al escrutinio popular en Venezuela. El 5 de noviembre sucederá lo propio en Estados Unidos.