Evaluar el legado de Juan Orlando Hernández exige equilibrar los logros tangibles con las críticas que marcaron su trayectoria; es tiempo de intentarlo en este breve espacio. Como presidente de Honduras (2014-2022), Hernández impulsó proyectos que transformaron diversos sectores del país, aunque su mandato terminó empañado por acusaciones que derivaron en su condena por narcotráfico en los Estados Unidos.
En términos de infraestructura, Hernández lideró una de las inversiones más ambiciosas en la historia del país. Se destinaron más de 56,000 millones de lempiras para modernizar carreteras, aeropuertos y puertos, finalizando corredores clave como el Corredor Lenca y el Canal Seco, vitales para el desarrollo económico y social.
Además, su gobierno consolidó a Honduras como un destino turístico competitivo, creando distritos turísticos y promoviendo programas como Pueblos con Encanto, que revitalizaron comunidades con potencial cultural y natural.
En el ámbito social, el programa Vida Mejor benefició a más de 3.4 millones de personas mediante mejoras habitacionales y acceso a servicios básicos. Estas acciones representaron un esfuerzo por reducir la pobreza extrema y mejorar la calidad de vida de los sectores más vulnerables.
La seguridad también ocupó un lugar central en su mandato. Se lograron reducciones significativas en la tasa de homicidios y se implementaron estrategias como la depuración policial y la creación de unidades élite. Estas medidas, combinadas con la extradición de narcotraficantes y la incautación de droga, permitieron recuperar zonas antes dominadas por el crimen organizado.
Sin embargo, el contexto no puede ignorar el lado más oscuro de su administración. Su condena por narcotráfico ha arrojado una sombra sobre su legado. Esta contradicción abre preguntas sobre la naturaleza de su lucha contra el narcotráfico, así como el costo ético y legal de sus acciones.
En la literatura política, Hannah Arendt escribió sobre la “banalidad del mal”, aludiendo a cómo los actos de los líderes pueden estar impregnados de complejidad moral. Hernández, como figura polarizante, es un recordatorio de esta idea. Por un lado, un visionario en desarrollo nacional; por otro, una figura que, según los tribunales estadounidenses, facilitó redes ilícitas que contradecían la misión de su propio gobierno.
A nivel humano, su historia también es la de un esposo y padre, cuyas decisiones impactaron tanto en las vidas de su familia como en las de millones de hondureños. En ese sentido, no es solo un presidente a ser juzgado por la historia, sino también un ser humano con luces y sombras.
No se admira a los cantantes famosos por sus vidas disfuncionales ni a los actores por sus opiniones en la política, se admiran porque cantan bien o porque saben actuar. El debate sobre el legado del expresidente sigue abierto. Para algunos, representa el impulso modernizador que Honduras necesitaba; para otros, la personificación de un sistema corroído. Al final, su condena destruyó su imagen y su vida; la de sus logros en cambio, no tanto.