Las elecciones en Honduras suelen ser accidentadas, marcadas por la falta de respeto a las reglas y una feroz competencia por el control del presupuesto y los empleos públicos que fácilmente se desemboca en violencia.
Sin embargo, en esta ocasión, podría haber un giro inesperado, no como resultado de algo planificado o intencionado, sino por un factor coyuntural: Donald Trump. El regreso de Trump a la Casa Blanca ya está dejando su huella en la política hondureña.
En los últimos días, se ha observado una reducción en los niveles de hostilidad y confrontación en el discurso político, particularmente entre algunos funcionarios del oficialismo. Esta moderación ha permitido que el Consejo Nacional Electoral (CNE) se enfoque en organizar las elecciones primarias dentro de lo mejor que puede y a la opinión pública a esperar la nueva reconfiguración política entre los partidos mayoritarios.
Mientras el oficialismo baja el tono, ciertos sectores de la oposición han optado por emular el estilo Trumpista; desde anuncios que coquetean con la idea de ser un territorio estadounidense, pasando por la adopción de símbolos como las gorras MAGA.
Más allá de la retórica, los hondureños comprenden bien que el país enfrenta dos posibles rutas en su relación con Estados Unidos: desafiar a Trump o mantener un perfil bajo. Y para muchos, el peor escenario posible sería que su enojo se traduzca en restricciones a las remesas, el sustento de miles de familias.
Ningún partido político ni candidato va a querer cargar con la culpa en estos momentos electorales de que a Honduras se les apliquen aranceles a las remesas por sus decisiones o actos.
La reciente gira de Marco Rubio por Centroamérica dejó un mensaje claro: Honduras no merece el reconocimiento público del gobierno de Trump. Su exclusión no fue casualidad.
Era evidente que la denuncia del tratado de extradición era el pelo en la sopa, seguida por la cercanía del gobierno de Xiomara Castro con Cuba y Venezuela, dos de los mayores expulsores de migrantes hacia Estados Unidos bajo la administración de Joe Biden.
Aunque la vigencia de la denuncia del tratado quedó en suspenso y el Gobierno rectificó su postura sobre el cierre de la base militar estadounidense en Comayagua, el mensaje es claro: jugar con fuego o actuar con pragmatismo.
En un contexto de incertidumbre global, guerras arancelarias y egos inflados, los políticos hondureños no pueden darse el lujo de llevarse a Honduras de encuentro esta vez.
Por eso considero que, en esta ocasión, aunque las elecciones serán complicadas, el riesgo de violencia política o fraude electoral es demasiado costoso políticamente.
Esta vez, no habrá nadie que ayude a Honduras, porque en Washington hay un nuevo sheriff.
Lo que me lleva a pensar qué propuestas habrá en la campaña para realinear la política exterior de Honduras con el nuevo contexto geopolítico.